El artículo de Luís Britto es preciso. No solamente nos llama a la reflexión sino que plantea la urgencia de activar a los bolivarianos para evitar la destrucción de la revolución bolivariana. Quien lo dice es nada menos que el intelectual venezolano más prolífico dotado de una capacidad creadora superior con una obra escrita continental comprometida con la emancipación y la construcción de un mundo nuevo. Su prestigiosa palabra se escucha hasta en las élites donde no llega el clamor popular que es fielmente interpretado por el pensamiento del escritor.
Las cúpulas gobernantes, partidistas, militares y económicas donde se toman las decisiones de estado son herméticas a la solución inmediata y definitiva que la sociedad, en su conjunto, reclama para reparar los efectos causados por la hiperinflación y el desabastecimiento. El descontento continúa in crescendo porque las medidas y acciones tomadas por el gobierno en esta emergencia económica no terminan por resolver las necesidades de la gente. Si la política se mide por los resultados que produce entonces no cabe duda que la línea política del gobierno es equivocada.
Los factores que neutralizan los esfuerzos del gobierno para el logro de la solución inmediata a la inflación y al desabastecimiento sólo pueden ser derrotados con una revolución social, con acciones transformadoras y radicales, no hay otra forma. De no avanzar por el camino de la revolución universal con las características particulares de nuestro país, la derecha seguirá posicionándose hasta entronizarse en el poder. Con la revolución se le cierra el paso a la ultraderecha. Lamentablemente, y hay que reconocerlo así, esa no es la estrategia planteada por la izquierda electoral que se desenvuelve en la democracia burguesa conformándose con el show parlamentario y las insuficientes medidas gubernamentales.
Sólo una revolución de verdad puede acabar con las mafias revendedoras, con el contrabando de extracción y con la corrupción de alto y bajo impacto. Sólo una revolución puede ponerle punto final a la exacerbación de la delincuencia organizada reduciendo y sometiendo a la justicia a las bandas de la delincuencia armada. Sólo una revolución puede abrir paso a la construcción del socialismo revolucionario con la nacionalización de la banca privada seguida de los otros medios de producción básicos de la nación. Sólo una revolución puede expropiarle los medios de distribución de alimentos a los especuladores capitalistas para ponerlos al servicio de las mayorías necesitadas.
Sin la guía de un líder o de una dirección colectiva y de una línea política revolucionaria, con apoyo militar, no llegaremos a ninguna parte. Las mayorías desposeídas necesitan una dirigencia capaz de estimular acciones contundentes para enfrentar con éxito y desmantelar a los factores responsables de la inflación y el desabastecimiento. La masa bolivariana, sin dirección revolucionaria, se encuentra indefensa, a la deriva o en el cauce equivocado de las falsas ilusiones creyendo todavía en la bondad de los alacranes.
En estos momentos históricos cuando está cerrándose el ciclo de la revolución bolivariana en el poder, por el mayoritario descontento popular, el tema prioritario de discusión debería ser, y no lo es, la radicalización de la revolución. Ya se perdió la mayoría electoral en las elecciones parlamentarias y ahora se perfila la pérdida del poder político y económico sin que la revolución haya pasado a ser el primer punto en la orden del día de la agenda política del gobierno y de los partidos que lo apoyan.
La abstención de los dos millones de chavistas indignados, desilusionados o desactivados el 6D puede interpretarse como un acto pacífico de desconocimiento del gobierno de Nicolás Maduro. El comportamiento en el futuro de esa fuerza importante del pueblo, sin partido, es clave y decisiva en el desenlace de la crisis por cualquier vía que ésta se resuelva.
La luz que agoniza podría ser el título de este proceso que necesita la activación de los bolivarianos para avivar el fuego de la esperanza disminuida, postergada o hipotecada. El relámpago de esperanza que iluminó a las masas el 23 de enero de 1958 fue un simple parpadeo en la insurrección histórica de las masas empobrecidas que prontamente fueron controladas por el Pacto de Punto Fijo impuesto por el imperialismo. La llama que se encendió en 1998 con la emergencia de Chávez al poder fue más duradera pero languidece en manos de una burocracia aburguesada de espaldas al salto histórico.