Las voces del desengaño, la desesperación y la desesperanza

Hace unos días me llegó al correo una especie de comunicado, acompañado de una petición de respaldo. En resumen, el texto exigía la suspensión de todo evento electoral en el país (sea elección de gobernadores o referendos) hasta tanto la situación económica mejorara, la estatización de la Polar, la disolución de la Asamblea Nacional y la declaración de un estado de excepción para meter preso a todos los "bachaqueros" y sospechosos de la oposición que están en la conspiración del gobierno norteamericano.

Han proliferado los artículos en lo que es el ágora electrónica por excelencia del chavismo (la página "Aporrea") acusando al gobierno de parálisis, de sospechoso de estar llegando a acuerdos por debajo de cuerda con la oposición, a través de un "camaleón" de los quilates de Herman Escarrá, quien, según el articulista, estaría mediando para enmendar la constitución para cortarle el período tanto a la Asamblea Nacional como al Presidente de la República.

Todo esto, y lo que escucha uno a diario, son evidencias de que los ánimos están más crispados que nunca. Esto no es novedad. Motivos para la crispación abundan. Las colas, los precios, la escasez, son una mezcla explosiva. La estupidez de todos (TODOS) los líderes políticos. Más bien, lo llamativo es que las explosiones hasta ahora han sido como las de los pistones de los motores de un carro con problemas de bujías, y no como la de una única y grande bomba nuclear.

Por supuesto que ha habido saqueos. Pero localizados, rápidamente reprimidos y muy poco difundidos. Sólo las estadísticas de Aristóbulo y la profesora López Maya. Las condiciones de comunicación y control de orden público hoy, además de la situación política de conjunto, son totalmente diferentes a las del 27 de febrero de 1989. Esto lo entiende todo el mundo. Tanto se entiende, que entenderlo hace que pareciera que no ocurriera. Es decir, la gente sabe que las condiciones son diferentes y por eso, en general, no se arriesga a promover una explosión. Piensan en las consecuencias, y se aguantan.

Los que podrían arriesgarse, los que se arriesgaron en 1989, ya muchos forman parte de la red semi-delictiva de los bachaqueros, que imponen su poder en las colas, mediante los numeritos que se reparten en horas de la madrugada a las puertas de los supermercados. Ese "sistema" determina que, de pronto, sin previo aviso, aparecen 30 personas que reclaman que están entre usted y el que le sigue en la cola. Algunos vienen armados. Se han reportado casos de heridas hechas por fieras mujeres de cuchillo a la vista.

La paciencia se acaba. Pero eso es sólo un decir. Hay estudios psicológicos que muestran que los seres humanos terminamos adaptándonos a la presencia constante de cierto grado de violencia, y hasta llegamos a identificarnos con nuestros verdugos. Eso lo llaman síndrome Estocolmo, por el caso de unos rehenes de un banco que terminaron defendiendo a sus secuestradores. De modo que la violencia de baja intensidad, pero constante, de las colas y el "bachaqueo", no determinará una explosión necesariamente. Pero sí hay un cultivo de unos sentimientos muy oscuros.

No sólo se trata de la frustración y la rabia. Hay decepción, desesperación y desesperanza. Son grados en un proceso común de emociones que, al no estallar en ira destructiva, terminan en depresión. Alguna vez hablé de las 3 D para referirme al chavismo de base: decepción desmovilización, dispersión. La última fase puede significar una bifurcación, coger para otro lado. La desesperación, que lleva a apelar a los demonios: pedir que Maduro se dé un autogolpe; que si hay una guerra, que entonces mate gente; que si la Asamblea Nacional viola la Constitución, que la disuelva y meta presos a todos los diputados opositores; que si Mendoza está jodiendo, que se le juzgue como traidor a la Patria y se le cuelgue; que si vamos al socialismo, que abramos Gulags, fusilemos a los burgueses e inauguremos campos de concentración como Stalin con todos los agentes del imperialismo y los corruptos adentro, incluidos los traidores "críticos". También la oposición está llegando a la desesperación: piden la intervención gringa; que los marines bombardeen Miraflores (a su urbanización, no, claro); que los "paramilitares" maten de una vez a Maduro, o mejor que lo cuelguen por los testículos, atados con los intestinos de Diosdado; que hagan un inmenso campo de concentración en el sur de Valencia donde metan a todos los chavistas sucios.

Son fantasías, claro. Tal vez esta etapa pasa, y terminemos desesperanzados, con la única felicidad posible de que consigamos nuestro paquetico de harina después de 7 horas de cola.



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Jesús Puerta


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