Muerto Chávez, la prioridad para el presidente Maduro y la alta dirección del chavismo fue mantener la estabilidad política: no dejarse tumbar. Esto fue completamente racional: la oposición hizo todo lo posible por derrocar el gobierno. Su cálculo fue que, al desaparecer el gran líder, el chavismo se desplomaría. No fue así. La llamada "unidad cívico-militar", ese bloque político en el poder, mantuvo una cohesión que le garantizó enfrentar la amenaza de la derecha.

Dados los objetivos, se puede hacer la evaluación. Maduro tuvo éxito en mantener la estabilidad política, derrotar la subversión del ala inmediatista y violenta de la oposición y conservar unificado el chavismo. Valga decir que a este "éxito" de Maduro contribuyó la oposición con su política inmediatista y errática que profundizó su fragmentación; pero también ayudó el famoso decreto de Obama y demás circunstancias (o casualidades) que fueron oportunamente aprovechadas para reiterar el discurso chavista, insistiendo en la fuerza movilizadora y cohesionadora del símbolo del "Comandante Supremo". Y sobre todo, una base social chavista leal y consciente de su responsabilidad.

La cuestión es que esta prioridad política absoluta (mantenerse en el poder, estabilidad política) tuvo el costo de la pérdida de perspectivas. Ya lo dije, y me dolió. Esta es la única explicación que consigo para situaciones como el retraso de la toma de decisiones que los propios miembros del alto gobierno habían vislumbrado desde hace casi dos años, por lo menos en lo económico: aumento de la gasolina, unificación o al menos simplificación cambiaria, control de las importaciones.

Esta prioridad absoluta no lo explica todo. Hay "fantasmas" que obstaculizan la toma de decisiones económicas. El más obvio: la explosión popular del 27 y 28 de febrero de 1989. El gobierno invirtió en una campaña para convencer a la gente de la necesidad del aumento de la gasolina, sólo para no decidirla. Parece que el "fantasma" asustó más a nuestros dirigentes, que un análisis verídico de la situación.

Se optó por el discurso de la "guerra económica" para no seguir hablando del desfalco de los dólares en 2012, gigantesco robo donde participaron coaligados igual funcionarios corruptos y empresarios de maletín. Esto permitía seguir culpando al "enemigo" de todos los males, cuando es evidente que la gestión venía arrastrando gravísimas faltas y hay mucha "riqueza súbita" por ahí. La retórica mitinesca ha venido sustituyendo al ejercicio de un verdadero liderazgo que al menos explicara que no se pueden mantener las mismas políticas de cuando el barril valía más de 100 dólares; ahora llega a duras penas a 52.

Se ha insistido varias veces en la retórica del diálogo. Como respuesta a la "guarimba" estuvo bien; pero ya los contactos entre el "sector productivo" (que son los mismos que en otros contextos se llaman "burguesía parasitaria") se convirtieron en sólo un "tira y encoge" por los dólares para importar y nuevos precios a aumentar. Ahora el gobierno es el principal importador. Lo de la "productividad" es sólo una frase.

El costo de la estabilidad política relativa ha sido la pérdida de perspectivas de una transformación revolucionaria de la sociedad venezolana. Se olvidaron los análisis sobre la estructura dependiente de nuestra industria. Se pide y pide prestado a los nuevos "panas" chinos y rusos, sin advertir que son banqueros igual. Ya nada remite a una transformación estructural. Todo es en función de mantenerse. Y en la historia eso es señal de estancamiento y próximo derrumbe.

Hay que agradecer la paz civil relativa que gozamos. Hay que decir: bueno, al menos esos operativos están recuperando para el estado algunos territorios que estaban en manos del hampa y la amenaza paramilitar que se viene denunciando desde hace años. Pero la vuelta a la miseria, esa quiebra de la moral social que son los "bachaqueros", la corrupción, la ineficiencia y la insensibilidad de muchos altos funcionarios, eso no se agradece; al contrario, eso sigue erosionando la ilusión popular de una revolución socialista.