Venezuela está, cuando transcurre ya el mes de mayo de 2016, en una situación cuya evolución dependerá de la interacción entre cuatro variables: nueva economía, inflación, protestas y represión. El resultado final de esta interacción no se puede saber, ni siquiera predecir. Será el tiempo, en su transcurrir, el que vaya revelando lo que las fotografías van a ir registrando.
A partir del lanzamiento, por parte del gobierno nacional, de una iniciativa que buscaría la generación de una nueva economía productiva, con marca de hecho en Venezuela, para romper con el modelo del rentismo, se espera que en un lapso de tiempo no determinado, haya crecimiento económico, generación de empleos y abastecimiento de los centros de distribución y venta de bienes y servicios.
Mientras el proceso de una nueva economía se desarrolla, la variable inflación continuará causando estragos entre la población venezolana, impactando grandemente, de manera negativa, en su poder adquisitivo. La pregunta que hay que hacerse es hasta dónde llegará la espiral inflacionaria, y qué efectos negativos adicionales será capaz de producir en la sociedad venezolana.
Así las cosas, es evidente que algunos sectores de la población van a protestar, bien sea en demanda de aumentos salariales, o bien para exigir el suministro de bienes y servicios. Es posible que las protestas se hagan cada vez más intensas y frecuentes, y en un mayor número de puntos del territorio venezolano. Algunas, tal vez, se salgan de control y pasen a formar parte de estrategias insurreccionales.
A la interacción de una nueva economía, inflación y protestas, se sumará la cuarta variable: la nunca deseada represión. En nombre del mantenimiento de la paz y el orden público, como se hace en cualquier Estado, los cuerpos organizados que se encargan de la seguridad interna, actuarán para contener cualquier desbordamiento de las aguas. Los hilos tensos de las cuatro variables serán estirados, hasta reventar tal vez.
