Las falencias comunicacionales de la Revolución son un asunto estratégico clave que nunca ha sido comprendido desde las alturas del poder revolucionario. Bien, no lo digo yo, era una de las constantes preocupaciones de Chávez, quien le dedicó numerosas críticas a sus equipos comunicacionales. Justo es decir que él tampoco lo supo resolver, aunque en lo personal era un comunicador de alto calibre, fuera de serie. Pero ello no implica que tuviese las herramientas para deshacer ese pertinaz nudo. Obvio que no las tenía, los resultados así lo dicen. El era un gran comunicador natural, pero no tenía formación en el área, había cosas elementales que se le convirtieron a él y a su Gobierno en un cangrejo. Las verdades hay que decirlas cuando son incontrastables.
Hoy quise tocar este tema porque la realidad nos envía de nuevo mensajes inquietantes. Fíjese el lector en un hecho de relevancia mediática que surgió a fines de la pasada semana, sobre todo por el tratamiento que le dieron los medios de la derecha: el desmantelamiento por parte de las autoridades de los campamentos conspiradores que tenían montados jóvenes fascistas en algunos lugares de la capital. Simultáneamente ocurrió otro hecho noticioso, mucho más dramático y revelador: el asesinato de un funcionario de la PNB, cuando socorría a un compañero que había sido herido por la acción de un francotirador. A ese joven oficial lo liquidaron con un certero disparo criminal.
La canalla mediática se impuso ampliamente y la noticia del desalojo de los campamentos copó todos los espacios. Las fotos de los lugares arrasados y los titulares referidos a represión y militarización mandaron en las primeras páginas y en los noticieros. El crimen de los francotiradores, absolutamente repudiable, cobarde y significativo políticamente pasó casi por debajo de la mesa. Estamos obligados a buscar las razones de esta realidad.
¿A qué nos estamos enfrentando mediáticamente? A un poder mundial con amplísima experiencia, recursos económicos, maquinarias organizacionales y políticas a su lado. Y sobre todo -¡ay, madre mía!- con unaestrategia, clara, precisa, experimentada en otros escenarios, sistematizada, con visos de ciencia, en el sentido de que sus métodos han sido convalidados por la experiencia en Europa del Este, en Serbia, en Irak, en Libia, en Ucrania, en la Venezuela de 2002 y pare usted de contar.
Hay que decirlo sin ambages: el Gobierno revolucionario de Venezuela está en peligro. Lo que está planteado para la ultraderecha en este momento no es un golpe de Estado inmediato, sino una operación de desgaste que tiene similitudes con lo que hizo la Contra en Nicaragua: no tumbó al gobierno sandinista con las armas, sino que tendió la alfombra para que la derecha entrara al palacio de gobierno de la mano de Violeta Chamorro en 1990, después de derrotar electoralmente a Daniel Ortega.
El plan de asalto al poder por parte de la derecha tiene en sus medios un arma de vanguardia. No nos engañemos, es claro que la mayoría determinante del país se opone a los métodos violentos de protesta, a las guarimbas, pero igualmente se está generando una situación de ansiedad, de incertidumbre harto peligrosa. Y nuestra respuesta comunicacional es fallida, débil, conservadora. Ahí está el ejemplo que puse. Mientras nuestra ministra de comunicación se peleaba con el New York Times (atacando molinos de viento, el NYT es apenas un grano de arena en la extensa playa de la estrategia mediática mundial que nos está cosiendo la mortaja), un crimen horrendo perpetrado contra un agente de seguridad del Estado quedó en un segundo plano.
No olvido la gran agresividad y creatividad comunicacional que mostraron algunas veces los adecos cuando gobernaban Venezuela. Aquel afiche memorable, regado por todo el país, donde aparecía un sacerdote socorriendo a un soldado herido en el Carupanazo, con el mensaje directo, de gran visibilidad: ¡Comunistas, asesinos! ¡Eso es comunicación creativa! O aquel caso, cuando José Vicente Rangel fue candidato presidencial del MAS y los creativos de su campaña publicaron un afiche donde el candidato aparecía de cuerpo entero, con una pose que evocaba a José Gregorio Hernández. Los adecos ripostaron con otro afiche donde aparecía José Vicente con la misma pose, pero de espaldas, sosteniendo oculta una ametralladora. ¡Eso es comunicación creativa!
Ahora bien, no voy a echarle las culpas a la ministra. Difícilmente pueda ella hacer nada si no cuenta con la herramienta principal de toda empresa o proyecto: la estrategia. Esa es la falla tectónica de nuestras comunicaciones. Comunicación reactiva, improvisada, chata, timorata, burocrática.
Hay funcionarios comunicacionales que me han dado la razón, pero al final me han aplicado aquello de que tienes razón, pero vas preso. Cero estrategia, solo tareismo, inmediatismo, voluntarismo. Condenados estamos, al parecer, a ese 55% electoral del cual absurdamente hasta nos sentimos orgullosos ¿45% de oligarcas?
Una estrategia: dónde estamos, a dónde vamos, qué caminos debemos recorrer, con metas principales y secundarias bien definidas y mensurables, mensajes nítidos, tonos diferenciados de los mismos, plazos, evaluaciones, segmentación de la audiencias, tácticas claras. Uso correcto de las herramientas mediáticas tradicionales y no tradicionales.
Otra cosa: comprender la urgencia de la situación. Deshacer la maraña burocrática de ese ministerio anticuado, organizar unidades de combate comunicacional de respuesta rápida, mientras se trabaja las estrategias de mediano y largo plazo. Entender que esto es una guerra a muerte y no un duelo entre pundonorosos caballeros. Una guerra en la que desde el punto de vista de los métodos convencionales, el enemigo tiene todas las de ganar. Adelantemos la guerra asimétrica comunicacional. Ojalá no tengamos que repetir la expresión que usamos después de que perdimos el referendo de la reforma constitucional, en un artículo que titulamos ¡Te lo dije, Chávez!.
Entretanto, a los camaradas con los que he hablado para conformar el comité promotor de un gran debate nacional sobre la comunicación revolucionaria, con participación, de ser posible, de entes del Estado, y si no, al menos de comunicadores revolucionarios de medios oficiales y alternativos, y de todo aquel que tenga algo qué decir en torno al tema, les adelanto que una vez salgamos de unas tareas que copan toda nuestra atención aun la presente semana, los estaré contactando. No podemos quedarnos cruzados de brazos, hay que tratar de enderezar el rumbo del barco comunicacional, no vaya a ser que sobrevenga el naufragio. Por supuesto, la Revolución continuaría si perdemos el Gobierno, pero en condiciones más difíciles y cruentas ¿Podemos perderlo? Parafraseo el título de la película de James Bond: Nunca digas nunca jamás (Never Say Never Again).