Agricultura y la filosofía del esfuerzo

El esfuerzo es la palabra de mayor significado en la evolución humana pues se asocia a la necesidad de enfrentar la realidad para lograr la sobrevivencia en las agrestes condiciones del planeta. Bajo ningún concepto significa desgastarse, por el contrario abre las puertas a la observación sobre la mejor y más eficiente forma de hacer las tareas humanas. Esa capacidad de observación fue paulatinamente mejorando, y derribar una fruta de la copa de un árbol o pescar sin comprometer la integridad de la vida se fue simplificando como proceso, pero los humanos no dejaron de hacer el esfuerzo recolector, ni de la caza ni de la pesca. El esfuerzo tuvo por compañía la transmisión de la experiencia, y así progresivamente, el esfuerzo fue comprendido por las generaciones sucesivas y de su accionar, muchos procesos fueron apoyados con nuevas herramientas, simplificando la cantidad de energía y riesgo para obtener el resultado deseado, pero a su vez creando otras necesidades que requerían de nuevos esfuerzos. Nació la agricultura asentada, y el esfuerzo discriminatorio de lo que conviene y no conviene a los grupos humanos que lograron otra forma de producir los alimentos. Se instaló en la conciencia humana y sigue allí. Así sucesivamente, hasta llegar al mundo en que vivimos; resultado integral de la suma de los esfuerzos, unos constructivos, otros conservadores y otros destructivos de la naturaleza.

Estamos en un mundo que requiere valorar el esfuerzo humano en la agricultura. En los países de América Latina, existe una diferenciación clara entre los tenedores de tierra en grandes extensiones, en promedio un 20 % de la población dedicada a la agricultura y que emplea mano de obra asalariada y aquellos que representan el 80 % de los agricultores, con pequeños predios que apenas permiten la subsistencia. Venezuela no escapa a esta realidad, 1000 predios en manos del Estado y del sector privado disponen más tierras que 350 mil familias campesinas. Cuando se revisan los aportes crediticios del Estado y de la banca privada, los grandes propietarios o tenedores de tierra se llevan la mayor parte, en tanto cuando se habla de salvar la revolución se piensa en aquellos que no han recibido los beneficios para mejorar sus condiciones de vida, para aliviar su esfuerzo. Aún así, son vistos como la gran reserva de fuerza física y moral para acometer los cambios que demanda la agricultura nacional. Entonces se conjetura que salvar una revolución puede hacerse retomando la filosofía del esfuerzo. Las manos llenas para inversiones no calificadas, para la corrupción y para la dádiva no reactivarán jamás la agricultura. He aquí la filosofía del esfuerzo que se asocia a la dignidad del trabajo agrícola.

Una revolución en la agricultura requiere de una filosofía del esfuerzo de la cual carecen los burócratas agro-importadores compulsivos y también carecen los intermediadores despiadados en las cadenas socio-productivas donde expolian a los pequeños agricultores. La revolución en la agricultura hay que purificarla, hay que execrar el facilismo y la trampa, en su lugar hay que reforzar la educación para el trabajo, que en algunos textos aparece como pedagogía del esfuerzo, que contagia la esperanza y los logros.

Un buen amigo me escribió hace meses algo lapidario: "Esta revolución la salva una pedagogía del esfuerzo".

Todavía lo estoy aplaudiendo.



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Miguel Mora Alviárez

Profesor Titular Jubilado de la UNESR, Asesor Agrícola, ex-asesor de la UBV. Durante más de 15 años estuvo encargado de la Cátedra de Geopolítica Alimentaria, en la UNESR.

 mmora170@yahoo.com

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