Si algo no sólo siente, sino llegado el momento el ser humano se ve obligado a admitir, por asuntos de supervivencia, es un fuerte dolor físico. Llega a más que admitirlo hasta confesarlo y manifestarlo a quien deba a hacerlo, sino que es capaz de llorar y pegar fuertes y largos lamentos, según las circunstancias. La fuerza inercial de la vida así lo determinó. Es la lucha por la subsistencia.
La soledad duele, aguijonea, punza y produce depresión y dolores pero de otra naturaleza. Puede hasta provocar llantos, precisamente cuando se está solo y una casi permanente tristeza. La soledad duele de otra manera, silenciosamente. Aunque se puede morir si no por la soledad, por los males que ella desata.
Se suele hablar de la tristeza de los payasos; de esos personajes asociados al circo, solitarios, tristes detrás de una máscara, quienes actúan, por la subsistencia, intentando hacer reír a los demás. Pero que al dejar el círculo central de la carpa, el espacio de actuar, y dejar allí mismo la compañía que rió hasta a carcajadas y les despidió con grandes aplausos, regresan a su pequeño espacio con su gran soledad. Risas, aplausos y manifestaciones de afecto se quedaron allá, donde estuvieron actuando y balo el fulgor de las luces. Nunca se van con ellos, sólo allá le acompañan.
El payaso es un actor que exhibe ante el público una alegría que no le acompaña en la vida cotidiana; no es suya, es alquilada, prestada y por poco tiempo, de vez en cuando. Es como un drogadicto que sale a la pista a buscar la vida y la sustancia, risas, aplausos del público, manifestaciones de afecto, para seguir viviendo y estar en disposición de salir a aquel círculo iluminadola siguiente noche. Mientras tanto, hasta esa nueva oportunidad solo si no totalmente, a su lado, dentro de sus entrañas, cada partícula de su cuerpo vivo, estarán tristeza, nostalgia y frustración. Como quien quiso ser dueño del circo y ya viejo apenas es un payaso que viaja de pueblo en pueblo en compartimiento estrecho, al lado de los animales y duerme en una vieja carpa sobre una colchoneta sucia y llena de tumores.
Pero generalmente no confiesa el dolor de su soledad sino que se muestra falsamente alegre, aunque más bien irónico, hiriente y hasta agresivo. Esa soledad suya la oculta con avaricia, dentro y fuera del círculo íntimo, lamisma gente con quien normalmente socializa, finge ser una persona distinta a la que sufre intensamente, tanto que le hace odiar a los demás, sobre todo a los dueños de circo o quienes lograron algo por lo que soñó toda la vida.Su tristeza se asocia a lo agresivo para ocultarse.
Pero, como solía decir mi suegra, “todos los nudos llegan al peine”. Algún día, el solitario puede llegar a sentir tanto el dolor del estar sólo, “como si le dolieseel alma”, que tiene la sensación de lo físico y se ve obligado a llamar la atención para encontrar compañía.
Ramos Allup llegó a la presidencia de la AN. Sabe bien cómo llegó. No tuvo los votos, la compañía necesaria para llegar por sus propios pies y se vio obligado a buscar unas muletas y para más vainas prestadas. Quizás, la escasez que los suyos han contribuido a crear, a él mismo le hizo una jugada. Pero a cambio de esos implementos necesarios para el andar de los mochos, que no son suyos, sino prestados, por estar solo y no conforme con serlo, si no que sueña verse rodeado de multitudes, aplaudido, por lo que pone empeño en actuar frente a las cámaras, tuvo que comprometerse con quienes más lejos de él han estado a lo largo de este proceso. Quienes menos ríen y gozan cuando actúa porque no le ven como uno, público de fuera, sino como un rival que intenta robarle los aplausos y hasta como quienes también procuran, más que sueñan, llegar a ser dueños del circo.
De “Macondo”, García Márquez habló de “Cien años de soledad”, una larga etapa de sufrimientos en la cual hasta aparecen circos llenos de tristeza. Ramos no llega a tanto. Todavía le faltan 28 para llegar a cien, pero muy pocos meses para llegar allí,a su meta soñada de la vida toda, al palacio ungido y coronado. Y habiéndose pasado la vida, haciendo de todo lo que se debe hacer en la vía que tomó, quedándole tan poco tiempo para alcanzar su sueño, como ser dueño del circo, y no ver despejado el camino, debe sentir la misma tristeza del payaso, el mismo que se desvive, porque de eso vive, haciendo reír a los demás. Pero rabioso, nada indulgente con quienes lo merecen, violento y abierto a lo que salga porque el tiempo apremia.
Uno evoca a Darío:
“La princesa está triste…. ¿Qué tendrá la princesa?
Está presa en sus oros, está presa en sus tules
en la jaula de mármol del palacio real”.
Ayer sábado, acudió a una cita donde no estaban muchos de los que esperaba. Hasta de quienes le prestaron las muletas no fueron o se retiraron antes de tiempo. Menos mal que el canal le ayudó a disimular su soledad con toma cerrada. Esas que forman la idea de una multitud donde sólo se haya pocos. Pero Ramos no pudo actuar como la cámara. Por la soledad su habitual alegría se le trocó en rabia; la misma de los hombres tristes que lo son por frustrados. Tres veces, seguro estoy que no se dio cuenta de aquello, pese su perspicacia y agudeza, hombre corrido en “siete plazas”, dijo la misma triste y angustiada frase:
“No nos dejen solos….”
“No nos dejen solos….”
“No nos dejen solos….”
Pero como no dejarle solo, si de la carta al gusto que ofreció la MUD, para no acabar con la fiesta, renuncia, recorte de mandato y revocatorio, el optó sólo el primer plato en el discurso de presentación de “la hoja de ruta”; no porque tenga poco apetito, pues del mismo pidió bastante y repetido, sino también porque ñeco que porte muleta ajena y además no aprenda usarla en cualquier momento queda tendido en la calle. Grito y pidió “por favor Nicolás, evítanos una tragedia, renuncia”.
Ahora, Gustavo Adolfo Bécquer entre en escena:
“No sé, pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
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