Hay hijos buenos y hay otros no tan buenos. Hay hijos que terminan haciendo lo que ellos quieren hacer en la vida, disimulando muy bien que solo cumplen el destino que su padre les impuso. Hay hijos de los que su padre tendría siempre razones para sentirse orgulloso y padres que infinitamente serán el orgullo de sus hijos.
El hijo que supera a su padre es aquel que más allá de imitarlo y de sacralizarlo permanentemente, asimila lo que aprendió de él y pone en práctica toda la sabiduría y los consejos que su padre le trasmitió durante su educación y desarrolla la capacidad de hacer lo que su padre hizo, desde la autonomía y con audacia, valentía y asumiendo los riesgos que la vida siempre supone a los que han asumido liderazgos.
El hijo de un líder nunca, por su mera condición de hijo, desarrollará las cualidades que exige el liderazgo, si tendrá muchas posibilidades de alcanzar cualidades y competencias para hacerse líder algún día, especialmente si asimila el conocimiento y aplica la sabiduría del padre que inevitablemente la trasmite a sus hijos.
No siempre el hijo predilecto, es quien finalmente terminar siendo el orgullo del padre y de darle perpetuidad, a través de la obra, a la existencia del progenitor.
El padre nunca podrá hacer herederos a sus hijos de sus propios sueños, ilusiones, esperanzas. Los hijos deberán construir sus propios sueños, ilusiones y esperanzas, colectivas si lo desean, que se aproximen a las del padre pero estos anhelos no serán absolutamente iguales a los del progenitor y a pesar de sus coincidencias tendrán sus propios matices que los distinguen.
El sueño más sublime de cualquier padre es que sus hijos lo superen, pero superar al padre supone trascender las aspiraciones del padre y lograr alcanzar metas que para el progenitor fueron siempre un sueño.
Todos hemos tenido padres, y podríamos decir que los hijos estamos obligados a trascender a los padres, para trascender a nuestros padres debemos ser capaces de trascender el tiempo histórico de nuestro progenitor y empeñarnos en alcanzar las metas de las que el padre siempre nos habló como un sueño que aunque no estaba cerca, algún día se podría alcanzar.
El Socialismo, un sueño del padre Hugo Chávez, lo podemos alcanzar entre el hijo predilecto y los preteridos, sólo si nos empeñamos en construirlo entre todos, salvando diferencias y sumando esfuerzo colectivo.