Capital sin fronteras y porqué las mercancías son armas para la guerra cuyo botín es la plusvalía o rentas del Estado

“Nulle terre sans seigneur”, (No hay tierra sin amo),“L’argent n’a pas de maître” (El dinero carece de dueño), así recogió Marx los dichos franceses que expresaban la diferenciante  despersonalización que caracteriza el capital frente a la personalizada propiedad feudal.

 

Que ahorita Venezuela confronte una descarada guerra económica no debe extrañarnos mucho, porque toda mercancía burguesa es una arma en sí misma[1], sólo que la burguesía rentista venezolana, en lugar de contratar asalariados y vender mercancías cargadas de plusvalía, no incrementa la contrata de asalariados para responder a la crecida demanda que ha experimentado el consumidor nacional desde que dejó de ser insolvente; por eso mismo, ella frena la explotación de   plusvalía  a cambio de arrancarle a todos los venezolanos   la renta petrolera      por la vía de dólares baratos que les ha venido entregando el Estado a fin de subsidiar al consumidor mayoritario y de precios crecientes al consumidor.

Como esta burguesía cuenta con  trabajadores amarrados  todavía al pensamiento burgués, con proletarios desconcientizados como clase trabajadora, esta burguesía no ortodoxa no se enfrenta a todos los consumidores que está golpeado con sus políticas de inflación inducida, con sus trampas en las importaciones camufladas y actualmente con el acaparamiento o atrincheramiento de arsenales de mercancías   usadas como armas, como lo que son y han sido.

 Por el contrario, esa burguesía rentista se halla usando para sus fines a esa cuota de consumidores no afectos al gobierno y que siempre pertenecieron y apoyaron los desmanes de la derecha durante el Puntofijismo, alimentados como lo están siendo ideológicamente con la prensa y TV bajo control y netamente antiproletarias.

Como su  estrategia de inflación exorbitantemente inflacionaria del último cuarto del año 2013 le fracasó con la ley de precios justos, optó entonces, como lo está haciendo, por limitarse a importar y esconder la poca producción fabril que no puede parar por temor a una nacionalización masiva. Aquellos precios exagerados consiguieron marcar los precios que ahora están resultando altos, pero más tolerables que aquellos, a manera de una continuidad inflacionista en dos fases. Como toda inflación, se busca quebrarle el salario al trabajador que en estos momentos se halla más cuadrado con el socialismo gubernamental que con el capitalismo opositor.

Por todo eso, resulta que pedirle a un empresario burgués respeto   a la Naturaleza, por ejemplo, al territorio de EE UU, cuando sus gobernantes carecen de autonomía económica para impedirles a sus mandatarios capitalistas que lo agredan con sus antiecológicos procesos productivos, eso es pedirle peras al olmo porque ningún capitalista  opera  al servicio de ningún país, repetimos: de ningún país, ni mucho menos al servicio de unos gobernantes que fueron electos para servirles a ellos desde sus posiciones gubernamentales, judiciales, legislativas, militares, policiales, culturales, etc.[2].

Por eso, la base de toda sociedad es la estructura económica, y si esta es burguesa, burguesas serán sus mercancías, sus mandatarios burocráticos, sus jueces, sus actores y actrices, sus docentes, sus trabajadores[3], etc., salvedad hecha del proletario consciente ya.

Que la sede nacional de los principales ricos y burgueses, que la de los máximos dueños de las transnacionales, como personas,  residan en tal o cual país, eso no significa que el capital sea, mismo ejemplo, de los EE UU  o de Japón  o de Venezuela, no significa que  el capital sea, respectivamente, norteamericano, japonés o venezolano.

 El hábitat del burgués puede ser determinado país, determinada patria con sus respectivas costas y fronteras, pero el hábitat del capitalista ortodoxo (aquel que vive de la plusvalía) es el mercado, y este no conoce más fronteras que la posible, factible y viable rentabilidad de su capital. Ignora el país donde vea amenazados sus negocios y emigra hacia aquel donde vislumbre alguna posibilidad de contratar asalariados y de colocar su capital hecho mercancías.

No así, el capitalista rentista como el venezolano que se acostumbró a vivir de la renta petrolera facilitada por el Estado bajo las diferentes formas posibles permitidas por gobiernos corruptos. Tales como: Cesión de créditos impagables o condonables, licencias e importación  sin control alguno, fijación de precios al margen de una sana estructura de costos, y de unos años para acá, burlando el Control de cambio mediante la obtención de divisas baratas a las cuales usar con fines de marcaje de precios para la paridad devalaucionista del bolívar. Por eso ni lava ni presta la batea en Venezuela.

De allí que el capitalista y burgués venezolano sí tiene fronteras marcadas por la blandenguería que le han ofrecido los gobiernos no electos por el pueblo, sino por la propias cúspides burguesas, tal como ocurrió durante los últimas 4 décadas de la república anterior.

 Una cosa es la persona  burguesa, y otra, esa misma persona en funciones como capitalista. Por eso en Economía hablamos de división de “clases sociales”: la burguesía o conjunto de personas que no trabajan y son dueñas de los medios de producción, y la clase formada por proletarios o conjunto de personas que sólo trabajan por carecer de medios de producción.

Pedir, pues, respeto hacia los demás, tanto a otros burgueses como a los proletarios cuando salen de la fábrica, es desconocer  que el capital no tiene fronteras, que el capital o la relación burgués-proletario no se mueve con criterios subjetivos, ni es puesto en marcha según relaciones personales entre empresarios ni entre estos y sus trabajadores; el capitalista ortodoxo desconoce los valores patrios, los culturales, religiosos, deportivos, artísticos, salvo que   los resultados de labores artísticas, religiosas o deportivas sean motivo para invertir en ellas luego de medirles e imponerles un mínimo de rentabilidad y viabilidad capitalistas. 

18/01/2015 10:39:31 a.m.


[1] “La riqueza de las sociedades en que impera  el régimen capitalista de producción  se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías, y la mercancía como su forma elemental “(de todas esas armas). Tomado de El Capital, Libro I, Capítulo I).

[2] El afamado Contrato Social de J.J. Rousseau no es sino un fantasioso y engañifloso libro sólo para quienes  no se acojan al criterio dialéctico y materialista para ver el mundo, sus religiones, sus filosofías, su economía. La clase burguesa no negocia  con el Estado, este está para servirle, y los contratos entre particulares y entre estos y el Estado no son políticos, sino  simples contratos comerciales  regidos por códigos amparados todos por  el Derecho burgués.

[3] Contradictoriamente, hasta los proletarios actúan con criterios burgueses, y de allí la necesaria concientización de la clase trabajadora porque mientras esta asume funciones y sueños burgueses, sólo funciones y sueños  burgueses pasan por la mente de la burguesía.



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Manuel C. Martínez


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