Reducción de la pobreza según el Banco Mundial

La pobreza extrema está vinculada al conjunto de problemas que caracterizan la situación de emergencia planetaria, desde la degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos a la explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre literal y, en definitiva, en baja esperanza de vida. Y esa terrible pobreza se produce mientras parte del planeta asiste a un espectacular crecimiento del consumo. Es decir, estamos ante una pobreza que coexiste con una riqueza en aumento, de forma que en los últimos 40 años –señalan los informes del Banco Mundial- se han duplicado las diferencias entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres del planeta.

Si no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los próximos años, existiendo el peligro de que la pobreza acabe estallando como una bomba de relojería. Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también al paso de las fuertes discriminaciones y segregación social que se dan en el seno de una misma sociedad y, muy en particular, de las que afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta.

Según el Banco Mundial, el total de seres humanos que vive en la pobreza más absoluta, con un dólar al día o menos, ha crecido de 1.200 millones en 1987 a 1.500 en la actualidad y, si continúan las actuales tendencias, alcanzará los 1.900 millones para el 2015. Y casi la mitad de la humanidad no dispone de dos dólares al día. Como señalan Sen y Kliksberg (2007, pp. 8), “el 10% más rico tiene el 85 % del capital mundial, la mitad de toda la población del planeta solo el 1%”.

Pero, como explica el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), “La pobreza no se define exclusivamente en términos económicos (…) también significa malnutrición, reducción de la esperanza de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones de salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de acceder a la escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a ciertos bienes”. Desde la perspectiva de Sen (Cortina y Pereira, 2009), la pobreza es ante todo falta de libertad para llevar adelante los planes de vida que una persona tiene razones para valorar, es decir, que las personas puedan ser agentes de sus propias vidas (“Libertad de agencia”).

Al abordar el problema de la pobreza extrema se suelen señalar tres hechos que reclaman una atención inmediata: la mortalidad prematura, la desnutrición y el analfabetismo (CMMAD, 1998). Ésa es la razón por la que el PNUD ha introducido el IDH (Índice de Desarrollo Humano) que intenta reflejar el bienestar desde un punto de vista más amplio, contemplando tres dimensiones -longevidad, estudios y nivel de vida- y que se ha convertido en un instrumento para evaluar las diferencias entre países.
Y toda esta problemática hay que contemplarla en su contexto y en su evolución: esa terrible pobreza se produce mientras parte del planeta asiste a un espectacular crecimiento económico. Es decir, estamos ante una pobreza que coexiste con una riqueza en aumento, de forma que en los últimos 40 años –señala el mismo informe del Banco Mundial- se han duplicado las diferencias entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres del planeta.

“Si no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los próximos años”, expresaba con preocupación en 1997 el presidente del Banco Mundial, señalando el peligro de que la pobreza acabe estallando “como una bomba de relojería”. Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también al paso de las fuertes discriminaciones y segregación social que se dan en el seno de una misma sociedad y, muy en particular, de las que afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta (ver Igualdad de género ).

Para el estudio de estas desigualdades en una sociedad dada se ha introducido el llamado Coeficiente de Gini, ideado por el experto en estadística italiano Corado Gini, que consiste en un número entre 0 y 1, en donde el 0 correspondería a una desigualdad nula (todas las personas tendrían los mismos ingresos) y 1 indicaría la mayor desigualdad posible (una persona tendría todos los ingresos y los demás ninguno). A menudo se maneja el índice de Gini, que es el coeficiente de Gini expresado en porcentaje. La mayoría de los países europeos y Canadá tienen coeficientes entre 0.30 y 0.35, mientras que el de EEUU supera 0.45 y los países africanos y de América Latina tienen, en general, coeficientes aún mayores.

Particularmente útil resulta el estudio de la evolución del coeficiente Gini, en la medida en que revela tendencias. Muestra, por ejemplo, la evolución hacia una igualdad mayor que tuvo lugar en Cuba desde 1953 hasta 1986 (de 0.55 a 0.22) y el crecimiento de la desigualdad en los Estados Unidos en las últimas tres décadas durante las cuales el coeficiente pasó de 0.35 en los setenta a más de 0.45 actualmente (¡y sigue subiendo!).

Pero las diferencias más graves se dan entre las distintas regiones del planeta. Jeffrey Sachs, profesor de Desarrollo Sostenible del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia y asesor especial de Kofi Annan, en su libro dedicado a la lucha contra la pobreza y la marginación en el mundo, señala: “Actualmente, más de ocho millones de personas mueren todos los años en todo el mundo porque son demasiado pobres para sobrevivir (...) La enorme distancia que hoy separa a los países ricos de los pobres es un fenómeno nuevo, un abismo que se ha abierto durante el período de crecimiento económico moderno. En 1820, la mayor diferencia entre ricos y pobres –en concreto, entre la economía puntera del mundo de la época, el Reino Unido y la región más pobre del planeta, África- era de cuatro a uno, en cuanto a la renta per cápita... En 1998, la distancia entre la economía más rica, Estados Unidos, y la región más pobre, África, se había ampliado ya de veinte a uno” (Sachs, 2005 pp.25 y 62). En definitiva, un quinto de la humanidad vive confortablemente mientras otro quinto sufre la mayor de las penurias (con una renta inferior a un dólar por día) y más de la mitad está por debajo del umbral de la pobreza (menos de dos dólares diarios).

Quizás sea en las diferencias en el consumo donde las desigualdades aparecen con mayor claridad: por cada unidad de pescado que se consume en un país pobre, en un país rico se consumen 7; para la carne la proporción es 1 a 11; para la energía 1 a 17; para las líneas de teléfono 1 a 49; para el uso del papel 1 a 77; para automóviles 1 a 145. El 65% de la población mundial nunca ha hecho una llamada telefónica… ¡y el 40% no tiene ni siquiera acceso a la electricidad!. Un dato del consumo que impresiona particularmente, y que resume muy bien las desigualdades, es que un niño de un país industrializado va a consumir en toda su vida lo que consumen 50 niños de un país en desarrollo.

Particular incidencia tiene en el sobreconsumo de los países desarrollados y sus consecuencias ambientales y sociales el modelo alimentario que se ha generalizado en dichos países (Bovet et al., 2008). Un modelo caracterizado, entre otros, por una agricultura intensiva, industrializada que desplaza a los pequeños productores y es objeto de especulaciones financieras que provocan crisis alimentarias, al tiempo que utiliza grandes cantidades de abonos y pesticidas y recurre al transporte por avión de productos fuera de estación, con la consiguiente contaminación y degradación del suelo cultivable.

La inversión de la relación vegetal/animal en las fuentes de proteínas, con fuerte caída del consumo de cereales y leguminosas y correspondiente aumento del consumo de carnes, productos lácteos, grasas y azúcares. Se trata de una opción de muy baja eficiencia porque, como ha señalado Jeremy Rifkin, hay que producir 900 kilos de comida para obtener 1 kilo de carne (!), a lo que hay que añadir que se necesitan 16. 000 litros de agua. En definitiva, se perjudica la alimentación de muchos más seres humanos y se eleva el consumo de energía, de modo que la industria de la carne es responsable de más emisiones de CO2 que la totalidad del transporte; la refinación de numerosos productos (azúcares, aceites.), con la consiguiente pérdida de componentes esenciales como vitaminas, fibras, minerales, con graves consecuencias para la salud.

Un gravísimo desperdicio de alimentos que coexiste con hambrunas crónicas: según datos de la FAO, la basura es el destino de, por ejemplo, un tercio de los alimentos que se producen en Europa; y en Estados Unidos, cerca del 50% de todos los alimentos cosechados se pierden anualmente antes de ser consumidos. Y no es un problema exclusivo de los países desarrollados: en algunas partes de India, por ejemplo, la falta de espacios adecuados para almacenar alimentos provoca enormes desperdicios. De hecho alrededor de un tercio de los alimentos que se producen en todo el mundo no llegan a ser aprovechados. La FAO ha creado el programa Save Food (http://www.save-food.org/) para combatir este grave problema.

Un creciente consenso global reconoce, pues, la incapacidad del sistema agrícola y alimentario mundial para satisfacer las necesidades de los más de 7000 millones de habitantes y de evitar las millones de muertes anuales en los países en desarrollo por desnutrición crónica y la degradación ambiental. "La buena noticia -señala Monique Mikhail (2012)- es que existen soluciones". En ello insiste fundamentadamente Mia MacDonald (2012): "En colaboración con la sociedad civil, los gobiernos deberían formular alternativas al sistema agrícola mejores para el clima, el medio ambiente, la agricultura familiar y la igualdad alimentaria y de ingresos".

¿Y qué podemos decir de las diferencias en educación? Mientras en países como el Reino Unido se estudia la forma de lograr que el 90% de los jóvenes sigan estudiando más allá de los 17 años, al terminar el periodo de escolarización obligatoria, millones de niños siguen sin acceder a la alfabetización básica. Se niega el derecho a la educación a millones de niños y, sobre todo, niñas, y se les condena a una vida sin perspectivas… sin que siquiera tenga sentido reclamar la prohibición del trabajo infantil, si ello no va acompañado de otras medidas que garanticen su supervivencia, porque la alternativa suele ser la criminalidad y la prostitución. Y, como reconoce el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), "la educación insuficiente y la falta de acceso a la información hace que a millones de personas de todo el mundo les resulte muy difícil comprender cómo prevenir y curar enfermedades" - desde los problemas respiratorios hasta la malaria o el SIDA- que "merman la productividad de las personas y suelen representar un importante lastre para las familias".

Y va a seguir agravándose la explotación de los ecosistemas hasta dejarlos exhaustos. El PNUD recuerda que "la pobreza suele confinar a los pobres que viven en el medio rural a tierras marginales, contribuyendo así a la aceleración de la erosión, al aumento de la vulnerabilidad ecológica, a los desprendimientos de tierras, etc.". E insiste: "La pobreza lleva a la deforestación por el uso inadecuado de la madera y de otros recursos para cocinar, calentar, construir casas y productos artesanales, privando así a los grupos vulnerables de bienes fundamentales y acelerando la espiral descendente de la pobreza y la degradación medioambiental".

O sea, no somos únicamente los consumistas del Norte quienes degradamos el planeta (ver consumo responsable). Los habitantes del Tercer Mundo se ven obligados, hoy por hoy, a contribuir a esa destrucción, de la que son las principales y primeras víctimas: pensemos, por ejemplo, que se ha demostrado “la relación directa y estrecha entre los procesos de desertificación (que produce hambrunas) y los alzamientos y revueltas populares en el mundo en desarrollo” (Delibes y Delibes, 2005). Pero esta destrucción afectará cada vez más a todos. El PNUD lo ha expresado con nitidez: El bienestar de cada uno de nosotros también depende, en gran parte, de que exista un nivel de vida mínimo para todos.

La reducción de la pobreza y la universalización de los Derechos Humanos se convierten así en una necesidad absoluta para la supervivencia de la especie humana y aunque sólo sea por egoísmo inteligente es preciso actuar, porque la prosperidad de un reducido número de países no puede durar si se enfrenta a la extrema pobreza de la mayoría (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000; Vilches y Gil, 2003; Sachs, 2005). Las sociedades del bienestar, nos recuerda Mayor Zaragoza, no podrán mantener permanentemente lejos de sus fronteras las inmensas bolsas de miseria y se generarán focos de inmigración imparables (ver Conflictos y violencias). Como señala Yunus (2005), la pobreza es una creación de los seres humanos y, en consecuencia, ellos son quienes tienen capacidad y posibilidad de solucionarla. Esta pobreza extrema está vinculada al conjunto de problemas que caracterizan la situación de emergencia planetaria, desde la degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos a la explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre literal y, en definitiva, en baja esperanza de vida.

Por lo que se refiere a las enfermedades, en las últimas décadas del siglo XX hemos asistido a un fuerte rebrote de las enfermedades parasitarias asociado a las dificultades de acceso al agua potable y a carencias en los servicios de salud. Las grandes concentraciones humanas que el crecimiento demográfico ha propiciado han favorecido la extensión de enfermedades víricas como el SIDA, provocando fuertes descensos en la esperanza de vida en países como Zambia (¡apenas 37 años de esperanza de vida!), Malawi (39) o Mozambique (40).

Pero incluso sin esa incidencia del SIDA, la mayor parte de los países africanos no llega a los 50 años de esperanza de vida, debido, en buena parte, a las enfermedades asociadas a los problemas medioambientales, que afectan sobre todo a las condiciones insalubres de la vivienda y el entorno que se dan en los países pobres: dengue, malaria, infecciones de todo tipo, tuberculosis, etc. Como señala un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de junio de 2006, la cuarta parte de las enfermedades que sufren los habitantes del planeta tienen su origen en problemas medioambientales.

Y junto a la enfermedad, el hambre, la desnutrición, potenciándose mutuamente. Cada año mueren en el mundo 15 millones de niños por causas relacionadas con el hambre, lo que supone una cifra de 40.000 muertes diarias. Más de la cuarta parte de las poblaciones asiáticas y africanas sufre tal desnutrición que queda indefensa frente a las enfermedades y no es posible el normal desarrollo físico y mental de los niños. Y esta situación alimentaria mundial se está agravando con la compra de tierras cultivables en los países en desarrollo por parte de grandes empresas, con lo que los más pobres pierden sus tierras y el acceso al agua, mientras suben los precios de los alimentos en los mercados internacionales.

Esta hambre crónica, permanente, es mucho más grave que esas hambrunas que los medios de comunicación airean periódicamente, dando la impresión de que se trata de puntuales desabastecimientos, atribuibles a los propios países en los que se padece el hambre. Se dice, por ejemplo, que en el Cuerno de África, mientras se producía la hambruna de principios de los 80, esos países estaban exportando algodón, caña de azúcar, café y otros cultivos. Y más recientemente, en 1998, Indonesia exportaba 4 millones de toneladas de arroz, a pesar de que el país sufría la peor sequía de los últimos 50 años y de que 40 millones de indonesios sufrían desnutrición. ¿Cómo es posible -se preguntan algunos- que el 80% de los niños hambrientos en el mundo en desarrollo vivan, según la FAO, en países con excedentes en los alimentos?

La pregunta, por supuesto, la deberíamos extender al conjunto del planeta, porque el 100% de los niños hambrientos viven en un planeta en el que el número de obesos ha alcanzado al de desnutridos; por primera vez en la historia 1.200 millones de personas de los 6.000 que habitan la Tierra comen más de lo que necesitan mientras que una cantidad idéntica padece hambre (Vilches y Gil, 2003).
En definitiva, las enfermedades y el hambre endémica son causa de grandes sufrimientos en numerosas partes del mundo, debilitando y matando a cientos de millones de personas. Algo inaceptable cuando existe la tecnología adecuada para alimentar al conjunto de los seres humanos con dietas sostenibles (Worldwatch Institute, 2011).

De hecho, estudios fiables de muy diversa procedencia (PNUD, Banco Mundial…) prueban que se podría erradicar la pobreza extrema, con sus secuelas de enfermedad, hambre, analfabetismo… con inversiones relativamente modestas. Por ejemplo, se sabe que con un gasto adicional de únicamente 13.000 millones de dólares se resolverían los problemas de salud y nutrición del conjunto de la población mundial. Con 9.000 millones habría agua y saneamiento para todos. La escolarización de todos los niños y niñas supondría un costo adicional de 6.000 millones. Y con 12.000 millones se haría frente a los problemas de salud reproductiva que ayudarían a regular la demografía. En total, tan solo unos 40.000 millones de dólares. Según eso, con el 5% del gasto militar mundial se cubrirían todos los gastos imprescindibles que hemos enumerado.

Como ha escrito Federico Mayor Zaragoza “es inaceptable que un mundo que gasta aproximadamente 80.0000 millones de dólares al año en armamento no pueda encontrar el dinero - estimado en 6.000 millones- para dar escuelas a todos los niños en el año 2000”. Y añade otras preguntas similares relativas, por ejemplo, a lo que costaría inmunizar a todos los niños de los países en desarrollo de la larga lista de enfermedades que les amenazan: una cifra que representa el gasto militar de un solo día en el mundo. Y es igualmente inaceptable que la deuda externa siga atenazando a los países en desarrollo, mientras se ignora la deuda ecológica que los países desarrollados han contraído con el resto del planeta “por la utilización masiva que han hecho de sus recursos forestales, mineros y, en general, de su biodiversidad, así como por la ocupación de su espacio ambiental con residuos” (Novo, 2006).

El problema no es, pues, fundamentalmente económico, sino de prioridades. Como señala la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), acabar con el hambre y la pobreza debe ser una prioridad para todos. Un objetivo que requiere, se señala, la creación de una Alianza Internacional contra el Hambre, contra la pobreza y por el logro de la seguridad alimentaria del conjunto de la población mundial. Una seguridad alimentaria que, de acuerdo con la FAO, exige que todas las personas tengan acceso físico y económico, en todo momento, a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades. A este respecto la FAO ha introducido el concepto de ADSR (Agricultura y desarrollo rural sostenibles), definiéndolo como un proceso que cumple con los siguientes criterios:

Garantiza que los requerimientos nutricionales básicos de las generaciones presentes y futuras sean atendidos cualitativa y cuantitativamente, al tiempo que provee una serie de productos agrícolas. Ofrece empleo estable, ingresos suficientes y condiciones de vida y de trabajo decentes para todos aquellos involucrados en la producción agrícola.
Mantiene, y allí donde sea posible, aumenta la capacidad productiva de la base de los recursos naturales como un todo, y la capacidad regenerativa de los recursos renovables, sin romper los ciclos ecológicos básicos y los equilibrios naturales, lo que destruyen las características socioculturales de las comunidades rurales o contamina el medio ambiente. Reduce la vulnerabilidad del sector agrícola frente a factores naturales y socioeconómicos adversos y otros riesgos y refuerza la autoconfianza.

Se precisa por ello una auténtica movilización ciudadana y la participación en todo tipo de acciones como la denominada Campaña Pobreza Cero o las relacionadas con la Ayuda al Desarrollo, la cancelación de la Deuda Externa, la extensión de los programas de microcréditos, basados en la experiencia del Grameen Bank impulsado por Muhammed Yunus (Premio Nobel de la Paz), que pretenden contribuir a la resolución de la “exclusión social” (pobreza, hambre y marginación social), etc. A ello pretende contribuir también la Transferencia condicionada de dinero o Transferencia monetaria condicionada (CCT por sus siglas en inglés, Conditional Cash Transfer), que es parte de una nueva generación de programas, surgidos en los años 90´ para combatir la pobreza extrema y romper con la reproducción de la pobreza generación tras generación. Con ese fin se otorga dinero a madres de familias sin recursos, a cambio del cumplimiento de una serie de condiciones vinculadas a la salud, la educación y la nutrición de sus hijos. Se pretende así que la ayuda monetaria contribuya a la acumulación de capital humano.

A ello se añaden otras iniciativas como la Save Food (http://www.save-food.org/) promovida por la FAO para combatir el gravísimo problema que supone el desperdicio de un tercio de los alimentos que se producen en el planeta, debido tanto a prácticas
Lo esencial es que se haga realidad el compromiso adquirido por los líderes mundiales en la llamada Cumbre del Milenio de Naciones Unidas, celebrada en septiembre de 2000, para reducir la pobreza, la enfermedad, el hambre, el analfabetismo y la degradación del medio ambiente, reflejado en el documento “Nosotros, los pueblos: la función de Naciones Unidas en el siglo XXI”, que fue la base de la Declaración del Milenio. Un compromiso que, aunque hasta aquí no se está traduciendo suficientemente en hechos, alimenta la esperanza de que es posible acabar con la pobreza en el mundo y alcanzar un desarrollo sostenible para toda la humanidad (Sachs, 2005 y 2008). En caso contrario los conflictos acabarán afectándonos a todos (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000).

Ban Ki-Moon en el prólogo del informe de 2012 de Naciones Unidas, de los Objetivos del Desarrollo del Milenio señala: "En el informe de este año (http://www.un.org/en/rights/index.shtml) sobre la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio destacan varios hitos. La meta de reducir la pobreza extrema a la mitad se ha logrado cinco años antes del plazo fijado de 2015, y asimismo la de reducir a la mitad el porcentaje de personas que carecen de un acceso confiable a fuentes de agua potable mejoradas. Las condiciones en las que viven más de 200 millones de personas en los tugurios han mejorado, lo cual es el doble de la meta marcada para 2020. La matriculación de niñas en la Enseñanza primaria ha igualado a la de los niños y se ha visto un avance acelerado en la reducción de la mortalidad materna y de los niños menores de 5 años. Estos resultados representan una tremenda reducción en el sufrimiento humano y constituyen una clara corroboración del enfoque dado a los Objetivos de Desarrollo del Milenio".

Pero continúa advirtiendo: Sin embargo, no hay que bajar la guardia. Las proyecciones indican que en 2015 más de 600 millones de personas de todo el mundo seguirán careciendo de acceso a agua potable segura, casi mil millones vivirán con un ingreso de menos de 1,25 dólares al día, habrá madres que morirán durante el parto, cuando ello puede evitarse, y habrá niños que sufrirán y morirán de enfermedades prevenibles. El hambre continuará siendo un problema mundial, y asegurar que todos los niños puedan completar la Enseñanza primaria seguirá siendo una meta fundamental pero no cumplida que afectará negativamente al resto de los objetivos.
La falta de condiciones de saneamiento seguras está obstaculizando los avances en salud y nutrición, la pérdida de biodiversidad avanza a un ritmo acelerado y las emisiones de gases de efecto invernadero siguen siendo una gran amenaza para la población y para los ecosistemas. (.) Alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio para 2015 es difícil pero no imposible. Depende mucho de que se cumpla el Objetivo 8: la Alianza mundial para el desarrollo. No debe permitirse que las actuales crisis económicas que afectan a gran parte de los países desarrollados ralenticen o reviertan los avances conseguidos. Aprovechemos al máximo los éxitos que hemos logrado hasta ahora y no cejemos hasta haber alcanzado todos los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Es por ello que el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, ha lanzado en agosto de 2012 la Red de Soluciones para el desarrollo sostenible, una nueva red mundial, de carácter independiente, integrada por centros de investigación, universidades e instituciones técnicas. Como parte del mandato de la ONU para después del año 2015 y de la Conferencia Río + 20, la red será dirigida por el profesor Jeffrey Sachs, director del Earth Institute y Asesor Especial del Secretario General de la ONU sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Todos tenemos, pues, el deber de participar en acciones sociopolíticas para que los gobiernos cumplan los compromisos del milenio de ayuda al Tercer Mundo y de defensa de la sostenibilidad y de implicarnos - tal como se ha propuesto en la Cumbre de la Tierra, Rio+20 de junio 2012- en el establecimiento de unos Objetivos de Desarrollo Sostenible que permitan evaluar y potenciar los avances hacia la sostenibilidad (ver Educación para la sostenibilidad y Gobernanza Universal).

Referencias en este tema "Reducción de la pobreza"
COMISIÓN MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE Y DEL DESARROLLO (1988). Nuestro Futuro Común. Madrid: Alianza.
CORTINA, A. y PEREIRA, G. (Eds.) (2009). Pobreza y libertad. Erradicar la pobreza desde el enfoque de Amartya Sen. Madrid: Tecnos.
DELIBES, M. y DELIBES DE CASTRO, M. (2005). La Tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? Barcelona: Destino.
DELIBES, M. y DELIBES DE CASTRO, M. (2005). La Tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? Barcelona: Destino.
FOLCH, R. (1998). Ambiente, emoción y ética. Barcelona: Ed. Ariel.
MacDONALD, M. (2012). Equidad y seguridad alimentaria en un mundo condicionado por el clima. En Worldwatch Institute La situación del mundo 2012. Hacia una prosperidad sostenible. Barcelona: Icaria. (Capítulo 14).
MAYOR ZARAGOZA, F. (2000). Un mundo nuevo, Barcelona, UNESCO. Círculo de lectores.
MIKHAIL, M. (2012). Cultivar un futuro sostenible. En Worldwatch Institute La situación del mundo 2012. Hacia una prosperidad sostenible. Barcelona: Icaria. (Capítulo 13).
NOVO, M. (2006). El desarrollo sostenible. Su dimensión ambiental y educativa. Madrid: UNESCO-Pearson. Capítulo 3.
SACHS, J. (2005). The End of Poverty. New York: Penguin Press. (Versión en castellano: El fin de la pobreza. Cómo conseguirlo en nuestro tiempo. Barcelona: Debate).
SACHS, J. (2008). Economía para un planeta abarrotado. Barcelona: Debate.
SEN, A. y KLIKS BERG, B. (2007). Primero la gente, Barcelona: Deusto.
VILCHES, A. y GIL, D. (2003). Construyamos un futuro sostenible. Diálogos de supervivencia. Madrid: Cambridge University Press. Capítulo 10.
YUNUS, M. (2005). Grameen Bank at a glance. Chittagong, Bangladesh: Packages Co. Limited.
WORLDWATCH INSTITUTE (2011). La situación del mundo. Innovaciones que alimentan el planeta. Barcelona: Icaria.
Cita recomendada
VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2016). «Reducción de la pobreza» [artículo en línea]. OEI. ISBN 978-84-7666-213-7. [Fecha de consulta: dd/mm/aa].
<http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=01>
Algunos enlaces de interés en este tema "Reducción de la pobreza"
Alianza Internacional contra el Hambre
Campaña Pobreza Cero
Cumbre Mundial sobre Alimentación
Informe 2012 Objetivos del Desarrollo del Milenio
Objetivos del Desarrollo del Milenio
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)
Organización Mundial de la Salud (OMS)
Red de Soluciones para el desarrollo sostenible
UNESCO, Portal de la Década de la Educación para Un Desarrollo Sostenible, Erradicación de la pobreza

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German Saltrón Negretti

Defensor de los Derechos Humanos.

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