En caída libre cultura del petróleo

No tan vertiginoso como el desplome de los precios del barril petrolero, el Estado y la sociedad venezolana, por fin, vuelcan la mirada hacia otros modos de producción que se deberían constituirse en los referentes emergentes para cimentar una nueva economía, pero también una nueva simbología que ayuden a la nación a salir de la situación de postración a la que fue sumergida por la dependencia absoluta del ingreso petrolero.

Y es que el petróleo ha sido considerado el arjé venezolano, “el principio generador de todas las cosas”. Nada se ha hecho desde hace más de cien años que no involucre el petróleo. Fue el apalancador de las grandes infraestructuras que cambiaron el paisaje rural de las pequeñas poblaciones para convertirlas en las ciudades de hoy, cuyas dinámicas laborales, académicas, gastronómicas, recreativas, administrativas… avanzaron al ritmo de modelos importados relacionados al proceso de su industrialización.

No sin razón ha sido considerada la mejor fuente de empleo, en la que muchos anhelaban trabajar aunque fuese como obrero en una contratista durante tres meses después de una larga espera y de pagar la vacuna respectiva a un sindicalista. Y luego de eso, dilapidar el dinero para prestar después cual actitud común en ese ambiente, y hacer cola “pegar” de nuevo.

Todas esas prácticas a la sombra de la bonanza petrolera, han quedado plasmadas como huellas indelebles en nuestro léxico en el que se incorporaron con beneplácito neologismos cuyos usos suponían, por lo menos, rozar el aura de los nuevos civilizadores. “wachiman”, “guaya”, “echarle pichión” o palafito shopping center entre otros, dan cuenta de cómo la interacción social fue mediada por el idioma que soporta tal industria. Y el lenguaje, a saber de la sentencia del poeta Rafael Cadenas, constituye el armazón de una cultura.

De cara al anuncio de la construcción de un nuevo modelo productivo hemos de suponer, se empiecen a enraizar las fundaciones de una nueva cultura que reivindique lo nuestro, pero que además haga ciudadanos y ciudadanas menos consumistas, menos superficiales, que haga entender a los jóvenes que los títulos de la academia no son para apoltronarse, así como tampoco los cargos públicos o políticos, que sí y sólo sí, tienen sentido y utilidad social si se consustancian con la realidad que vivimos, la cual llama a empaparnos las manos de tierra para cultivarla, así como pegar los bloques para levantar las paredes que nos den abrigo.

En ese contexto presagiado, el decreto de emergencia económica abre las compuertas para una caída libre de la cultura del petróleo, para lo que habrá de superar incontables escollos enclavados en las prácticas culturales a defenestrar.



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Aquileo De Jesus Narvaez


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