Los antiguos estoicos, por boca del emperador Marco Aurelio, difundían una enseñanza que hoy puede servirnos, tanto al chavismo como a la MUD, para atravesar una de las épocas históricas más difíciles de nuestra vida como república. Ellos les pedían a sus dioses tres cosas: coraje para cambiar las cosas que se pudieran cambiar, paciencia para las cosas que no pudieran cambiarse y sabiduría para distinguir unas de otras. Es obvio que cada lado tiene puntos de honor en el logro de los cuales durante la lucha política de los próximos años invertirán grandes porciones de coraje y esfuerzos, pero si ambos olvidan o no se percatan de aquello que no pueden cambiar, cometerán muy graves errores.
Lo primero: todo debe darse en el marco constitucional y legal. Me parece que en las elecciones recientes, salió derrotada la tendencia que, en el seno de la oposición, apostaba por la violencia de calle, "guarimbas" o conspiraciones, incluidas intervenciones extranjeras directas, para lograr su "cambio", es decir, la defenestración del gobierno chavista. Igualmente, los pasos sensatos de aceptar los resultados e iniciar algo que al menos pareciera una revisión, una autocrítica, una rectificación, colocan al chavismo en el camino de reafirmar su compromiso histórico con la constitución y la vía democrática al socialismo. Esto es bueno decirlo, ante algunas expresiones aisladas (y claramente impulsivas) de contados comentaristas (Atilio Borón, la "Misión Verdad"), que, después de la derrota de la Kirchner y del chavismo aquí, insinuaron que la vía electoral era una "trampa" o que instituciones como el parlamento, eran partes del "estado burgués" que se abandonaban de buena gana, para poder luchar por el socialismo. Expresiones así, más allá de expresar una gran amargura, constituyen regresiones hacia momentos ya superados del pensamiento de izquierda.
Segundo, la idea neoliberal de que los ricos deben enriquecerse hasta reventar y poder "gotear" algunos beneficios al pueblo, a los pobres, ya fue superada por la historia. Ya es de sentido común que el estado debe intervenir en la economía, y no sólo para corregir los defectos del mercado, como se sabe desde Keynes (o sea, la década de los 1930). También se asume generalmente que el estado DEBE aplicar políticas sociales para atender a los más desprotegidos, en salud, educación y servicios. Y eso porque, hasta los análisis más recientes (por ejemplo, el de Pickety), se sabe que el capitalismo promueve la desigualdad y la injusticia.
Sabemos que el neoliberalismo, después de su período de eufórica hegemonía, que arrancó en los 80, alcanzó su cénit en los noventa, para fracasar y reventar con la burbuja financiera de 2008, caída que, para el capitalismo neoliberal, representa lo mismo que para el marxismo el derrumbe del muro de Berlín. Desde entonces el sistema no ha logrado ritmos de recuperación, estables ni aceptables. Incluso su estancamiento (para muchos "secular" o sin recuperación visible) echó abajo el auge de los países que lograron cierto "despegue" por la venta de sus materias primas, esquema en el que se basaron incluso los gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana desde el 2000, y el famoso BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Suráfrica).
Sobre estos dos puntos puede basarse un "compromiso histórico" que los actores políticos no tienen por qué anunciar con bombos y platillos, sino darlo por hecho: respeto a la constitución, continuidad y mejoramiento de las políticas sociales. Esto, porque los contendientes (que no son sólo dos, por cierto), tienen "puntos de honor" que, por su propia supervivencia como opciones políticas, no deben ceder. Luchar por el honor es el ABC de la política: competir, pelear, para demostrar que se es mejor que el otro. No se trata sólo de ser "bueno", sino que el pueblo te reconozca como mejor que el otro. Y ser mejor es el que tiene más coraje, valor, decisión, para luchar por lo que es bueno para todos. Lo primero, y esto, que es de honor, paradójicamente puede dar pie a algunos acuerdos, es la urgencia de reactivar el aparato productivo del país, corregir las grandes fallas de los servicios (electricidad, agua), activar la industria petrolera, mejorar la salud y la educación.
En marzo pasado escuchamos a un destacado asesor del gobierno cubano, Jorge Santana, expresar que su gobierno buscaba, en esta etapa histórica, fundamentalmente tres cosas: capital, tecnología y mercados. Una declaración tan abiertamente pragmática, se sustentaba en el estudio de Lenin y hasta del "Che". El socialismo no debe perder su condición de solución para los problemas cotidianos, para poder salvar su honor como "legado de Chávez", tradición de lucha, de coherencia doctrinaria.
Asuntos como garantizar el respeto de las inversiones privadas, nacionales y extranjeras; impedir que la defensa del empleo (en la forma de la inamovilidad) se convierta en obstáculo para lograr una mayor productividad de los trabajadores venezolanos, imponer una mayor austeridad en el gasto fiscal y mayor eficiencia en las inversiones, repensar el caso de las empresas estatizadas que no arrancan, o reorientar subsidios como los presentes en el precio de la gasolina, el diferencial cambiario o algunos productos regulados, hacia inversiones directas en las condiciones de vida de los sectores más débiles, pueden entrar en la lucha por el honor, bien entendido. Aquí se trata de luchar por el puesto de honor, de quién es mejor obteniendo esas cosas: productividad, inversiones, eficiencia, tecnología, justicia social.
Hay, por supuesto, asuntos de honor que son antagónicos. Pienso en la famosa "Ley de amnistía", tan agitada por la oposición, y rechazada desde el lado del chavismo. Aquí ganaría el debate quien demuestre fehacientemente, bien que la impunidad ante los delitos es nefasta, bien que se hace necesaria una "gran reconciliación", todos agarraditos de las manos.
Por supuesto, es muy difícil la reconciliación. Dados los intereses sociales antagónicos propios del capitalismo, es imposible esa reconciliación de los ángeles que no somos. Pero también es de honor mostrar el máximo nacionalismo, la capacidad de sacrificio por el bien general y, sobre todo, por el bien del proyecto bolivariano de unidad latinoamericana, vigente sobre todo en estos momentos de feroz globalización por el mercado, acuerdos frágiles para detener el calentamiento global y tercera Guerra Mundial.
Allí es donde es más necesario el coraje.