Desde que el Proyecto Bolivariano liderado por el Comandante Chávez se instaura en el país, hace ya 15 años, los sectores que lo adversan se han planteado derrocarlo, destruirlo, con la intención de que no se consolide el proceso de transformación que se ha venido impulsando en la vida social de los venezolanos.
Estos adversarios niegan que exista un proceso de transformación revolucionaria en la Venezuela de comienzos del siglo XXI, pero, sin embargo se empeñan en derrocar al gobierno que lo encarna; esto es una evidente contradicción que expresa la incapacidad dirigente de la derecha local para asimilar los cambios que se han operado en el país; especialmente en el campo de la subjetividad de la mayoría de los venezolanos que si están en condiciones de apreciar los avances que les ha deparado el ejercicio del chavismo en el poder de la nación; bastante falta le hace a la dirigencia opositora intentar una lectura desprejuiciada de la realidad nacional, pero, eso sería, como quiso decir el filósofo aquél, pedirle peras al olmo.
Torvos y sinuosos
En esta oportunidad, no vamos a relacionar los cambios, estos están allí, palpitantes en la realidad incontrastable; más bien, preferimos abordar la preocupante idea referida en el título de estas Notas, que está motivado por la conmoción que ha causado en la población la infausta noticia del vil asesinato del joven diputado socialista Robert Serra y de su compañera María Herrera. A ambos les cercenaron la vida de manera vil como saben hacerlo los sicarios importados que se mueven al son del capital.
Acción criminal que no ha merecido la condena categórica por parte de la mayoría de la dirigencia opositora, que frente a hechos de esta naturaleza opta por asumir una conducta torva y sinuosa, nunca de rechazo pleno, siempre marcada por la ambigüedad y el cálculo oportunista. Salvo un sector minoritario que intenta distanciarse de tales prácticas, el grueso de la derecha opositora juega a la doble cara, del sí pero no, con la expectativa de que sí prende la vía ilegal, generalizándose el caos subversivo, entonces, se sumarían a cobrar, es decir, apuntando al doble juego que expresa la ausencia en el campo opositor de una política digna de tal nombre, ajustada a las reglas de la democracia.
Se definen como demócratas pero no proceden como tales, pretenden hacer uso de la táctica de la combinación de distintas formas de lucha pero sin asumirla con todas sus consecuencias, jugando con candela pero sin querer quemarse; no entendiendo que por ese camino se les reduce, primero, las posibilidades de acción política y, segundo, que, tarde o temprano, terminarán enredados en su madeja de contradicciones. Allí está la experiencia de las guarimbas, que las tantas veces que han apelado a ellas han salido con las tablas en la cabeza, derrotados políticamente y produciendo, más bien, el rechazo de su propia base social.
Tentando al genio de la lámpara
Mientras tanto, han estado tentando siempre al diablo de la guerra civil, frotando al genio siniestro de la lámpara, sin percatarse que sí sale de allí expandirá sus efectos terribles por todo el cuerpo social sin distingo de ninguna naturaleza.
Ahora bien, está, esta derecha opositora venezolana, en condiciones de desencadenar una situación que conduzca al derrotero de la guerra civil, creemos que no; en ella ha privado, hasta ahora, el oportunismo y la falta de coraje para sobreponerse a los embates de los rabiosos ultras radicales. Sólo ubicamos en ese propósito al reducido sector ultra radical, ese que ha venido recibiendo entrenamiento progresivo en el decurso de los años y que han sido señalados por los cuerpos de seguridad del Estado, por su participación en la llamada”fiesta de México”, en las encerronas con Uribe en Colombia y en los cursos impartidos por instructores yanquis, ex yugoeslavos, ucranianos, etc, además, de los resentidos figurones, viudos de la cuarta república, muy pocos, en verdad, cuya incidencia real en el escenario político actual es prácticamente nulo y, por supuesto, en los “exiliados” mayameros, tipo, María Conchita Alonso, Eligio Cedeño, Mezerhane, Patricia Poleo, etc., cuya efectividad está en correspondencia directa con la catadura moral que los envuelve; por tanto, el hálito guerrerista hay que determinarlo en otra fuente.
La fuente que nos amenaza
De manera que los propiciadores reales de una situación extrema de guerra civil en nuestro país hay que ubicarlos, fundamentalmente, en el ámbito extraterritorial, en los círculos imperiales estadounidenses, esos que promueven guerras en el mundo, masacran pueblos, destruyen Estados soberanos, violentan las leyes del derecho internacional ( para muestra ver el espejo de Irak, Libia, Ucrania, etc,), todo ello, como decía Bolívar, “en nombre de la libertad”, y como les gusta proclamar, ahora, a sus alabarderos “en defensa de la democracia, del progreso, del libre comercio y de los valores de la civilización occidental”. Pero, eso sí, guerras que hay que desatar a miles de kilómetros de su preciado territorio, tan esquilmados quedaron con los efectos de su cruenta guerra de Secesión. La ambición de reponerle la mano a la riqueza petrolera venezolana los pone al borde de la desesperación; esa es la fuente de la cual manan las amenazas.
El Flaco y su dilema
La dirigencia opositora no se cansa de perder oportunidades para deslindarse de quienes promueven la violencia y acarician la guerra como la salida a la situación política del país. Entendemos es un compromiso de clase, la burguesía se desespera ante la pérdida del poder, de allí la ambivalencia en que se mueve su dirección política. Es el caso patético del Flaco Capriles, la vida le enseña, cada vez, que es en el accionar democrático donde tienen cabida sus aspiraciones políticas, pero la desesperación de la clase a la que pertenece y representa lo llevan a hacerle carantoñas a la aventura violenta y antidemocrática. Ese es su dilema político existencial.