Cohabitan en la Venezuela actual el diálogo, expresión de la intención de convivir en el disenso y la violencia, que recorre el ámbito privado hasta la multidimensionalidad de lo público. ¿Seremos capaces tanto Estado como sociedad de regular y superar tal grado de conflictividad social?
Participamos de una gama de violencias evidentes y soterradas, que alcanzan una muy grave expresión en las guarimbas. La violencia de las colas que soportamos estoicamente. La anarquía en el tráfico que hemos calificado de anomia en ruedas. La violencia burocrática y en los hospitales públicos. La virulencia en las redes sociales y la violencia anómica, que arroja altos índices de inseguridad. Parecería que hemos ido construyendo una cultura permisiva con la violencia que ha derivado en la pasividad, indiferencia y hasta en la legitimación de tales actos y transgresiones.
Es altamente preocupante que vecinos deterritorios vándalos, devenidos en una suerte de polo punitivo, continúen apoyando los justicieros guarimberos en tanto heroicos liberadores de la tiranía madurista. Igualmente y, a pesar de la supuesta intención de dialogar de sectores de la oposición y de su participación en la Conferencia por la Paz, otros grupos aún apuestan a lasalida y juegan a exacerbar el miedo y la confrontación violenta. Analistas políticos alineados con tales sectores se empeñan en demostrar que el país ha llegado a un punto de quiebre que no se solventa dialogando. Decisión que contrasta con el reciente Monitor país (Hinterlaces), donde destaca que 9 de cada 10 venezolanos están de acuerdo con la Conferencia Nacional de Paz entre gobierno y dirigentes de oposición. Luego de la segunda reunión cerrada, los sectores dialogantes reportan vagamente signos de acercamiento y avances en materias sustantivas. Desde el sector bolivariano se levantan voces alertando que no se debe ceder al chantaje de la violencia y menos aun en lo estratégico. En este escenario destaca la voz del presidente Nicolás Maduro, quien asegura que es tiempo de la justicia severa pero no del perdón.
Confrontamos el gran reto de superar y cerrar una profunda fractura social que se hace manifiesta en los sucesos guarimberos, en los muertos y heridos, en la destrucción ambiental, en los excesos de algunos miembros de las fuerzas del orden, en la violación de derechos humanos y en las violencias en el diálogo.