Con gran entusiasmo y alegría se están celebrando los primeros cien días formales de agricultura urbana en Venezuela. La joven ministra de agricultura urbana, Lorena Freitez, de buen hablar y con dominio de los medios de comunicación, ha dado a conocer algunas cifras de lo realizado desde que se lanzó el esperanzador programa que tiene por objetivo hacer que la gente, en los espacios urbanos y periurbanos, produzca en pequeña escala algunos rubros alimenticios para autoconsumo y para la venta al menudeo. Supongo que de lo informado a lo mejor no todo es así, pero seguramente que algo se debe haber hecho.
El propósito de este corto artículo es llamar la atención de los que están impulsando el programa de agricultura urbana en Venezuela, para que estén conscientes de que apenas se está en la fase de la emoción y el entusiasmo. Cien días prácticamente es una fracción del tiempo que debe transcurrir para que efectivamente se pueda hablar de una cultura de agricultura urbana consolidada. No hay que olvidar que la sociedad venezolana, en buena medida, se caracteriza por una especie de entusiasmo inusitado y aguajerismo exacerbado.
Si de verdad hay convencimiento pleno de que la agricultura urbana es una buena alternativa, que tiene beneficios materiales y espirituales para los habitantes de las ciudades, se debe trabajar de manera sistemática y planificada. Nada de estar haciendo demasiado ruido comunicacional con logros insignificantes, en el contexto de la cuantía de la población venezolana. A los primeros cien días cumplidos, hay que sumarles cien días más, y cien días más, hasta llegar a mil días continuos de trabajo. Al cabo de este tiempo se debe mirar hacia atrás y comprobar que hay miles y miles de personas practicando la agricultura urbana, que no hay canteros abandonados, ni siembras descuidadas, ni semillas tiradas al garete. Sólo así se podrá decir que en Venezuela, al igual que en otros países, la agricultura urbana ha sido exitosa.
