Tememos la verdad

Quizá ese hábito del disimulo y esa terca tendencia a miserear la verdad sean la causa más fácil del temor a pensar por sí solos que asusta a muchos, es decir, del temor a asumir una posición que no tenga un momento dado el respaldo de quienes reparten las “bulas del éxito”. Por ello invocamos el Símbolo Eterno del Comandante Chávez como expresión de una actitud heroica que es necesario asumir en esta hora de crisis de las conciencias. La fe hasta la desesperación pánica. La fe hasta la soledad absoluta. La fe que aún vive en el Sepulcro sin apuntar siquiera en la Patria promisoria. La fe que destruya, para el acto salvador, todo el sombrío cortejo de dudas a que nos han acostumbrado nuestros hábitos sociales de vivir a la defensiva, con la conciencia encuevada, puesta en alto sospecha a modo de antena que recoja y filtre las vibraciones del mundo exterior.

Necesitamos una cruzada contra el silencio cómplice. Se ha alabado, y con justicia, la virtud profunda de la meditación. A las moradas interiores no se llega, es cierto, sino a través de palabras falsas sin abrirse. Pero se trata en este caso de un silencio activo, lleno de imágenes que no hacen ruido, de un silencio alargado por la gravidez que le trasmiten las ideas forcejeantes en las palabras intactas. Silencio de silencios, oro que vale sobre la plata de las frases sonoras. “Mar incoloro del silencio”, sobre cuyas ondas flotan, a manera de témpanos, las palabras cargadas de consignas eternas.

El nuestro, en cambio, es un callar calculado más que un silencio confundible con la actitud esperanzada de quienes meditan para mejor obrar. Es un silencio de disimulo, un silencio cómplice de la peor de las indiferencias. Se puede callar por prudencia en un momento de desarmonía social, cuando la palabra adquiere virtud de temeridad. Más, cuando existe el deber de hablar, cuando el orden político no tiene para la expresión del pensamiento la amenaza de las catástrofes aniquiladoras, es más que delito ese empeño de ocultar las palabras, ese propósito malévolo de destruirles su sustancia expresiva. No tendremos socialismo los ciudadanos que ejercitan las palabras fingidas. Ello quiere un hablar cortado y todo diestro, que huya el disimulo propio de las épocas de peligro, cuando la voz de los amos acalla las voces del pueblo que sufre.

La verdad es para decirla a los cuatro vientos, así vaya a destruir los perversos planes de quienes, sin escrúpulos, madrugaron el Legado de nuestro Eterno Líder. Mí Comandante: Usted mismo, cuántas veces no ha hablado de la necesidad en que estamos de poner fin a la larga conspiración que desde todos los confines amenaza nuestro Proceso socialista. Mire Usted cómo buscan de engañarnos con palabras dichas entre dientes en la recatada penumbra de los rincones. Y las medias palabras sólo sirven para expresar pensamientos sin forma ni sentido, pensamientos falsos, máscaras de verdades que quedan en el fondo del espíritu avinagrando los ánimos sociales. Mejor harían en pedir que se imitara el talento de aquellos que, no desdeñando lucrar con el hambre del pueblo y con el hambre de los niños sin abrigo y con la angustia de las mujeres que hacen de padre y madre, amasan fortunas, que les permitirán holgar en medio del hambre y la escasez que amenaza a nuestra Patria. Así lo piensan muchos que, por irreflexiva indiferencia, se hacen cómplices de los especuladores y traficantes. No van a la verdad, que condenan como irrespetuosa al orden social, por cuanto saben que su contacto tendría la virtud diabólica de repetir la historia, se levantarían muchas cosas y se verán otras más.

Mi Comandante: Los boliburgueses se apoderaron del Coroto. No tenemos Patria, está Acéfala, sin Rumbo, a la Deriva. Los franchutes asesores del Gobierno, ¡la Francia está quebrada! Zamuro cuidando presa de carne. Él único que salió a defender ardientemente y fiel a Tú Legado, fue el ingeniero Giordani. Se activó la sociedad de cómplices, tienen una rebatiña, cuánto hay pa’eso, ta’barato, dame dos. ¡El puntofijismo! La patria está Urgida de hombres y mujeres dignos(as) que la sirvan sin pensar en la Vecina Recompensa.

Mí Comandante: Te inmolaste en defensa de Tú amado Pueblo. Y todo, ¿para qué?

¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!



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Manuel Taibo


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