Jacinto Angarrieta llegó esa noche 20 de abril de 2006 a su rancho de la periferia caraqueña. La noche estaba clara y varias palomas, siéntese pa´ que descanse, volaron asustadas debajo del firmamento. Había un sopor a quietud. Desde un rancho del camino se escuchó el crujir de un viejo jergón. María Morena dijo al paso de Jacinto, “Coye esos muchachos se casaron hace tres días y no han salido afuera ni a ver la luz”
Jacinto introdujo la llave en la cerradura y despegó el rectángulo llamado puerta. No olía a comida. Significaba que Delia la esposa de Jacinto estaba ausente. El hijo de Jacinto, llamado por los amigos de éste, Jacintito, estaba sentado en la raída butaca de la sala viendo la televisión. Jacinto pasó a su lado y le palpó el hombro. El muchacho volteó y le sonrió al padre, mientras le pedía la bendición y le apretaba la mano gratamente. Del techo pendía… ¡coño!, ¿qué va ser? El bombillo, que desparramaba luz mortecina (era de 40). Jacinto entró a su habitación. Lentamente se fue despojando de la vieja ropita, que empero adoraba. De pronto un grito salido de alguna utópica catacumba le heló la sangre: ¡¡Papáaaaa! Jacinto descubrió en esos arpegios juveniles, la armonía simétrica de su hijo.
Con su interior manga larga de rombos escuálidos, ¿escuálidos? ¡Zape gato!, salió de la habitación, como diablo que lleva alma, ¿así es la vaina o al revés? “¡Mira, papá, es él!” y señalaba a la pantallita del blanco y negro televisor de 13 pulgadas que tenían desde hacía quince años, porque no eran capitalistas e igual veían las mismas vainas que en uno nuevo y de color. “Papá, ¿no es ese el hombre del cual siempre me has hablado?” En efecto, el hijo de Jacinto estaba más claro que un día de otoño de la madre de alguien. El hombre vestido de azul con corbata vino tinto, con su eterna bocaguá, al que el hijo de Jacinto señalaba despavorido, no era otro que Teochoro Pecón. Jacinto solía hablarle al hijo de los seres humanos que dejan cosas positivas en la vida y de los que no. Teochoro Pecón era lo último. Jacinto se colocó en el pasamano del viejo mueble y escuchó: “Soy Teochoro Pecón y me he lanzado a la presidencia del país, porque estamos cansados de que este gobierno mantenga la desunión, de que no se le de trabajo a la oposición, etc., etc.”. Jacinto viajó a los sesenta. Pensó en sus amigos de aquella década.
Los visualizó alegres, optimistas, con sus sacos a la espalda, sus botas, sus claros ojos, rumbo a las guerrillas en alguna selva venezolana. Se marchaban a “combatir al traidor Rómulo”, según palabras de Teochoro Pecón. Pues más de la mitad de ellos no volvieron. Fueron muertos, lanzados desde helicópteros, apresados, torturados, mutilados, mientras Teochoro Pecón y quienes los enviaron allí, gozaban una bola en la capital venezolana. Teochoro Pecón odiaba tanto a Rómulo que se casó con una de sus trabajadoras que laboraba en el Canal 5 y tuvo una hija que trabajó años más tarde, en Inparques. Esta hija de Teochro Pecón, vivía en un “humilde” apartamentico por La Campiña, al lado de PDVSA. Teochoro Pecón odiaba tanto al sistema, que se lanzó como un mismo lamesuela, indigno a los pies del jefe del Opus Dei llamado Rafael Caldera y desde allí, desde el ministerio que le dio el viejo zorro, para humillarlo Teochoro tuvo el tupé de gritarle a los ancianos jubilados del SSO, cuando fueron a reclamarle el pago de la pensión de vejez que…”ustedes no pueden estar pidiendo nada, porque ustedes no trabajan”. Recordó viendo a Teochoro Pecón, a los Miserables de Víctor Hugo. Al Hombre de Hierro, al Hombre Mediocre.
Era el mismo Teochoro Pecón, que en cadena, despotricaba de que “no podemos vivir así desunidos”. Sintió indignación, algo que no solía pasarle porque en la vida, decía Jacinto, uno debe acostumbrarse a que existen genios y estúpidos. Pero Teochoro era el caradurismo elevado a la máxima potencia. Un hombre gris, sin nada de que sentirse orgulloso en la vida política, un siniestro personaje de LA MASACRE DEL ENCANTADO, DONDE FUERON ACRIBILLADOS JÓVENES Guardias Nacionales venezolanos, del cual algunos no se han olvidado y que están por obligación moral, de recordárselo a la nueva generación. Teochoro Pecón era un personaje lamentable, tratando de valerse de los medios de comunicación, buscando confundir. Jacinto entendía que la Constitución daba toda clase de oportunidades a quienes anhelaran buscar la presidencia del país, pero también se sentía insatisfecho de que hombres como Teochoro Pecón no se les mutilara políticamente. Y eso no era porque significaba algún contrario con guáramos para enfrentarse al genio de la comunicación y el humanismo Hugo Chávez.
Era, eso sí, porque la sociedad debe darle un parao a estos demonios, a estos payasos, a estos descarados, a estos burlitas, que se imaginan que el pueblo es idiota y que no va a recordar nunca, que fueron ellos habitantes perennes del infierno, del jalabolismo, de la mediocridad, de la indignidad., de la traición, de la puñalada trapera, del entreguismo ideológico, de la venta de alma juvenil al statu quo. Teochoro Pecón es un personaje de viento…de viento flatulento.