En 1980, Franz Hinkelammert, el filósofo y economista costarricense, publicó un artículo corto, pero contundente, titulado "De la dependencia a la prescindencia". En él explicaba que la lógica del capitalismo global estaba dejando sin posibilidad de incorporar como fuerza de trabajo, a cientos de millones de personas, que ya ni siquiera forman parte del "ejército industrial de reserva", esa cantidad de población desempleada con que contaba el sistema en otra época para mantener los salarios a un nivel conveniente al capital. De tal manera, que naciones enteras eran ya completamente prescindibles. Lo que le quedaba a esa inmensa masa humana, era simplemente la muerte.
Hacia 1992, Viviane Forrester escribía en su muy divulgado libro "El horror económico", haciendo disonancia con la celebración eufórica del neoliberalismo de esos años, que "la masa humana ha dejado de ser necesaria desde el punto de vista material, y menos aún desde el punto de vista económico".
Pero esos son sólo juicios llorones de intelectuales. Más contundentes (y escalofriantes) son los juicios de algunos altos funcionarios de organismos financieros internacionales, los administradores de la gran dictadura global del capital financiero.
Cristine Lagarde, directora del FMI, por ejemplo, dijo hace poco que "Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global, hay que hacer algo ya…". Laura Kodres, jefe del Departamento de Mercados Monetarios del FMI, sostuvo hace pocos meses que "El riesgo de la longevidad en la economía no debe ser relegado a la última página de los diarios del mundo. El momento para actuar es ahora…". Taro Aso, Viceprimer Ministro del Japón, aseguró que "No se puede dormir cuando se piensa que todos (los enfermos graves) están pagados por el Gobierno. Esto no se resolverá a menos que les demos prisa para morir…". Patricia Flores, Viceconsejera de Sanidad de la Comunidad de Madrid, se preguntó retóricamente: ¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema..?
Ted Turner, fundador de CNN, ya en tono propositivo, planteó que "una población total mundial de entre 250 y 300 millones de personas, sería lo ideal…". Bill Maher, presentador de la cadena HBO, lo secundó: "Hay demasiada gente, el planeta está demasiado lleno de gente y tenemos que promover la muerte…". Y con una serena convicción Margaret Sanger, integrante de la Federación Internacional de Planificación Familiar, señaló que "todos nuestros problemas son el resultado de un exceso de reproducción entre la clase obrera, la cosa más misericordiosa que pudiera hacer por uno de sus hijos, es matarlo…"
A raíz del atentado en París, donde los cómputos ya alcanzan el centenar y un largo pico de muertos, las reacciones fueron desde el melodramático "Todos somos Francia" de Vargas Llosa, hasta la opinión de Bashar el Assad de que esos muertos eran mucho menos que los ocasionados en la población civil de varios países de África y Medio Oriente, por los bombardeos de la OTAN, donde tiene una activa participación la potencia gala. Acá, en Venezuela, vi algunos llamados a la oración por Venezuela porque supuestamente la cantidad de muertos semanales en este país, supera el de los espectaculares sacrificios de los suicidas islámicos en París.
Pareciera que el número de muertos está en relación inversa con el sentimiento que provoca. Si es uno o dos, pero cercanos, conocidos, se siente el duelo, con todas sus fases. Si son unas decenas, puede llegar a sentirse pena, eso sí, si vemos las imágenes por TV de la catástrofe, o por lo menos el botón de muestra de una foto impresionante. Pero cuando las muertes son estadísticas, otro sentimiento muy distinto, pareciera ganarnos. Es el espíritu de la competencia. Es jugar a ver quién ha tenido más muertos, para confirmar nuestros odios y simpatías políticas o religiosas. Otra cosa es, por supuesto, el entusiasmo eutanásico de los fríos administradores del capital global que hemos citado.
En todo caso, la muerte es como un ruido de fondo que, de tanto sonar, ya no lo escuchamos. Es un silencio ensordecedor que motiva poner el regeton en la radio.