"No soy pesimista, es la realidad que es pésima"

Juro que no es agradable hacer predicciones de empeoramiento. De verdad, que no me gusta el papel de aguafiestas. Me amarga hacer análisis, cuyas conclusiones deseo estén equivocadas. Desearía estar contento, sin saber qué es lo que siento. Cantar como el río y como el viento. Me gustaría reventar de las ganas de cantar. Me encantaría poder vivir sin aire ni comida. Pero no puedo, siento que muero. No puedo cerrar los ojos, mucho menos sacármelos.

Me entra un fresquito porque al parecer se acabó el plan de racionamiento de la energía eléctrica, porque, gracias a las lluvias, al fin el Guri alcanzó un nivel adecuado. Aplaudo y me satisface la destacada participación de la vino tinto en futbol y en basquetbol. Qué bueno. Eso realza mi autoestima nacional. Sonrío cada vez que leo que el precio del petróleo subió un poquito. Miro para otro lado cuando, al día siguiente, vuelven a bajar. Son cosas que no controlamos. No es crítica: es verdad.

Tal vez debiera aplicar esas recomendaciones que, a duras penas, hacen los psiquiatras cuando les preguntan por la radio o la TV qué hacer ante la tristeza, la ansiedad, la angustia y la desesperación porque el sueldito no alcanza. Ellos dicen: lea un buen libro, comparta con sus amigos y familiares, haga el amor (o, más específico, el sexo), haga deportes o ejercicio físico. Sonría, hijo mío.

Algunos compañeros se refugian en algunas actitudes básicas, como, simplemente, negar, decir no, no admitir. Me cuesta hacerlo. También hay otras maneras: compadecer al presidente Maduro porque le tocó las agrias, considerarlo porque trabaja mucho, es verdad. O hablar del enemigo. Esa es buena. Un compañero la otra vez me reclamó que no criticaba a la oposición. Es cierto. Hay que culpar al enemigo porque hace su trabajo. Debiera, más bien, ayudarnos como todos estos años ha ayudado la oposición al chavismo. Que se divida más. Que cometa otro error como el golpe, el paro petrolero, las guarimbas, el retiro de las parlamentarias, la convocatoria a destiempo del referendo. Aunque la verdad es que han ayudado ya mucho.

Una amiga camarada me envió un mensaje con una especie de fábula con moraleja: érase una vez un futbolista y un espectador crítico. El futbolista lo pusieron a hacer un penalti y sólo logró lanzársela de bombita al portero contrario, quien paró el disparo sin mucho esfuerzo. Al salir, el espectador crítico le reclamó la pésima jugada, y el futbolista le replicó que él había jugado varias horas, dando todo de sí, y no simplemente estaba mirando cómodamente el juego. Todo eso para decir que es fácil criticar. Esa era la moraleja. Yo me quedé sin respuesta. Por poco le contestaba: bueno, si juegan ante un público, éste no está obligado a sólo aplaudir y decir hurra cuando el equipo pone la torta. Pero no le contesté porque, de verdad, no me gusta ser aguafiestas.

  Contengo mis impulsos de responder groseramente cuando me llaman a la unidad. Especialmente cuando me llaman a unirme blandiendo un mazo a lo Pedro Picapiedra. Prefiero pensar que se refieren a la canción de Lennon “Come together”, y no a un llamado a cerrar filas, eso sí, detrás de los líderes actuales, los mismos que perdieron la “guerra económica” o provocaron con sus errores esta monstruosa crisis. Ya no importa mucho agudizar el análisis. No quiero agregar amarguras.

  Me siento un poquito (sólo un poquito, lo juro) indignado y molesto, cuando prohíben hablar de un alto oficial militar que estuvo al frente de la alimentación en este país, que puso a un montón de directivos de las misiones alimentarias, todos ahora presos por robos, evidenciada su corrupción. Y el tipo sano y salvo. Realizando el milagro de esas flores que se mantienen inmaculadas en medio del excremento. Lo mismo que aquel otro directivo que estuvo en CADIVI. Y aquel otro gran burócrata que estuvo al frente de PDVSA. Y el otro gobernador que negó una matanza. Y la cantidad proliferante de ministerios. Y ese oxímoron logrado de la “minería ecológica”. Pero recurro a Platón porque el Prozac no se consigue.

  Ya este artículo se parece a aquella vieja canción que cantó alguna vez, hace muchísimos años (yo era un niñito, que conste), Cherry Navarro, “Aleluya”. La que hacía una retahila de desastres y remataba cantando “Aleluuuuuyaaaa”. Pero, de verdad, no quiero ser una “Casandra” anunciando desastre y catástrofes.  Como canta Charly García “yo no quiero volverme tan loco/yo no quiero vestirme de rojo/yo no quiero vivir en el mundo hoy”.

  No es que sea pesimista, sino que la realidad es pésima. Y eso lo dijo el gran José Saramago. Yo no. Que conste, Picapiedra.



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Jesús Puerta


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