Uno de los signos mas precarios de nuestra sociedad actual es la incertidumbre por la conflictividad que nos rodea. Estamos sitiados por ella. Está presente en todo cuanto hacemos y somos.
La pregunta es: adonde nos puede llevar el próximo año. Imposible preverla. Como otras realidades dialécticas algunos la padecen como un obstáculo a su vida, otros, optimistas, lo miran como una fuente grandes potencialidades y vía para que logremos reinventarnos.
Pocos hacen apuestas favorables al futuro y muchos preferimos jugar a favor del presente y decidir que hacer con el hoy, y tenerlo como una utopía real.
Hay opiniones diversas sobre este presente. Prefiero los datos, por ejemplo ese que me proveen quienes hacen consulta clínica. Reconocen en su actividad con pacientes el aumento de ataques de ansiedad, trastorno de pánico, depresión recurrente, surgimiento de problemas sicosomáticos, perdida de rutinas sociales y laborales.
En fin, cuadros crónicos indeseables que se producen por efecto de la violencia consistente, expresada sobre todo desde las guarimbas.
Estos padecimientos deberían ser llamado de atención de aquellos, que teniendo la solución a caos simplemente con el apoyo del dialogo, prefiere mantener un clima de cerco y violencia, estimando que este caos les puede producir mayores réditos políticos.
En nuestro país sobran expertos en exacerbar las amenazas y crear clima de angustia, real en algunos casos, pero cuando es inflada y amplificada en medios se torna insostenible.
Por ser vecino a la vida diaria del poco gobernable e inflamable Chacao, suelo escuchar, en la calle o en las sillas de los café, las cuitas de los vecinos, unos de forma acallada claman por que el inexperto y poco eficaz Muchacho Alcalde, adopte posiciones y haga eficaz su poder con el mínimo uso de la policía, para lograr aunque sea tranquilidad nocturna. Imposible, los jóvenes y no tanto, mantienen su ley de violencia y terror comunal, arremeten y amedrentan imponiendo su ley. Quien no calle y coopere con su candela debe sufrir su intemperancia, diaria y estado de sitio. Es un brutal asedio a esa comunidad.
Extraño, aunque explicable por aquello del llamado síndrome de Estocolmo, entendido como reacción psicológica, en la cual la victima del secuestro nuestro vecino de Chacao- retenido en su casa contra de su voluntad. Limitado en sus desplazamientos. Desarrolla una relación de complicidad con quien desde la candela o la carpa lo atormenta. A partir de ese extraño contubernio desarrolla fuertes vínculos afectivos con quien lo mantiene secuestrado.
Paradójico, la victima, malinterpreta la ausencia fingida- de violencia temporal- contra su persona como un acto de humanidad por parte de quien desde la guarimba lo secuestra y en silencio lo controla.
Son conocidas y bien fundamentadas las estadísticas que demuestran que los secuestrados en cerca del 30% de los casos registrados en organismos policiales, por secuestros y asedios experimentan esta patológica reacción.
Es muy posible que las víctimas de Chacao experimentan este síndrome en forma palpable. Agreguemos, otra contradicción, muestran reacciones diversas ante la emboscada que sufren. Por una parte, tienen sentimientos positivos hacia sus secuestradores, - los llaman niñitos, toman por sus hijos y les llevan comidas, y, hasta suplen de gasolina y prestan sus zaguanes para que preparen sus molotovs- mientras por otra parte, muestran miedo e ira contra las autoridades policiales.
A la vez, los propios secuestradores muestran sentimientos positivos hacia los rehenes mientras los retienen y amenazan con rigor bélico.
A pesar de esta realidad que nos tensiona, es definitivo, la única posible y realista solución ante la incertidumbre, es el dialogo. Hasta ahora no se conoce otro camino ante la violencia. Para prueba miren nomas la experiencia de guerra centenaria que padece Colombia y la solución de dialogo que se ha visto obligada a desarrollar, a pesar del pensamiento uribista. Por cierto. muy popular entre los violentos de nuestro país