Quienes me conocen o me han leído durante algún tiempo saben de mi compromiso con el proceso revolucionario, pero también de las críticas que he venido haciendo durante algunos años. Desde el inicio del gobierno de Chávez hice fuertes críticas al caudillismo y la conducta mesiánica y lo más importante confundir socialismo con populismo, al no generar la cultura de la producción y alimentar la cultura de la dadiva y la distribución. Hoy todo el mundo habla de crisis, y yo igual que todos, sufro de la escasez, la carestía, las colas, la delincuencia etc. Por esta misma vía he manifestado mi posición sobre las posibles causas de esta crisis, que resumidamente están en el agotamiento definitivo del rentismo petrolero, aunado a las deficiencias de este gobierno al no poder romper esa dependencia y por el contrario aumentarlas. Pero igualmente recae la responsabilidad sobre un sector de la oposición que ha provocado la inestabilidad política y económica y del empresariado nacional, que además de ineficiente y poco productivo han tomado una actitud conspirativa contra este gobierno.
Frente a un discurso agónico y melancólico que todos los días nos repite que "estamos frente a la peor de las crisis", "el país no tiene salida", frente a un discurso necrológico que nos lleva como única salida a tener que abandonar el país o aplicar un suicidio colectivo, por el contrario hoy queremos referirnos a lo positivo de la crisis. Nadie puede negar que en estos últimos tres años la pobreza que había sido casi derrotada por el gobierno de Chávez se ha vuelto aumentar y por consecuencia los brotes de violencia, enfrentamientos y angustias. Hemos visto en estos últimos días una imagen que creímos ya del pasado, como ver a los niños de la calle y personas recogiendo basura para comer. Pero a pesar de toda esta situación pienso, y no creo pecar por positivista ingenuo al afirmar que estamos en el clímax de la crisis, que hemos tocado fondo y que ya hay algunos signos de crecimiento: no solamente por el incremento del precio del petróleo sino por la producción en algunos bienes agrícolas, mineros, pesqueros, industriales, productos farmacéuticos, aumento de exportaciones, que nos hacen tener un optimismo moderado.
A diferencia de 1983, cuando con la caída abrupta en los precios del petróleo, se debatió por primera vez sobre el agotamiento del modelo rentista y su necesaria sustitución, pero lamentablemente poco o nada se hizo, no hubo cambios estructurales ni por parte de las políticas del gobierno ni el empresariado, que gracias a la devaluación de la moneda siguió dándole largas al modelo. En 1989, se intentó de forma radical imponer un nuevo modelo económico de carácter neoliberal, que de inmediato fue rechazado por la población, lo que dio producto al levantamiento popular de 1989 y las dos insubordinaciones militares de 1992.
Lamentablemente los que ciframos la esperanza de que a partir de 1999 con el gobierno de Chávez se iba a dar inicio a un nuevo modelo económico de carácter socialista, esto no se produjo y por el contrario se profundizó el rentismo petrolero y ahora más dependiente del capitalismo mundial. Los aumentos en el precio del petróleo de 7$ en 1997 a más de 30$ en el 2000, y luego los dos auges del 2004 al 2008 y del 2011 al 2014, que llevaron al petróleo venezolano entre 100 y 150 dólares, acabaron con cualquier ilusión de alejarnos del rentismo petrolero, ya que como lo hemos explicado en otras oportunidades y compartiendo la tesis de Juan Pablo Pérez Alfonzo, es imposible la siembra del petróleo; al modelo rentístico solo se le puede sustituir con la disminución abrupta del petróleo como principal energético o el agotamiento en los yacimientos, los cuales están muy lejos de la verdad o por la sobre producción y la caída de los precios que es lo que ha venido ocurriendo y deseamos que se mantenga.
Aunque pueda sonar chocante, somos optimistas en la medida en que el precio del petróleo se mantenga bajo y como ahora solo permita soportar las importaciones mas prioritarias para poder levantar el aparato productivo, los 100 años de la economía petrolera venezolana nos enseña que si se vuelve a producir un nuevo aumento del precio en forma abrupta volveremos a caer en las trampas del rentismo y no habrá posibilidades de constituir una economía sana, que es el principal reto que tiene no solamente el gobierno sino el país todo y principalmente el empresariado, que es el encargado de producir a nivel nacional.
Esta crisis ha hecho posible por primera vez que el país entienda que no podemos seguir dependiendo de las importaciones y por ende de la renta petrolera, que durante 100 años no hemos producido casi nada, que somos importadores netos, que esto nos coloca en una debilidad no solamente económica sino de carácter político y geopolítico, nos hace vulnerables con respecto al exterior. Esto es un tema viejo pero que había sido poco internalizado, siempre se vivía bajo "la ilusión petrolera" y aun lamentablemente coexisten en muchos que siguen casi malévolamente deseando que estalle un conflicto en el Medio Oriente y que "gracias a las desgracias de otros" (ruina, genocidio) el precio del petróleo aumente y "nos salvemos" . De esta ilusión hemos vivido todos los venezolanos y todos los gobiernos. El inicio de un cambio sicológico de esa postura enferma ya significa un gran avance, en termino de ir sustituyendo la cultura del petróleo por la cultura del trabajo y la producción.
Hoy vemos una revalorización del trabajo del campo, mientras que apenas algunos años atrás la gente se burlaba de la propuesta de Chávez de los cultivos orgánicos y los gallineros verticales, hoy muchas personas han asumido en humildes espacios esta propuesta de auto abastecimiento alimentario y si bien apenas está en los pininos, es el cambio de actitud la que nos parece más importante. Mientras que durante décadas los gobiernos- incluyendo el proceso revolucionario- subestimaron el campo y han dado prioridad a la ciudad y a lo urbano, como lo demuestra la sobrepoblación de las ciudades: construcciones de viviendas en las ciudades tradicionales, surgimiento de nuevas ciudades en las zonas norte costeras, hemos visto en estos últimos meses, no solamente un crecimiento en la actividad agrícola, que se debe fundamentalmente al estimulo en la producción por los precios liberados y la carencia de importaciones, pero también lo hemos percibido en las empresas, aunque en forma tardía se ha producido un dialogo directo y un apoyo financiero a un sector productivo que se ha visto crecer rápidamente.
Es necesario sustituir la cultura del consumo y del despilfarro por la cultura del trabajo y la eficiencia. Hoy es mucho más fácil percibir los actos de corrupción, la carestía junto a la organización de la sociedad lo pone en descubierto con mayor facilidad. Venezuela ha sido un país consumista, en desgracia a la renta petrolera hemos importado de todo, el modelo de sustitución de importaciones que se impuso en América latina en los años 40 del siglo pasado y que Venezuela no colapso, como en otros países en los años 70, por el contrario se profundizó en sus males. La mayoría de bienes que consumimos no los fabricamos nosotros y gracias a la sobrevaluación de la moneda que existía disfrutábamos de ellos con facilidad, al tiempo que hacíamos imposible la producción nacional, salvo aquella parasitaria y dependiente de la protección del estado y lo poco que producimos era con materia y tecnología importada lo que nos hacia doblemente dependientes.
Hoy eso tiene que llegar a su fin, es un proceso traumático, no hay de otra manera, es el parto de una nueva sociedad y esto se hace con dolor y sacrificio. Así mismo despilfarramos los servicios básicos que creemos que son eternos y hoy gracias a la crisis del agua y la electricidad producto del fenómeno del niño y de las ineficiencias administrativas comenzamos a entender que conservar el agua, la electricidad y la naturaleza es un problema humano, ético y de sobrevivencia. El petróleo nos internalizo el despilfarro, el creernos invulnerables, a gastar y gastar sin conciencia de que todos los bienes son finitos y de los daños que producimos.
El proceso revolucionario con el propósito de distribuir la renta petrolera y dar repuestas a los históricamente excluidos ha profundizado algunas de estas desviaciones consumistas: desde las nuevas ciudades y urbanismos, la importación masiva de automóviles y electrodomésticos, han aumentado el consumo, así mismos los mayores ingresos- que por lo menos hasta el 2012 se mantuvieron- permitieron incrementar los niveles de vida y de consumo. Lamentablemente se cayó en el error de confundir calidad de vida con mayor consumo. El estado socialista debe garantizar el bienestar social, la justa distribución de la renta, ofrecer iguales oportunidades para la educación, la salud y el trabajo digno, garantizar la seguridad de los ciudadanos y del territorio, pero no puede pretender ser el dueño de todo y producir todo. Como ya ha sido demostrado, muchas experiencias se han dado de expropiaciones, nacionalización de empresas, empresas cogestionadas, que en su mayoría han sido un fracaso, estando hoy en ruinas y plagadas de burocratismo e ineficiencia.
El socialismo no está negado con la propiedad privada ni con el mercado, ya esto Lenin lo había descubierto en 1921, cuando la Nueva Política Económica (NEP) en URSS, comprobó los errores cometidos en los primeros años de la revolución soviética, el error de confundir nacionalismo con socialismo, son dos cosas muy distintas. De lo que se trata en las sociedades socialistas es de tener la planificación y control de la economía, nos referimos a: qué se produce, cómo se produce, quiénes producen, cómo se distribuye, de tal manera que el empresario privado que siempre es llevado por la riqueza y el lucro, por ende por la explotación, no lo pueda hacer libremente y esté atado a un modelo planificado por el Estado. Hoy es necesario reactivar las Tres R de las que habló Chávez, "revisión, rectificación y reimpulso de la Revolución Bolivariana", debe surgir una nueva administración pública, una nueva política económica llamada mas a planificar que a controlar.
Es necesario racionalizar la economía es decir planificarla, no podemos seguir produciendo lo que queramos sino lo que podamos. Esta planificación socialista no surge solamente de los buenos deseos, de lo que desearían producir, sino de lo que potencialmente podríamos producir. Para ello hay que tener un conocimiento profundo de las potencialidades del suelo, el clima, la condiciones hidráulicas, los sistemas de distribución, vía de comunicación, industrias existentes, capacidad ociosas de las industrias, producir lo que realmente podemos producir y no lo que las pautas de consumo nos han obligado a consumir, la mayoría bienes importados o de materia prima del exterior.
El agotamiento de la renta petrolera debe ser el que haga posible el proyecto de desarrollo endógeno que desde el principios del siglo XX intentó propulsar el presidente Chávez y el cual nuevamente el rentismo petrolero imposibilitó. Los Desarrollos Endógenos no pueden ser el producto de una arbitrariedad; responden a características territoriales, históricas, culturales y de un profundo estudio de factibilidad que a partir de estas características indican cuales son las mejores potencialidades.
Es imposible pensar en desarrollo endógeno si no se parte de un profundo conocimiento de la geografía local y regional, pero más aun de la historia y la cultura. En las tradiciones culturales, desde nuestros aborígenes existen formas de organización para el trabajo comunitario, aprovechando las condiciones del espacio y también formas de organización social que pueden contribuir a crear rupturas o quiebres en el modelo capitalista imperante. No solo la ruptura con respecto al modo de producción capitalista caracterizado por la explotación si no también las relaciones políticas sociales y culturales que se ha desarrollado alrededor de él, y cuya interiorización en nuestros modos de vidas son más difícil de romper.
La revalorización de estas antiguas formas de organización y de trabajo revaloriza el trabaja de aquellos que han sido marginados de la producción capitalista, desde la producción de alimentos tradicionales, medicinas naturales, viviendas, tecnología popular, transporte, todos ellos representan la ruptura de la que hemos hecho señalamiento, pero además garantizan un cambio en las relaciones sociales ya que al revalorizar este tipo de trabajo, además de elevar la autoestima de quienes han sido históricamente marginados y explotados, establecen nuevas formas de reconocimiento social y de participación política. Continuará…
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