A cada cierto lapso de tiempo -no sé hasta cuándo pero creo que ha de ser hasta que el cuerpo aguante y la voluntad siga viva- debo ir al monasterio a expiar mis pecadillos que son pocos y leves.
Mas, me parte el alma observar el rostro de tristeza que las muchachas de la comarca presentan aunque bien disimulado, por tan triste ausencia, no es para menos, la falta de saluditos bonitos cariñosos y dulces que prodigo a mares hace que algunas me llamen embustero porque lo mismitico se lo dices a fulana y a peringana (me espetan).
Ojalá te parta un rayo; ni me va ni me viene más bien estoy alegre; ojalá se hunda esa bicha y un cazón (un tiburón) te coma completico para que haya un fastidio menos -son algunas de las manifestaciones para con éste que soy-. Pero, en el fondo lo que quieren es expresar su honda tristeza.
Ahora bien, yo no sé leer pero me escriben y es el caso que necesito una escribana que me acompañe y me asista en la tarea de plasmar sobre el papel ciertas reflexiones que en momentos de recogimiento pudiesen asaltar mi cabeza; el caso es que no la encuentro y es por lo que apelo a los sesudos analistas que todo lo ven, para que me ayuden a encontrarla.
En principio, deben saber leer y escribir bien bueno pero deben poseer otras cualidades complementarias: medidas 90- 60- 90, pudiesen exceder uno o dos milímetros o acaso faltarles, pero no más de allí.
Demando que se me presente una terna para optar por la afortunada que será gratificada con ver el cielo tisú.
Sin la ayuda de un sesudo analista que todo lo puede ver, dicha empresa será improbable.