Pérdida de confianza y deslegitimación: A Propósito del referendo

La propuesta de la Asamblea Nacional Constituyente fue levantada por el Comandante Chávez en 1998, no sólo por la agudización de la pérdida de hegemonía y liderazgo de las organizaciones del bipartidismo, sino también por un proceso de deslegitimación de las instituciones. Esto es necesario recordarlo hoy, cuando la disputa política y mediática parece centrarse en la convocatoria del referendo revocatorio, mecanismo institucional incorporado en la Constitución de 1999 a proposición del mismo Chávez, como parte de la concepción de la democracia participativa que animaba la nueva Carta Magna. Hay que recordarlo porque la lógica de la diatriba política diaria, que es la destruir la confiabilidad y la confianza en el liderazgo contrario, puede llevar a dinamitar también la legitimación de las instituciones mismas. De allí al caos político y hasta la guerra civil, hay un solo paso. En 1999, Chávez logró superarlo con la propuesta Constituyente. Hoy, no se sabe.

Hay que distinguir tres procesos diferentes, con diferentes ritmos y profundidades, muy relacionados, pero que conviene diferenciar para no perder la brújula. El más general es el de la lucha por la hegemonía, que se refiere a la conducción moral e ideológica, la aceptación de los valores y concepciones por parte de la mayoría de la población, a través de las diferentes organizaciones de la "sociedad civil" (escuelas, iglesias, familia, medios de comunicación, etc.). La hegemonía se refiere a los valores que sustentan consensos básicos, en torno a los cuales gura la discusión política: la democracia, el respeto a los derechos humanos, la participación, la justa distribución de la riqueza, la lucha por mejorar las condiciones de vida de la población, la intervención del estado en la economía para corregir las imperfecciones del mercado, etc. Es sobre esos valores que se levanta la legitimación de las instituciones.

Otro proceso, distinto pero vinculado al anterior, es el de la confianza y la credibilidad de los liderazgos políticos, que éstos ganan o pierden en medio de la diatriba diaria, que desde hace décadas es fundamentalmente mediática. Este último rasgo se manifiesta, no sólo por el uso intensivo de la TV y demás medios, sino por la imposición de ciertos códigos y ritmos: espectáculos, lenguaje, eventos, demostraciones, chistes, etc. Aquí entran las artes de la propaganda, pero sobre todo de la agitación y la publicidad. El objetivo de estas luchas es ganar confianza y credibilidad contra la del adversario ante los indecisos, fortalecer el compromiso de los propios (el aplauso de las barras, como lo llamé en una ocasión) y poner a dudar en el liderazgo de los contrarios a sus bases.

Hay muchas definiciones e interpretaciones de la democracia; pero hay dos elementos que son fundamentales y de consenso: el respeto de la mayoría y la apertura de la posibilidad de la lucha política a través del ejercicio de las libertades y la existencia de instituciones de participación. Esto último es el referendo revocatorio. Su previsión en la actual Constitución es indicativo del grado de democracia al cual hemos llegado los venezolanos y, además, para los chavistas, es un indicio de que ha habido un cambio importante durante estos años.

Hay maniobras, acciones, declaraciones, etc. que, respondiendo a la lógica de la pugna por el liderazgo, puede llevar a la deslegitimación de las instituciones. Eso no es bueno para nadie y, sobre todo, no es bueno para la misma institucionalidad. Pudiera beneficiar en un momento el poder relativo que tenga una fuerza (pongamos, el Partido-Gobierno-Estado). Pero se trataría de un poder basado únicamente en la fuerza y no en el consenso que da legitimación a las mismas instituciones.

Tanto las maniobras de falsear las firmas, en el caso de la oposición, como las de oponer obstáculos, ponerla cada vez más difícil (esa propuesta de recoger el 20% en un día), anunciar con tono de decreto que el referendo "no va", o, incluso, proponer (como lo han hecho algunos columnistas de Aporrea) decretar un estado de excepción para evitar, no sólo el referendo, sino cualquier elección, incluida las regionales y locales, y encima argumentar que eso se debe hacer porque el chavismo puede perder, son acciones que tienden, no a ganar confianza y credibilidad al liderazgo, sino a poner en duda los fundamentos legitimadores de las instituciones. Incluso se percibe que el ánimo con que se hacen esas propuestas es el del "vivo", el que gana o empata "como sea", es decir, irrespetando las reglas legítimas. Pero de tan "vivos", resultan "pendejos": la maniobra es evidente, el irrespeto a la democracia también. El "vivo" no se percata de que está cavando la tumba al liderazgo que pretende defender.

Y lo peor es cuando, en un dejo de desprecio, se refieren a "los mecanismos de la democracia burguesa" para referirse a las elecciones y consultas populares, dejando ver los opinadores su índole stalinista, la pe



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Jesús Puerta


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