La única acción extremista de Chávez fue la sublevación militar del 4 de febrero del 92, operación izquierdista por su contenido ideológico y por su metodología conspirativa. Podría compararse políticamente con el asalto al Cuartel Moncada por Fidel Castro haciendo la salvedad de haber sido este último un acto protagonizado por combatientes de origen civil revolucionario. Al salir de la cárcel Chávez y sus compañeros de armas se acogen al camino pacífico de la revolución, a diferencia del cubano y del sandinista, lo cual explicó muchas veces el Comandante, y fue ésta la línea aprobada finalmente por el desaparecido MBR-200 que dio paso al MVR sin devaneos extremistas. Chávez llegó al gobierno con este predicamento de la democracia burguesa el cual quedó consagrado, por la Constituyente, en la Constitución del año 1999. No hay que olvidar la preponderancia política y la influencia sobre Chávez, en la Constituyente, de Luís Miquilena, dirigente fundamental del MVR, cuya figuración y trayectoria, antes y después de ser chavista, lo dice todo.
Quienes todavía se ilusionan con el supuesto carácter revolucionario y socialista de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela sólo deben recordar, para poner los pies sobre la tierra, el "No" triunfante en el referéndum constitucional del 2007 que disipó la esperanza de una propuesta avanzada para reformar la Constitución con un contenido más democrático y revolucionario. No se pudo con la opción del "Si" y la derecha se impuso por primera vez dejando en claro, para ellos, que la Constitución del 99, a la que originalmente se opuso, era perfectamente válida, como pedrada en ojo de boticario, para el cumplimiento de sus propósitos capitalistas y neoliberales.
No tiene mucho sentido poner en duda la fidelidad de Diosdado y Maduro con el legado de Chávez. Ellos son los más conspicuos herederos del chavismo. La desaparición física del Comandante eterno dejó un vacío imposible de llenar con videos y discursos pero la continuación de su concepto de revolución, el socialismo del siglo XXI, está garantizada por la dupla de la cúpula chavista. Diosdado y Maduro no son iguales como dos gotas de agua, a mi juicio, el primero es más propenso a caer en tentaciones extremistas a diferencia de Maduro totalmente curado de sus delirios juveniles.
El tema es porque la extrema izquierda chavista y la izquierda moderada disidente del chavismo coinciden en sostener que la culpa de la grave descomposición nacional se debe al rompimiento de la gestión administrativa de los sucesores de Chávez con la de su antecesor. Se da por sentado, sin más consideraciones, que si Chávez estuviera vivo los graves problemas en el país se solucionarían en materia de corrupción, concesiones a la burguesía, ineficiencia, relaciones internacionales, inseguridad y planificación económica, entre otras.
Esas conclusiones son alucinaciones generadas de una amorosa pasión chavista pero no tiene nada que ver con un análisis objetivo del problema. Con pocas excepciones los que están mandando son los mismos del gobierno de Chávez quienes siguen la misma política del Gigante alejada de la extrema izquierda la cual nunca ha podido capturar el apoyo mayoritario del país. Quizá sea demasiado temprano para describir al Chávez real y humano porque predomina, por la cercanía de su obra, la subjetividad tanto en los detractores como en sus apologistas.
Si este proceso bolivariano se viene abajo, ojalá que no, y resultan ciertas las lúgubres predicciones electorales de las encuestas no caerá el socialismo, que nunca se llegó a concretar, sino se derrumbará el chavismo puritano descontaminado del marxismo y de las ideas izquierdistas.
La esperanza no ha muerto, rotundamente no, porque con la crítica y la autocrítica no renegamos del compromiso emancipador que prendió en las masas desbordadas por un sentimiento de insurgencia transformadora y antiimperialista, encarnado en Chávez, por un mundo mejor. Mientras ese sentimiento siga allí vivirá por siempre la idea imperecedera de una utopía posible y revolucionaria para el cambio histórico, el sueño más grande de un extremista.