Han pasado muchas lunas desde que fracasamos en un programa avícola en Barlovento, estado Miranda. Nos reunimos en varias comunidades, invitamos a los líderes de cada familia, la mayoría eran hombres y escucharon calladamente la oferta de un proyecto avícola que se veía socialmente interesante, sobre todo para mejorar la alimentación familiar y generar ingresos adicionales y con mayor regularidad que el proveniente de la venta del cacao. Era un proyecto por implantación, aunque novedoso para esa zona, pero también riesgoso por los resultados impredecibles. La mayor parte de los que participábamos como especialistas conocíamos las dificultades biológicas del proyecto, en un clima de alta humedad relativa y altas temperaturas; pero, fue tiempo después, cuando el proyecto fracasó que nos percatamos de nuestra primera omisión. Las mujeres no estaban participando desde el inicio. Poco a poco, los hombres se fueron desentendiendo de las actividades y rutinas de la avicultura y las mujeres comenzaron a trabajar, pero ya era tarde, la mortalidad inicial de pollitas fue muy alta, más por descuido de quienes no tenían interés en los animales menores, que por falta de insumos apropiados.
En esos días dos colega de la UNESR, un antropólogo y un ecólogo, ambos proactivos, condujeron una investigación sobre los roles de los integrantes de la familia barloventeña del Caserío Rio Negro en las tareas agrícolas. Fue después del fracaso del proyecto avícola que entendimos que las actividades de crianza de animales menores es un tema para la mujer; así se reconoce en esa cultura, como también se determinó alta participación de la mujer en la cosecha del cacao. Poco a poco fuimos confirmando, con la observación, los resultados de esta investigación.
Cuando la mujer iba a ayudar en las limpias o en la cosecha de cacao, el hombre se quedaba cuidando los niños, y cientos de veces vimos a éstos con sus hijos en brazos, cuidándolos con esmero de madres. Ese es el primer punto de este tema, las agriculturas dependen de contextos culturales específicos, y el papel de la mujer debe ser considerado, sin romper la tradición y los códigos, aunque las innovaciones pueden presentarse para que las comunidades, y las familias internamente discutan si algunos nuevos roles se insertan con sentido cultural en el enfoque de género que valora el papel de la mujer en toda la sociedad.
Recientemente leí unos resultados del papel de la mujer en la agricultura en un departamento colombiano, de tradición agrícola. Los resultados evidencian que el trabajo de la mujer en la agricultura no supera el 20 % del tiempo invertido por los hombres, y está relacionado a tareas menos fuertes. Pero, en la literatura hay especulaciones teóricas sobre el papel de la mujer en la horticultura prehistórica y en la domesticación de animales. Los hombres normalmente cazadores y recolectores, le dejaban a la mujer el gobierno de la familia en sus largas ausencias en busca de alimentos y ellas utilizaban una parte del tiempo en faenas de crianza de animales y cultivos.
También hay evidencias que la mujer indígena andina se inserta muy bien en algunas cadenas productivas en la fase final de comercialización; y en el sistema agroalimentario en general, la mujer es quien mejor selecciona los alimentos para el hogar y su procesamiento.
Sin embargo todavía hay espacios para avanzar, y la mujer los está conquistando. Tenemos muchas mujeres estudiando en las escuelas de agricultura, también hay científicas connotadas en los centros de investigación y desarrollo tecnológico; y ahora, en estos tiempos de revolución, que marcan un cambio de época, las mujeres están participando activamente en colectivos agrícolas y en la formación de comunas agrícolas.
Esta materia debe ser objeto de estudio, porque me anoto en los que piensan que la mujer incorporada a los planes de desarrollo de las agriculturas sustentables son una base para el éxito de los proyectos.
Es posible que las delicadas tareas de producción y escalamiento en la producción de bioinsumos, la participación de la mujer abone buenos resultados por su sentido de la constancia, responsabilidad y cumplimiento de rutinas muy precisas que se requiere en estas condiciones. Esa misma condición es evidente en el trabajo al final de las cadenas en la fase de postcosecha, especialmente en clasificación y procesamiento.
La horticultura en sistemas protegidos o casas de cultivo, lo he visto aunque no lo he evaluado con precisión, da mejores resultados con mujeres. La producción especializada de semillas de algunos cultivos y la participación en mejoramiento participativo es otro espacio interesante. La agro-industrialización local es otra de esas oportunidades.
Un colega me advirtió de los riesgos de la mujer en la agricultura, mi respuesta fue tajante, especialmente evitando que se trate de una participación expoliadora como asalariada jornalera, y bajo ninguna razón inmersa en la agricultura de altos insumos químicos, algunos con efectos teratogénicos que podrían afectar a su descendencia. La mujer, le dije, es parte del proyecto de transformación agroecológica. Allí es donde hay un espacio humanamente viable, razonablemente equilibrado en enfoque de género, socialmente necesario para la seguridad y la soberanía alimentaria, políticamente acertado en momentos que requerimos mejorar la eficiencia y el cuido de los recursos asignados a la agricultura.