García Márquez en la Cumbre de las Américas

Hace un año partió Gabriel García Márquez; eso dicen, aunque creo haberlo visto rondando  por la ciudad de Panamá,  tomando notas, mostrando su sonrisa debajo de sus antiguos bigotes de canutillos blancos y grises. Estuvo en la Cumbre de las Américas. Creo haberle escuchado decir que ese evento  era la consagración del realismo mágico de América Latina y el Caribe. Lo vi en el Corrillo, en la Universidad de Panamá escondido detrás de un pupitre, también estuvo en el propio teatro de teatros, y se burló de Obama cuando se  escapó por temor a los insultos que creyó le iban a proferir esos dos indígenas del sur, Evo y Nicolás. Y creo que se ladilló de tanta verborrea y hecho el sudaca se escapó con sus notas pródigas en  una  pequeña embarcación,  rumbo a la calma del Pacífico, a darse un baño en la isla de Taboga, la Reina de la Flores, a  comerse unos mariscos acidulados con vinagre hecho con algas.
 
En esas notas  apreciadas del Gabo estaba claro como  la gente de ese inmenso territorio de 33 países trataba de hacer cambiar a los malos de dos países, uno padre de todas las agresiones que ocurren en el mundo actual y el otro silente, pero aliado incondicional, compinche.  En su travesía hacia Taboga  recordó como  cierta vez,  en un autobús  en Caracas se montaron dos choros, uno agresivo que decía de si mismo que era muy malo, y el otro que  solo asentía con su cabeza. Solicitó  a los pasajeros que le dieran real, que entregaran las riquezas, porque él era muy malo, y si no que le pregunten a mi amigo. El amigo decía que era verdad, moviendo su cabeza. Pero también dijo que podía  hacer concesiones, y el amigo movía la cabeza asintiendo. Los pasajeros, aquella vez  sacaron hasta la última locha que estaba escondida en la relojera, colocaron lo  de mayor valor y todo aquello transable para complacer al ladrón malo, pero a sabiendas que el ladrón bueno, si existe, también recogería parte del botín. De lo robado, el ladrón malo les dio algo a unos personajes que viajaban en el bus, una pequeña parte del botín para que se pagaran sus gastos energéticos. Estos, ante tanta  maldad aparentada  por el ladrón, no dijeron ni pio y se embolsillaron la propina. El Gabo pensó que esto tenía algo de sentido para levantar una crónica sobre la Cumbre de las Américas, pero prefirió rasgar los trazos hechos en su mente, y seguir pensando sobre el tema.
 
Finalmente, después de  esa travesía, acompañado con  una  suave brisa marina arribó a Taboga. La pasó bien, miraba a los lejos lo que era la sede de la Cumbre, tomó  sus notas y escribió solamente esto en adicional: En esa vaina no hubo novedad, y si la hubo es parte de ese realismo mágico que creen que yo inventé, y es obra de los pueblos. Quieren transformar un imperio desde la palabra y no desde la conciencia. No se han percatado que el imperialismo no cree en la magia, sino en el poder de la maquinaria militar. Ni que fuera la última vez que un Imperio muestra sus garras.
 
García Márquez, se quitó sus pantuflas, su sombrero comparado en una quincalla china como legítimo Hecho en Panamá, se dirigió al mar y caminó como Alfonsina hasta desaparecer sentido porque no hubo novedad… salvo que amenazante en un puerto panameño estaba un portaaviones que una vez apoyó la invasión y la muerte de tantas personas, y eso pasó como si no significara nada, ni para el gobierno panameño ni para sus invitados.
 
Era él, o todos los que seguimos ese evento éramos él.
 


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Miguel Mora Alviárez

Profesor Titular Jubilado de la UNESR, Asesor Agrícola, ex-asesor de la UBV. Durante más de 15 años estuvo encargado de la Cátedra de Geopolítica Alimentaria, en la UNESR.

 mmora170@yahoo.com

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