Por supuesto que hemos crecido, desde aquel 10% histórico del que no salimos durante toda la década de los setenta, cuando decidimos participar en elecciones, para recuperar alguna influencia después del aniquilamiento político de la década anterior. En las primeras elecciones después de Pérez Jiménez, habíamos llegado a una porción importante del electorado, concentrado en Caracas, pero nuestros errores, que fueron muchos, sucesivos y grandes, nos llevaron a ese estado de ahogo existencial que determinó el estancamiento en ese porcentaje fatal, que no logramos superar de ninguna manera, que quebró a nuestros dirigentes y los llevó a su decisión de autoliquidarnos a finales de los ochenta, justo cuando estalló la ira popular de aquel febrero cuyos fantasmas todavía espantan.
Por eso es que los militantes que habíamos comenzado a responder a una disciplina "marxista-leninista", poco después del allanamiento de la UCV por Caldera, no podíamos estar menos que fascinados por el arrastre de masas de Chávez, recalcado una y otra vez en aquella fila de elecciones que caracterizará para los historiadores este período que pudiéramos llamar el "chavecismo". Ya nos habíamos resignado, en los 80, a ser minoría. A mantener nuestras convicciones políticas de una manera testimonial, para "sentar nuestra posición" y no tener que excusarnos con nuestros nietos; sostener nuestra identidad de izquierda como una religión remota, fuera de contexto en aquel ambiente cultural individualista y pragmático de los noventa, cuando hablar de socialismo sonaba a hablar de esenios, gnósticos o alguna otra oscura y misteriosa secta de la época de Cristo.
Lo curioso fue que, para una parte de ese 10%, fue audaz apoyar a Caldera, por su discurso del 4 de febrero de 1992, o apoyar a un sindicalista "arrecho" después del rechazo del cual fuimos objeto por parte de un terrateniente que le hablaba duro a los adecos y copeyanos. Hasta les decía "democracia parasitaria" e invitaba a "barrerlos". ¿Se acuerdan?
Pero llegó Chávez, y de 10%, pasamos a 60%, casi 70 %; o por lo menos eso nos pareció. Aquel éxito embriagador, nunca visto, nos hizo pasar con soda todas nuestras anteriores aprensiones para con los militares. A aceptar tranquilamente lo de la "unidad cívico-militar" que nos recordaba a viejas conspiraciones de cuando nos creímos héroes. Nuestros reflejos caudillistas, arraigados en las tradiciones políticas de todos los venezolanos, las amalgamamos con nuestra admiración por el Che y demás guerreros que también, si a ver vamos y somos sinceros, se enraizan también en esas añejas manías. Sin saberlo, confirmamos, con el Comandante de programas de 6 horas seguidas, que la política se había hecho, más asunto de pantallas, que de organizaciones partidarias. Nos sentimos poderosos, numerosos, masivos.
Hasta que él murió y la merma de ese porcentaje inmenso, comenzó. Ya lo venía haciendo (¡con EL vivo!), pero no quisimos advertirlo a tiempo. Siempre estaba EL. Algo se le ocurriría y nos sacaría del apuro, sin necesidad de reunirnos y pensar tanto, sin necesidad de estudiar y discutir con cierto orden, actualizar nuestras teorías, ir más allá de los clicés, las frases, las consignas y rituales repetidos hasta alcanzar cierto trance mágico.
Hoy estamos llegando nuevamente a nuestro tamaño original. Ya vamos por 20%. Somos los que decimos que creemos en la "guerra económica", y no en la "crisis", ni siquiera en la inflación, para no ceder ni un milímetro a la evidencia de que la estructura del país no ha cambiado nada en 17 años. Los que afirmamos nuestra lealtad, negando la incapacidad, tapándonos los ojos a la incompetencia, la corrupción, la pérdida de perspectivas. Los que alentamos la autocrítica, pero enseguida sacamos el mazo para caerle encima a los sospechosos de traición. Los que desdeñamos cualquier baja del porcentaje porque al final tenemos las armas, seguimos con el poder, como sea. Los que aceptamos que se entregue el oro, los diamantes, el coltán, etc. porque, entonces ¿qué hacemos? Los que "analizamos" que la "correlación de fuerzas nos favorece" y exigimos la expropiación de la Polar, como si tal cosa; los que justificamos que se entregue a los militares como corporación los servicios del petróleo; como si de verdad no viéramos nada, porque no queremos sino seguir siendo ese 10% del principio, cuando éramos pocos y puros. Y así evidenciamos nuestro miedo, ese horror al vacío que significaría revisarlo todo, repensarlo todo, de verdad, para poder abrir la posibilidad de un futuro.