Las acciones (sociales) de Maduro: ¿Escindidas entre los valores y los fines?

"La idea de acción es indisociable de la de responsabilidad"

Manuel Cruz

"La ignorancia acerca de las consecuencias lejanas y/o indirectas de una acción, sobre todo si existe la posibilidad de daños graves e irreversibles, es una razón moral para aplazar o descartar esa acción particularmente, en los desarrollos que puedan modificar la realidad en gran escala."

Jorge Riechmann

"Las decisiones más fatales no son las que provoca la ignorancia, sino el desconocimiento de la propia ignorancia"

Jurgen Dahl

I. Introducción

En el libro tercero de El capital Karl Marx escribió: "Ni siquiera una sociedad entera, una nación, ni siquiera todas la sociedades contemporáneas juntas son propietarias de la Tierra. Sólo la aprovechan en usufructo, y como boni partes familia tienen que legársela mejorada a las generaciones posteriores". El artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Generaciones Futuras (aprobada el 26 de febrero de 1994) dice: "Cada generación, que recibe como herencia momentánea la Tierra, tiene solamente el mandato de administrarla, con el compromiso ante las generaciones futuras de impedir todo atentado irreversible a la vida sobre la Tierra y de respetar la libertad de opción que debe permanecer total, en cuanto a su sistema económico, social y político".

¿Cómo se descubren-construyen los riesgos si no es desde una sospecha crítica positiva y éticamente aconsejable por prudente?

¿Es serio (confiable/responsable) un ministerio cuyo nombre es un Oxímoron (Ministerio de Desarrollo Minero Ecológico)? Y cuyo responsable máximo dice: "Si no hay manera de compensar el daño ecológico, entonces no se explota"¿Los daños ocurren antes o después de la explotación?¿Que puede compensar la destrucción de un ecosistema de más de 3000 años?

¿Tiene el Ministerio de Desarrollo Minero Ecológico las competencias requeridas para apreciar justamente las informaciones que les suministren las transnacionales de la mega-minería?

¿Vale la pena destruir de manera irreparable bosques y acuíferos por un puñado de dólares?

¿Debemos evitar condicionar gravemente las opciones y posibilidades vitales de las generaciones futuras, o legarles problemas irresolubles?

¿Deberíamos poner un cuidado especial en evitar las irreversibilidades. ?

¿Hasta qué punto debemos contaminar los acuíferos con la cianuración del oro?

¿Hasta queé punto debemos decir la verdad sobre los daños irreversibles que causará la mega minería?

¿Hemos calculado los efectos no deseados que provocará el saqueo al llamado Arco Minero del Orinoco?

II. Entre las responsabilidades y las convicciones

Uno de los pensadores contemporáneos que mejor han descrito las consecuencias de la modernidad en la vida cotidiana fue Max Weber. A principios del siglo XX, justamente después de que se produjera la revolución socialista de 1917, pronunció en la Universidad de Múnich una conferencia que ha hecho época. Se dirige a unos estudiantes exaltados y animados a trasladar con urgencia a tierras alemanas la revolución socialista. La conferencia llevaba por título La política como vocación y en ella presentó de forma clara no solo dos modos de situarse ante la acción política, si no dos modos de afrontar la acción humana en general. La ética de la convicción y la ética de la responsabilidad no son únicamente dos formas de ejercer la vocación política, sino dos modos de estar en el mundo. Mantienen una ética de la convicción quienes, a la hora de obrar, dan prioridad a las convicciones absolutas, dejando de lado las consecuencias, las situaciones y los contextos. Se trata de una ética que considera que hay acciones intrínsecamente malas y por ello están siempre prohibidas. Hay una máxima de la ética que sintetiza este planteamiento: "hágase la justicia aunque perezca el mundo" (Fiat iustitiam, pereat mundus). Max Weber también la llama ética absoluta o ética de nobles intenciones, porque el sujeto moral no repara en las consecuencias, los medios y los contextos de sus acciones al considerar que hay bienes absolutos e incondicionados. El sujeto es un "racionalista cósmico-ético" porque no admite la racionalidad ética del mundo, es decir, el hecho de que nos encontremos fenómenos morales inexplicables como la muerte de los inocentes, el infortunio del justo, el sufrimiento inmerecido o una catástrofe natural. Para Weber, la ética del Sermón de la Montaña es un claro ejemplo de la ética de la convicción. Se propone un modelo de la vida moral guiado por fines últimos o convicciones que dan luz, que guían, que orientan y que permiten resolver el carácter dramático que tiene la acción humana. Mantienen una ética de la responsabilidad quienes, a la hora de obrar, dan prioridad al cálculo de las consecuencias, al conocimiento de las situaciones y a la valoración de los contextos. Weber estaba dirigiéndose a un auditorio de estudiantes convencidos de la urgencia de la revolución, con independencia de cuáles fueran las consecuencias o efectos de su acción. Estos estudiantes y sindicalistas no habían calculado que una acción bien intencionada puede tener consecuencias no deseadas o imprevistas. La ética de la responsabilidad es una ética de la cautela, de la precaución, de la prudencia y del conocimiento meditado de la naturaleza humana. La naturaleza y la historia humana son más complejas de lo que piensan un yogui, un profeta o un revolucionario. El problema se plantea habitualmente en la gestión de la violencia cuando hay un conflicto, o en la administración de la sinceridad en las relaciones humanas. La existencia de esos enfoques no significa que una ética de las convicciones coincida con una ética de la responsabilidad, ni una ética de la responsabilidad coincida con un oportunismo sin principios. Lo que muestra es la complejidad de una vida moral que necesita tanto de principios como de responsabilidades, tanto de fines últimos y convicciones como de cálculo de medios y consecuencias. Por eso, quizá sea más correcto hablar de una ética de la responsabilidad convencida o de la convicción responsable. En definitiva, si aquí encuentra su punto de partida una ética aplicada, no es porque estos modelos se puedan adscribir a las dos grandes tradiciones de moral occidental, la deontológica y la teleológica, sino porque vuelven a situar en primer plano el valor del conocimiento en la era de la ciencia y de la técnica. Sin conocimiento, la convicción es ciega, sin conocimiento, la responsabilidad es irreflexiva.

III. Ética de la responsabilidad

El concepto de ética de la responsabilidad remite inevitablemente como dijimos en (II) a la distinción, de Max Weber entre ética de la responsabilidad y ética de la convicción. Es preferible leer directamente, aunque resulte un poco extenso el texto, sus palabras tal como dejó en su librito El Político y El Científico:

"Tenemos que ver con claridad que toda acción éticamente orientada puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre si e irremediablemente opuestas: puede orientarse conforme a la "ética de convicción" o conforme a la "ética de la responsabilidad". No es que la ética de la convicción sea idéntica a la falta de responsabilidad o la ética de la responsabilidad a la falta de convicción. No se trata en absoluto de esto. Pero si hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción, tal y como la que ordena (religiosamente hablando) "el cristiano obra bien y deja el resultado en manos de Dios", o según una máxima de la ética de la responsabilidad, como la que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción. Ustedes pueden explicar elocuentemente a un sindicalista que las consecuencias de sus acciones serán las de aumentar las posibilidades de la reacción, incrementar la opresión de su clase y dificultar su ascenso; si ese sindicalista está firme en su ética de la convicción, ustedes no lograrán hacer mella. Cuando las consecuencias de una acción realizada de acuerdo con una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que los hizo así. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, por el contrario, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio. Como dice Fichte, no tiene ningún derecho a suponer que el hombre es bueno y perfecto y no se siente en situación de poder descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción que él pudo prever. Se dirá siempre que esas consecuencias son imputables a su acción. Quien actúa según una ética de la convicción, por el contrario, sólo se siente responsable de que no flamee la llama de la pura convicción, la llama, por ejemplo, de la protesta contra las injusticias del orden social. Prenderla una y otra vez es la finalidad de sus acciones que, desde el punto de vista del posible éxito, son plenamente irracionales y sólo pueden y deben tener un valor ejemplar."

Si leemos atentamente estas líneas se llega a la conclusión de que no se trata de dos modelos de ética que se excluyan mutuamente. En el fondo todos necesitamos participar de la ética de la convicción y de la ética de la responsabilidad. Lo que a Weber le parece peligroso es que nos quedemos únicamente en la primera, es decir, en una ética de a la afirmación de los grandes valores y de los grandes principios, sin que nunca lleguemos a preguntarnos responsablemente cuáles son las consecuencias que se pueden seguir de la afirmación de esas ideas que, al menos en teoría, merecen toda nuestra adhesión.

No se puede olvidar el contexto polémico de este texto. Weber se refería a algunos grupos cristianos, de tendencia pacifista radical, a los que precisamente va a criticar porque se sitúan en una clara posición de ética de la convicción. Pero tras hacer su crítica, él mismo corrige subrayando que no quiere decir que la ética de la convicción no tenga importancia. La idea de Weber es que hay que procurar, al mismo tiempo, actuar de acuerdo con una ética de la convicción y con una ética de la responsabilidad.

No es que la ética de la convicción equivalga a falta de responsabilidad, o que la ética de la responsabilidad suponga actuar sin convicción. Pero ciertamente hay una diferencia abismal entre obrar según la ética de la convicción (por ejemplo, la que ordena, hablando en términos religiosos, al cristiano "obra bien y deja el resultado en manos de Dios"), o según la ética de la responsabilidad (que exige tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción). Cuando las consecuencias de decisiones y acciones realizadas de acuerdo con una ética de la convicción son desastrosas, quien la ejecutó no se sentirá responsable de ellas. Responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que los hizo así. En cambio quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad tendrá muy en cuenta todos los defectos del hombre medio. Porque no hay razón para suponer que el hombre es bueno y perfecto, y que no se va a sentir en la tentación de descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción que él pudo prever. Reconocerá siempre que esas consecuencias son imputables a su acción. Para el ético de la convicción, por el contrario, su única responsabilidad es que se manifieste con toda nitidez cuál es su convicción, es decir, que los grandes principios queden afirmados. Se preocupará, por ejemplo de protestar contra las injusticias del orden social, sin preguntarse si sus actitudes podrán tener éxito algún día o si son inviables y sólo se puede esperar de ellas que tengan un valor ejemplar. Los modelos teóricos están claros y son bien diferentes. El ideal consiste en no contraponerlos de una forma excluyente, sino en hacer que ambos se complementen. Obviamente es perjudicial quedarse ingenuamente en una ética de la convicción.

Esta distinción de dos modelos de ética también tiene importantes aplicaciones en el campo de la ética económica. En efecto, hemos dicho que en el último término, la ética es una opción por valores. Ahora bien, esta opción por valores podría concretarse todavía en dos aspectos. En primer lugar, no se opta por valores de una forma desordenada sino jerarquizándolos de alguna manera: es decir, se trata de una opción por una determinada sistematización de los valores, o, si se quiere, por una determinada visión o concepción del hombre y de la sociedad. En segundo lugar, además, cuando esa opción entra en juego en situaciones concretas, lo que aparece en primer término es la conflictividad real de los valores y, por tanto, el comportamiento ético se juega, no en la pura opción por valores, sino en la forma concreta de optar por unos determinados valores cuando estamos en insertos en una situación particular. El conflicto consiste en que la realización de unos valores pueden perjudicar a otros valores, que, al menos en principio, también merecen mi adhesión. ¿cómo orientar, entonces, la decisión? Evidentemente aquí entran de lleno las consideraciones propias de una ética de responsabilidad.

La aplicación de estos enfoques de la ética a la economía nos obliga a estar continuamente haciendo un análisis de la realidad para estudiar la previsibilidad de la realización de determinados valores y la conflictividad que se da entre ellos. El problema central de la ética no radica en la enunciación de los valores o en la adhesión a ellos de principio, sino en optar, en cada situación concreta, por aquellos valores por los que creo que debo optar, sabiendo el coste que eso tiene en términos de otros valores, como consecuencia de la complejidad de la realidad social y económica.

Cabe decir que este planteamiento puede derivar de un cierto pragmatismo que reduce la ética a una ética de lo posible. Pero si no entramos en el análisis de la conflictividad de los valores, la reflexión ética se queda en un nivel puramente abstracto y teórico. Tal enfoque contrasta enormemente con el pragmatismo con el que muchas veces tenemos que actuar cuando se trata ya de tomar decisiones técnicas o de analizar cuestiones muy condicionadas por la técnica. Y termina por desacreditar a la ética ante el mundo científico, vaciándola de contenido. Por eso no hay que tener miedo a reconocer que una ética de la responsabilidad es, en cierto modo, una ética de lo posible también. Equivale a decir: reconozco que no soy omnipotente, y, a pesar de todo, tengo un margen para actuar éticamente.

medida713@gmail.com

 



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

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