¿Por qué derrumbar la Torre de David cuando puede ser útil?



Sin dudas el Gobierno del presidente Nicolás Maduro se anotó un punto con la decisión de sacar a las mil y tantas familias que estaban hacinadas en la llamada Torre David, así bautizada cuando se construía para convertirse en una especie de wall stree criollo, creo, por algún periodista irónico o cínico porque estaba ubicada en San Bernardino, parroquia donde habitan muchas familias judías.

El sobrenombre de ‘Torre David’ nació cuando la futura Torre Confinanzas, enclavada en la entrada de la parroquia San Bernardino, hábitat de muchas familias judías algunas de las cuales tenían intereses en la edificación, poderoso centro bancario que se derrumbó con la crisis de los banqueros choros o delincuentes que vaciaron las arcas con el dinero de los ahorristas de muchos bancos y la crisis financiera que generó el neoliberalismo.

La edificación quedó allí, aquella mole sin concluirse totalmente pero adelantada en un 85% o más según señalan los entendidos, y cuyo nuevo uso lo determinó la necesidad de los que nunca iban a accesar a la gigantesca torre bancaria ni a los bancos y comercios que allí funcionarían, el pueblo pobre, los marginados y excluidos de siempre por el capitalismo depredador, familias en estado de pobreza crítica, porque cuando una pareja o una madre soltera con una cadena de hijos no tiene donde vivir, no tiene ingresos fijos y deambula de aquí para allá, se dice que vive o sobre vive en un estado de pobreza crítica. También fue tomado por mafias integradas por extranjeros y criollos, que vendían especulativamente espacios a las familias necesitadas, con la certeza que el gobierno del comandante Chávez no arremetería contra aquellas invasiones silenciosas como ocurrió en cientos de edificaciones que fueron invadidos en la ciudad capital.

Igualmente la descomunal edificación se convirtió en centro de operaciones de bandas delictivas, narcotraficantes, centro de depósito de bienes robados, prostitución y cuanto delito es imaginable que no era ni desmantelado ni enfrentado policialmente con suficiente fuerza por el Estado por una crónica debilidad de nuestro Estado y una tolerancia a veces cómplice. A ello se agrega la utilización de aquellos espacios por grupos de inteligencia extranjeros, conspiradores y subversivos entre otras cosas para filmar allí pseudo películas o infames videos donde se ataca al proceso revolucionario utilizando incluso a familias de las allí residentes. Se pretendía “demostrar” que el gobierno revolucionario reproducía la pobreza y la miseria en vez de atacarla. Es decir, la contrarrevolución fascista y sus agentes imperiales politizaron la ‘Torre de David’ y la convirtieron en un centro de subversión. Nada de eso se ha dicho y es bueno que se sepa.
La decisión final del gobierno de trasladar de ese lugar a mil cien familias que vivían en estado de precariedad y pobreza extrema, de miseria, algo más de 3 mil personas, es, sin dudas, un hecho altamente positivo como un acto de pagar una deuda social de muy larga data, de hacer justicia y borrar ese símbolo infame del decadente neoliberalismo financiero y de la corrupción de los banqueros, lugar grotesco de pobreza extrema en lo que se convirtió en pleno centro de la capital venezolana.

¿Qué hacer con aquella mole una vez que salgan de allí todas las familias que lo habitaron por varios años?
La pregunta no es ociosa, porque no abundan espacios como ese que pueda dársele nuevos usos de acuerdo con los intereses y conveniencias de la Revolución Bolivariana. Esa edificación es un enorme activo que debe ser utilizado en función de los planes estratégicos del gobierno revolucionario. Descartar la tonta idea o planteamiento de derrumbarlo para construir algo nuevo, idea difusa, no bien manejada y mucho menos diseñada.

Debe aclararse que la construcción en su totalidad pertenece al Estado venezolano, que la “rescata” después de la debacle financiera, los asaltos bancarios de la década de los 90’ del siglo XX. Es parte de los bienes expropiados a los banqueros ladrones que se fugaron a los Estados Unidos del Norte, España, Inglaterra y otros países de Europa que a la postre se beneficiaron de aquel dinero robado a Venezuela, las mil millonarias sumas que le robaron a los ahorristas que confiaron en bancos como Confinanzas.

Derrumbar esa edificación es extremadamente costoso y además riesgosa, por el lugar donde está enclavada. Culminarla es lo apropiado, la inversión con seguridad es mucho menor y la utilidad que puede prestar se pierde de vista. Darle un uso –o diversos usos– que beneficie, como se dijo, los intereses revolucionarios, los intereses del pueblo.

¿Quién dijo, por ejemplo, que no deben estar allí instituciones bancarias como el Banco del Sur, una sucursal del Banco de los Brics, una sede del Mercosur. Sedes para la Celac, la ALBA, Petro Caribe, Banco Bicentenario, Industrial o Venezuela?

Pueden funcionar espacios culturales, museísticos, salas de cine, la Biblioteca de la Revolución, sede de alguna institución educativa universitaria, espacios comerciales. Para todo eso y para más da ese espacio que hay que mirarlo en positivo, sin sensiblerías ni innecesarios extremismos, porque plantear el derrumbamiento si es un extremismo.

Ver ese espacio, con un nombre adecuado y no esa pacata ‘Torre de David’, concesión innecesaria del oportunismo al reaccionario sionismo criollo que nada le da a la Patria y si le ha quitado y mucho. El enfoque de su preservación, su adecuación y sus usos forma parte de una visión estratégica no sólo del cuidado de la ciudad sino con proyección a futuro del Gobierno del presidente Nicolás Maduro.

(humbertocaracola@gmail.com) (@hgcaracola)


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Humberto Gómez García

Director de la revista Caracola. Pertenece al Movimiento de Medios Alternativos y Comunitarios (MoMAC). revistacaracola.com.ve

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