Disfruto de la caricatura cuando ésta abarca la dimensión ética del pueblo, pero cuando es sedicente, y no porque sea en blanco y negro, entonces ni fu ni fa, verbi gratia, la de caricatos apátridas, ganapanes, palangres.
Esa caricatura denigratoria del gentilicio conocida por todos pero rechazada por la gente decente, que es la inmensa mayoría, perece paso a paso y nace una expresión magnífica porque tú la aprehendes de flash, que bueno, y he ahí, para muestra, ese botonazo fauvista de Vicman, hoy en red.
Qué bueno, tú la miras y de ipso facto sabes que se trata del vivo retrato hablado de la corrupción del sacerdocio y de paso de la típica conmilitona descerebrada y escua que desde el reclinatorio le pide al Papa Francisco, no comulgar con curas cristianos como Arnulfo Romero sino con los utilitarios tales esos de la Conferencia Episcopal Escua[lida] Venezolana -CEEV- que dan pena ajena; así lo entendí a mi modo de ver.
La buena caricatura siempre deforma lo que quiere representar pero nunca se sale del entorno de la realidad para ir a lo grotesco sino que se asume éticamente asertiva; hay que considerar que la realidad no sólo está fuera de nosotros, sí la percepción de lo que es tu entorno es reducida tú tiendes a ser egoísta y el egoísmo mata el arte.