El intercambio exterior nace con la mercancía misma. Unas comunidades lo hacen con sus vecinos.
Se trata de intercambio de mercancías excedentes, producidas silvestre o artificialmente más allá del consumo doméstico; esto es una perogrullada.
Primero fueron trocadas, luego aparecieron las primeras formas dinerarias. Su desarrollo desembocó en el “comercio” impulsado por una fuerte demanda formada ya para el siglo XVI de esta era.
Tal comercio se limitó a intercambios entre un país o región hacia otro u otros. El comercio se hallaba divorciado del productor; los intermediarios asumieron todas esas funciones de compra venta de bienes de consumo final hasta hacerlas llegar al consumidor.
Con su desarrollo, alrededor del siglo XVIII, empezaron los pioneros teóricos de la Economía Política a recomendar un comercio centrado en mercancías que no podían producirse en el país importador o que su producción resultara desventajosa respecto de otros países mejor privilegiados. También advertían del peligro de importaciones indeseadas, unas ocultas, otras derivadas.
El comerciante, en aras de asegurarse inventarios continuos y seguros, opta por asumir funciones productivas directas; compra medios de producción y emplea asalariados. Invierte en fábricas y empieza a competir con los países a los que les compraba las mercancías que ahora produce y busca venderles. Se inicia así el modo burgués de producción, aparece el fabricante en serie.Así y desde entonces comienzan los desajustes del comercio exterior, y los conflictos que, lejos de cesar, se han robustecido.
Modernamente, el fabricante desarrollado divorcia de sí la función del mercadeo de su producción. Vuelven por sus fueros los viejos intermediarios tanto para el comercio interior como el exterior.
Este comercio ha sido monopolizado por grandes potencias económicas cuya producción excedentaria debe hallar mercado fuera de sus fronteras, tanto de bienes de consumo final como de medios de producción.
Con la compra e importación de medios de producción, los países importadores de bienes de consumo final se convierten en productores, tal y simétricamente como lo hicieron los primeros comerciantes y mercantilistas antes de dedicarse a la fabricación, según venimos señalándolo.
Esta nueva estructura técnica del comercio exterior la alimentó la banca privada en aras de colocar sus excedentes dinerarios. Lo sigue haciendo, particularmente hacia los gobiernos agobiados por necesidades presupuestarias burguesamente inducidas.
Los capitalistas de los países consumidores de medios de producción también empiezan a tener excedentes dinerarios y se dedican a actividades financieras nacionales. Así comienza la explotación amplia entre capitalistas tanto nacionales como internacionales.
De resultas, todo comercio exterior sin control del Estado o dejado actuar libremente puede resultar perjudicial para la economía del país y del mismo comercio internacional. Es de las pocas actividades privadas que exigen un mayor y más completo control del Estado que debe estar inscrito constitucionalmente. El liberalismo económico no puede ser absoluto, como tampoco el proteccionismo que privilegie empresarios mono y paramonopolistas.
30/07/2014