Los hechos recientes de violencia en la ciudad de Mérida nos revelan los términos en que está planteada la contradicción entre el proceso revolucionario y las bandas de criminales que controlan la ULA. El terrorismo callejero y el chantaje institucional, a partir de una perversa noción de autonomía universitaria, son las armas de los enemigos de la democracia.
Se dice que se viven tiempos de revolución cuando lo impensable se vuelve cotidiano. Lo mismo se puede decir de cuando se viven tiempo de reacción, como ocurre ahora en Mérida. Ante la toma de la universidad por parte de mercenarios, quienes hirieron de bala a más de veinte policías y torturaron a una mujer, las autoridades protestan el allanamiento de la universidad, pero no se refieren al allanamiento perpetrado por los terroristas, sino a la supuesta entrada al espacio universitario de quienes debían reprimir a los terroristas.
Lo impensable se vuelve cotidiano cuando la universidad es el altar del crimen, y sus autoridades invocan la legalidad para hacer apología de la violación de la ley.
Como en el libro "Abrapalabra", estamos frente al ritual de las ratas, pero en este caso los chillidos son mediáticos.
"La autonomía no se discute, se defiende", es una sentencia de lesa inteligencia en la que reincide el rector. Es el lenguaje de todas las mafias: El privilegio no se negocia, se impone. Por cualquier medio.
No se defiende la libertad de cátedra y el autogobierno universitario cuando se brinda colaboración y protección al terrorismo desde la universidad. Ya no pueden esperar condescendencia quienes conspiran contra la democracia. Antes de que los criminales vuelvan a allanar las casas del pueblo, a tomar sus calles, el pueblo allanará la universidad y expulsará a los criminales.