La revolución en la agricultura (Parte III): Lucha por la tierra y la derrota de la terrofagia

Al Comandante Eterno, al campesino Chávez, le preocupó en demasía la desigualdad extrema en la distribución de la tierra. En esas largas conversaciones con el Pueblo preguntó muchas veces, en especial cuando la lucha contra el latifundio arreció, con la Constitución en la mano: ¿cuál es el primero y más importante de los medios de producción? El mismo se respondió: después del hombre, después del humano, de los trabajadores: la tierra, la pacha mama…. Y estiraba como melcocha la palabra la tierraaaaaa. Esa tierra virginal que encontraron los invasores españoles y que de inmediato comenzaron a repartírsela, eran leguas, cientos de leguas para los invasores; era trabajo, solo trabajo para los indígenas y los negros traídos de África. Fueron trescientos años de adjudicaciones y luego, con la guerra de independencia unos pocos años de confiscaciones, porque hasta nuestros patriotas más fervientes fueron herederos del bien más preciado de la colonia, la tierra. Pero, ni la independencia, ni la guerra federal solucionaron el tema de fondo (la tierra es para quien la trabaja), y esa masa de desposeídos siguió creciendo y aguardando. Por allá pasó Zamora y por aquí lo mataron, y con ello se enterró por un tiempo el lema “Tierra y hombres libres”.

El siglo veinte aumentó la desigualdad social en el campo, medida con el indicador tenencia de la tierra. A pesar de tener en la primera mitad de ese siglo un promedio de 60% de población rural, en Venezuela la miseria deambulaba por los campos y la esperanza de vida no superaba los 40 años. La izquierda venezolana sabía que esta situación era un polvorín que le faltaba una mecha encendida; y la derecha, que a partir de los años cincuenta comenzó a consolidarse como proyecto político, logró una estrategia para apagar ese fuego revolucionario de los campesinos. Cuando las reivindicaciones populares ofrecidas en la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez son burladas, los planteamientos de los campesinos son llevados por la Federación Campesina, que logra se aprobara, en el extinto Congreso de la República, la Ley de Reforma Agraria de Marzo de 1960. Para ese momento la ley era frondosa en el mensaje que llevaba al campesino, y solamente en el artículo primero, se sustentaron la mayoría de los discursos sobre la tierra y mucha inmovilización campesina lograron con aquella frase: La tierra es para quien la trabaja. Lema que es aceptado casi universalmente, especialmente cuando la desigualdad por el acceso a la tierra es tan evidente. Todo fue un engaño, se recuperaron tierras, se distribuyeron tierras entre los campesinos, pero los gobernantes de la Cuarta República se hicieron de la vista ciega frente a la recompra y a la re-concentración de la tierra en pocas manos. El latifundio se acentuó y finalmente la reforma agraria fracasó. Y no sólo esta fracasó, sino que la agricultura aceleró el desmontaje hasta llegar a cerrar el siglo en una situación doblemente perniciosa, una gran desigualdad en la tenencia de la tierra y una alta dependencia alimentaria suplida con las compras a las grandes transnacionales del agronegocio.

El Comandante Eterno abre el siglo veintiuno con la idea de superar las desigualdades o desequilibrios sociales. Además de su conocimiento vivencial sobre la población campesina e indígena, tenía buenos asesores, desmonta el Instituto Agrario Nacional y va con todo por una nueva ley de tierras. Necesaria, cierto, pero también ineficaz para combatir la inequidad permanentemente señalada por Chávez. Cuentan que el comandante al conocer los resultados del Censo Agrícola cogió, como lo decimos en criollo, un arrecherón.

Veamos: Aproximadamente 400 mil familias, más del 90 % de los que poseen tierra, suman la tenencia de 28 % del total de la tierra y disponen entre 0,1 hasta 200 hectáreas; en esta masa están los grandes desposeídos del campo. En contraposición 1100 unidades de producción poseen el 25 % del total de la tierra, es decir que de los datos censales le asignas al 0,2 % de las unidades de producción ese inmenso poder sobre el territorio rural y periurbano. Ocupan tierras sobre las 2500 has de extensión, hasta sorpresivas cifras superiores a las 100 mil hectáreas. Qué locura y que ceguera. Allí está el meollo de la revolución. Y allí debe seguirse insistiendo, entre recuperación de tierras y organización campesina para la producción, aunque en algunos casos y por particularidades ecológicas de las tierras recuperadas, estas deben mantenerse en poder del Estado, en sistemas de producción sustentables y como refugio de fauna silvestre.

La información censal sobre la tenencia y uso de la tierra debe ser monitoreada permanentemente, porque al igual que en la Cuarta República, por allí anda el capital nacional emergente y el capital transnacional buscando espacios para la producción. Cuando la crisis bancaria, atacada a tiempo por el gobierno del Presidente Chávez, se descubrió que algunos banqueros de reciente ascenso a la lista de los ricos del país, habían logrado sumar a sus propiedades inmensas extensiones de tierras ubicadas en las zonas mejores de los estados de los llanos altos occidentales; así se dijo, pero se calló o se ocultó quiénes y cuantas hectáreas estuvieron comprometidas en esa forma de reconcentración de la tierra en pocas manos. Los ahorros sociales legítimos y los provenientes de corruptelas y del narco poder tratan siempre de invertir en bienes tangibles como la tierra. Por otra parte, algunos países aliados estratégicos están sedientos de tierras nuestras, en eso parece que el gobierno del camarada Maduro ha sido firme, pueden haber alianzas productivas, mas no transferencia de propiedad de la tierra para China, entre otros países interesados, en invertir en tierras en África y Latinoamérica.

Otra aberración es el dominio que sobre las tierras de la Faja Petrolífera del Orinoco tiene PDVSA. Nuestra principal industria hace planes de inversión en agricultura de espaldas a la masa campesina que allí habita y del país entero. Para colmo en las Faja Petrolífera del Orinoco tenemos los más bajos índices de desarrollo humano y los índices más altos de pobreza extrema del país. Hablamos del sur de Guárico, Anzoátegui, Monagas y Delta Amacuro. Si la riqueza generada por PDVSA no permite equilibrar socialmente el territorio desde el punto de vista de la revolución de la agricultura, esta no será posible.

De manera que la terrofagia pública, privada e internacional es una amenaza para un sistema de uso de la tierra por los campesinos.

Lucha contra el latifundio y la lucha contra el minifundio en aquellos territorios donde la tierra abunda es una prioridad de esta revolución, implicará además la asignación de tierras comunales, y una revisión de la agricultura familiar y comunal y debe presionar a establecer criterios adecuados para que la agricultura asuma la fuerza liberadora que debe tener. Los cálculos dicen que en Venezuela hay tierra para muchos, y posiblemente estemos en el mejor momento para diseñar un programa nacional de vuelta al campo, con una visión de ruralidad emergente, que implica entre otros asuntos un replanteo de la vida digna y de la mayor suma de felicidad posible. Lo que pasa con la tierra, pasa también con las zonas costeñas. Los pescadores están allí en su lucha, han sido favorecidos por políticas y leyes muy importantes, pero queda todavía muchas políticas que implementar para que sean parte de esa revolución que hemos estado conversando. Pero, todo esto debe hacerse transformado estas y otras sugerencias dispersas en la literatura sobre la dependencia alimentaria de Venezuela, en políticas públicas explícitas en el marco de una nueva planificación estratégica del territorio rural y peri-urbano.

La tierra es el asiento de la vida y de las revoluciones.

¡A derrotar la terrofagia!

mmora170@yahoo.com


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Miguel Mora Alviárez

Profesor Titular Jubilado de la UNESR, Asesor Agrícola, ex-asesor de la UBV. Durante más de 15 años estuvo encargado de la Cátedra de Geopolítica Alimentaria, en la UNESR.

 mmora170@yahoo.com

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