Conocemos algunos casos: empresarios, terratenientes, profesionales y técnicos quienes, a veces, solamente para aparentar que no están enriquecidos y poner como bolsas al resto de sus conciudadanos[1], han formado y forman sus debidas colas[2], por sí mismos o por uno de sus “cachifos”, para cobrar la pensión y demás beneficios que la ley hoy les concede, ley y leyes que hasta un día antes de entrar en la ancianidad, se hallaron protestando y haciendo contrarrevolución y maldiciendo, ayer a Chávez, y hoy a Maduro, por la promulgación aprobación de esas mismitas leyes que ahora los beneficia y hasta tienen el tupé de reclamarlas como algo ajeno al presente gobierno y actual nueva república. Hay escualidísimos y escualidísimas que exigen "sus casas", pero no quieren nada con la palabra comuna.
Es que de contradicciones está saturado el régimen capitalista, muchas de las cuales, si no todas, resultan inzanjables.
Por ejemplo, que el capitalista entre pobre a su empresa o con poco capital prestado-entra con deudas-, y que salga boyante al final de unos años, mientras sus trabajadores entran cargado con toda la riqueza de sus fuerzas de trabajo y al cabo de su económica vida activa, sale pobre y apenas jubilable.
Todas esas contradicciones tiene una matriz de formación, una base económica que las sustenta a todas, esta es la consideración de que las ganancias dependerían de los grados de habilidad con que nacerían los "privilegiados por Dios", o sea, que “los empresarios son benefactores de los trabajadores porque a estos les dan empleo, aunque aquellos especulen".
[1] Este tipo de individuos ha llegado a defecarse sobre las leyes bolivarianas o, por lo menos, a usarlas como papel “higiénico”, pero no así en casos como cuando son electos diputados, gobernadores o alcaldes. Hay uno de estos personajillos que ha dicho por la TV que “si los resultados electorales les favorecen, los admiten, pero si no, los chazarían, tan sencillo como eso”, y dicho con un tonito de ridícula potencia prestada.
[2] En esas colas los verán ustedes ayudados con un bastón para inspirar lástima y frenar así cualesquiera recriminaciones que uno de sus exasalariados, uno de sus clientes, ni siquiera de pensamiento proteste semejante demostración de desvergüenza, de pichirrería o miserabilidad.