Tenemos un hermoso y amable país, con la gente mas agradable que se pueda encontrar en nación alguna y los paisajes mas diversos, de norte a sur y de este a oeste, que geográficamente conforman el gran país que se llama Venezuela y esto es lo que deseamos mantener para nuestros hijos, nuestros nietos y sus futuras descendencias, porque somos una tierra de paz y bendiciones.
Desde que tenemos conocimiento, el amor parece ser el ingrediente aromático que perfuma a nuestra gente y eso es factible apreciarlo cuando se viaja hacia cualquiera de nuestras regiones. Podemos hablar de esa ternura popular que tienen los orientales, quienes son capaces de dar su cama y comida a quienes los visiten y comparten con ellos, vengan de donde vengan los visitantes, pero también disfrutamos de la gracia que tienen los zulianos, la simpatía de la Ciudad de los Caballeros, es decir, Mérida, la gentileza de una ciudad como Caracas así como la belleza nuestros llanos, ríos y esas islas que son como una corona que adorna nuestro frente al mar.
Ciertamente que no hay dos como nuestro suelo venezolano.
El solo hecho de recordar algunos de los miles de capítulos que tiene la historia de este país, sentimos la fuerza de quienes fueron protagonistas en aquellos tiempos. Es una tremenda herencia de la cual hablaron y escribieron en el pasado y lo seguirán haciendo hoy y mañana.
Y que conste que nuestra historia reseña una larga lucha por la libertad, por la paz y por la defensa de los menos privilegiados y en el presente siglo esa lucha se ha profundizado para ir consolidando una sociedad que otorgue un mayor bienestar a un pueblo que estuvo padeciendo gobiernos que los buscaban con la visión de aprovecharse de ellos por la vía del voto.
Hoy sentimos al país, apreciamos los valores que nos dejaron quienes lucharon con valentía y hoy actuamos con la dignidad indispensable frente a nosotros mismos y frente a los demás. Siempre dando la cara, ofreciendo nuestra buena palabra y estrechando las manos que haya que estrechar en función de vivir en armonía, en equilibrio, en paz, y por eso no podemos ser una amenaza para nadie.
No fuimos una amenaza en el pasado porque el país ha sido una tierra de héroes, de libertarios, de hombres visionarios, convencidos plenamente de la importancia de tener ciudadanos libres, hombres y mujeres de honor, personas dignas, incapaces del mal.
Venezuela ha sido y es cuna de personas ilustres, una gente que popularmente es calificada por nuestro pueblo como personas sanas, lo cual difiere -por muchas leguas- de personajes que han vestido la mentira como norma de vida y que han acarreado y acarrean mucho mal, demasiado mal, a millones de personas en el mundo, que ven a la humanidad como el gran mercado a donde ellos deben llegar y quienes consideran que los seres humanos solo sirven para constituir el gran cargamento de esclavos y para que sean estos quienes siempre sirvan la mesa para quienes se consideran seres superiores y predestinados por la providencia a guiar a los seres humanos de este mundo.
Pese a esa desviada creencia, muchos de esos individuos capaces de hacer las guerras que les parezca, llevan un cartel en la espalda en el que se lee con claridad meridiana el lema “la indignidad es nuestra pasión y nuestro norte”.