Algo inesperado en navidad

No es lo más usual escribir un hecho tragicómico en la Navidad, pero qué le vamos a hacer si así tiene que ser en algunos casos. No todos tendrán la suerte, como la mayoría de nosotros, de celebrar la Noche Buena felices y contentos con sus seres queridos. Por el nacimiento de Jesús no dejarán de sufrir algunas gentes en los hospitales o por la falta de ellos, también aquellos transgresores de la ley encerrados en las cárceles o los que guardan luto por el difunto que se fue el día que llegó el Mesías. Ni se digan de los niños abandonados, de las mujeres maltratadas o cualquier ser humano víctima del desempleo, aunque su índice sea hoy relativamente bajo o simplemente los desdichados o desdichadas despechados por una desventura amorosa. No faltarán nunca desgracias en el mundo que jamás se detiene ni por la magna celebración. Siempre ha sido así.

Al personaje de mi relato le tocó el 24 de diciembre irse a cenar a la casa de un compañero de farra, ubicada aquella en la parroquia la Pastora de Caracas y llegó puntualmente al hogar de sus desdichados anfitriones encontrándose con el suceso de la muerte repentina del dueño de la casa a quien había conocido la noche anterior tomándose unos tragos en un bar de la avenida Nueva Granada. El cadáver se encontraba todavía sentado en el sanitario mientras las demás personas de la familia ya listas para la parranda ahora se encontraban desconsoladas por el acontecimiento sin hallar que hacer. El pobre hombre murió cuando defecaba y el esfuerzo fisiológico, a causa de su estreñimiento, le provocó un infarto fulminante con el detalle de haber sido su fiel perro Gruñón quien dio la alarma tardíamente porque lo encontraron ya con síntomas de rigidez cadavérica.

El sorprendido visitante tuvo que decidir si se marchaba corriendo, permanecía inmóvil o por el contrario asumía un rol protagónico en auxilio de los desesperados familiares a quienes desconocía por completo. Optó por la segunda alternativa de no intervenir mientras dejaba que los de la casa fueran procesando lo ocurrido y dando los pasos debidos en medio de la desesperación y el desconsuelo. Encontrándose íngrimo y sólo en el salón comedor, ya acomodado este espacio con todo para la ocasión de Noche Buena, lo primero que se le ocurrió fue cambiar el CD de las gaitas que sonaban a todo volumen, en el equipo de sonido, por otro de la cantata Carmina Burana del famoso compositor alemán. El nuevo CD lo seleccionó de la colección musical de su conocido. Los cantos goliardos de Karl Orff produjeron un efecto tranquilizador en los familiares quienes cesaron de inmediato los gritos y sollozos inmovilizadores procediendo serenamente a llamar a la ambulancia y a vestirse de luto toda la familia.

Llegó el momento de las presentaciones y a partir de ese instante nuestro personaje fue llamado el amigo del interfecto y en medio de la confusión lo dejaron cuidando la casa. Así fue como se encontró a las doce de la noche del 24 de diciembre bebiendo y cenando sin nadie más que la foto del muerto montada en un portarretrato inmenso cuya imagen, a veces en medio de los tragos solitarios que se echaba el comensal, parecía fruncir el ceño y hacerle una seña desaprobatoria a su invitado quien levantaba la copa y brindaba, no sin antes haber cambiado el CD de la cantata por uno de la Billo que él también coreaba: / Navidad que vuelve/tradición del año/ unos van alegres / otros van llorando/ Libaba y comía al ritmo de la música dándole gracias a la vida y gritando Feliz Navidad.



*Profesor de Filosofía jubilado dela UPEL


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Sergio Briceño García

Profesor Universitario de Filosofía de la Educación Jubilado de la UPEL. Autor del Poemario "Porque me da la gana" y de la obra educativa "Utopía Pedagógica del Tercer Milenio". Ex Director Ejecutivo de la Casa de Nuestra América José Martí.

 sergiobricenog@yahoo.com

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