Paradójico: El libre mercado en favor del Socialismo
Advertencia: En materia de formación de precios, carecemos de participación directa en funciones burocráticas. Nos limitamos a señalar cómo funciona el mecanismo de costes, ganancias y precios[1] controlados directamente por los empresarios que hacen del lucro personal la meta de su participación como fabricantes e intermediarios.
Quede claro que la idea de la libre competencia no es un capricho ni ninguna imposición arbitraria de los capitalistas. La parte subjetiva de todo comerciante se confina a su decisión de invertir y hacerlo. El desarrollo de ese capital, a partir de entonces, resulta autónomo respecto de sus dueños; ese capital inicial cabalga sólo, sujeto a reglas tecnoconómicas imperantes en cada estructura económica que poco tienen que ver con la subjetividad de cualquier ser humano que en ella viva, trabaje o no lo haga.
Es que existen leyes propias del modo capitalista, leyes libres y subyacentes ajenas a la voluntad del empresario burgués. Eso nos lo enseñó Karl Marx quien, además de señalarlo expresamente en su prólogo de El Capital[2], sin que no lo hubiera marcado así, la dinámica capitalista de la producción, la circulación del capital y la distribución de plusvalía (los resultados concretos de la explotación de asalariados = ganancias), que tan detalladamente nos las ofreció en El Capital, ocurren y concurren de una manera tan objetiva que mal podríamos suponer intencionalidad alguna sobre el curso de los movimientos patrimoniales concretados en el capital lanzado a la producción bajo relaciones burgoproletarias. Su causa: la separación de los medios de producción de la mano de obra proletariosalariada que, como fuerzas productivas, sólo son asociadas dentro de las empresas montadas y con propiedad privada por/de los burgueses en su condición de, los primeros, de aquellos medios, y los segundos, de su fuerza de trabajo cuya utilidad es crear riqueza, parte de la cual está representada en dichos medios sin que el trabajador haya recibido un céntimo en contraparte.
Es así como la formación de unos precios contentivos de determinados costes de producción, cargados de determinada cantidad de plusvalía o preganancias sólo pueden ser el resultado de la lucha entre los capitalistas, según el mayor o menor grado de libertad para invertir aquí, dejar de hacerlo allá, con esta mercancía y no con aquella, para obtener tal o cual rentabilidad.
Digamos que, fijado por el Estado un primer precio máximo de venta al público, este, necesaria e inevitablemente, deberá estar ajustándose periódicamente, como si lo hiciera la libre competencia en el libre mercado.
De esa manera, la libre competencia seguiría su marcha en un mercado libre-libre, no porque el Estado deje de intervenir-, sino porque sólo así pueden irse formando nuevos costes, con nuevas ganancias y con nuevos precios que podrían ser inferiores, superiores o sufrir altibajos propios de una dinámica comercial y fabril que se halla en constante movimiento en lo técnico y en lo económico.
Por ejemplo, unos trabajadores mejor organizados y más estimulados podrían ofrecer y crear mayores ganancias, abaratar los costes y por consiguiente los precios, o viceversa.
26/10/2015 08:45:05 a. m.
[1] Esas tres funciones económicas, mezcla dialéctica expresiva del valor de las mercancías, están forzosamente sujetas a la competencia o lucha entre los capitalistas, salvedad hecha de agentes mono u oligopolistas. Cualquier injerencia del Estado ora anula la competencia que es la forma ortodoxa de bajar los precios con cargo al sacrifico de la ganancia individual, ora el injerencista tendría que valerse de una gran cantidad de funcionarios dedicados a permanentes y hasta zigzagueantes reajustes de costos, de ganancias y de precios tendentes a la protección de los pequeños y hasta medianos empresarios. Digamos que se trata, pues, de una intervención estatal que busca frenar los perversos ventajismos que ofrece el libre mercado cuando se deja al libre juego de la oferta y la demanda. Juego este que necesariamente conduce al monopolio o a sus medidas paramonopólicas, una conducción ajena a la voluntad del empresario ya que él no puede dejar de aspirar máximas ganancias cuando la coyuntura se le presta, so pena de que otro lo haga contra sus intereses. Así funciona el libre mercado: ofrece ventajas y desventajas que se interpenetran dialécticamente favorables a unos con cargo a perjuicios para otros, tal como ocurre en la mesa de los comensales con la fuente del día: si alguno de ellos sobrepasa su dosis alimentaria, deja a otros sin la suya. Renunciar a una ganancia máxima sería una debilidad empresarial. Esta posibilidad resulta difícil de reconocer, pero es una realidad burguesa concreta y vigente mientras haya tan siquiera una sola empresa capitalistas ya que esta inemdiatemanete sería competida y el ciclo inevitable de la competencia intra e intercapítalista se iniciaría sin solución de continuidad. Sólo la erradicación absoluta, total, de estas relaciones supondría fin, a los abusos capitalistas en cuestión, no a los empresarios que perfectamente podrían seguir dándonos sus experiencias técnicas, aunque sin el perverso encanto económico de la ganancia no compartida procedente del trabajo de terceras personas. de la ganancia privada. El libre cambio, si bien permite la nivelación de las tasas de ganancia, según el grado de explotación en fábrica, deja abierta siempre la puerta a las medidas paramonopólicas.
[2] Contribución a la Crítica de la Economía Política.