Y cómo se entiende que lo que le da fuerza y vitalidad al yo-ego de
las personas es ese constante comunicarse dentro de la dinámica que a
diario se trasmite, sea importante o no en el convivir de la
cotidianidad, donde unos tratan de demostrar que son más hábiles que
los otros con su carga de egoísmo que, no se desampara ni antes ni
después de lo expuesto, lo que para muchos, parecerá complicado, pero
no, pues esa es parte de nuestra rutina emisor-oyente-emisor en los
medios de comunicación y ahora como palestra en Aporrea.
Para dirigirse a otro (a) hay que saber en qué términos hacerlo
porque, de lo contrario genera como subterfugio el solicitar de
inmediato un derecho a réplica -por las buenas o por las malas- que le
dé al solicitante la oportunidad de desohogarse más y, juntar en
lenguaje preciso la falta de respeto y desconsideración de ponerlo
delante del público lector al desprecio que pueda causar a su persona
de reconocida importancia dentro de su trayectoria que, no sale ni
trasciende el pensamiento que haga posible descubrir que el ofendido
haya creado con afán un -statu quo- que lo coloque en un nivel difícil
de alcanzar en su pretensión de tal manera que, rebase los límites que
él cree haber alcanzado en su manifiesta realización de poder decir a
conciencia lo que escribe y, sabedor que esa misma conciencia puede
ser alterada como se deseé, es decir corregir a tiempo y a gusto lo
expresado por escrito.
Ahora bien, eso parece lo inmediato en el orden de ideas que cada
quien exprese lo suyo como quiera y, jamás deberá ser vulnerado ni
mucho menos mal interpretado por alguien que posiblemente no reúne los
méritos ni alcanza la lucidez de aprender a tomar conciencia de la
limitación de lo humano y, en vez de recibir, la crítica o la
observación a lo dicho se convierte en un energúmeno que le place
fastidiar a quien haya osado interferir en el conjunto de sus ideas
que, por el sólo hecho de contradecirlo o refutarlo tiene que ser
penalizado públicamente como el que comete un penal de odio contra su
persona que es bien difícil de olvidar al tratar de convertir lo
positivo en negativo, lo que no está permitido en la sociedad de
cómplices en que el disentir ofende. O se puede disentir sin tocar
extremos y si alabas bien venido seas al reino de sí mismo.
Jugar con las palabras sin apretar desconsideraciones es más fácil que
meterse con el “tesoro de los errores” como pasado y, en ese
particular hay que tener mucho cuidado que las inestabilidad estará en
cada esquina como íconos de ofensa represiva y, más vale olvidar que
recrear en otros vaivénes de extremistas mal juntados en nuestra
revolución que, por ahí anda de traspiés en traspiés, pero camina como
suspirando al tiempo y, los habladores de pendejadas no serán
fenecidos por este régimen democrático por demás y, como quien no
quiere darse por vencido iremos conociendo las destrezas de la verdad
de los cuatro niveles del yo poco a poco hasta su completo desglose
fuera del pensamiento.
Y, a los habladores de pendejadas no decaer en su espíritu de atajar
confabulaciones que despierten desprecio sin sentirlo y, si las
pendejadas son bien espesas pasarlas por el tamiz de lo existencial de
que nunca es tarde, para criticar, pero eso sí de reojo de frente
jamás que, sería de doble ofensa y despertaría rencores como envidia a
quienes se vanaglorien de ellas.