Algo más de la traición de los sacerdotes (2/4)

Está claro que los enemigos de Jesucristo extreman y distorsionan las apariencias, pero estas apariencias lo eran de hechos reales. Ante todo, está el hecho real de la posición de los poderes socio-religiosos contra Jesús; si no hubieran visto en él a un enemigo de su poder y de la estructura social no lo hubieran condenado a muerte y si la acción de Jesús no hubiera tenido nada que ver con aquello de que le acusaban; tampoco hubiera prosperado. Ambos aspectos que en su unidad se hacen presentes a todo lo largo de la vida de Jesús, prueban el carácter de su vida. Tan peligrosa aparecía la persona y la acción de Jesús, que las autoridades sacerdotales judías habían calculado que esa peligrosidad iba a traerles una mayor represión por parte de los romanos. Lo cuenta San Juan: Reunidos los sumos sacerdotes y los fariseos se preguntaban qué hacer, si dejaban seguir con sus prédicas a Jesús, todos iban a creer en él, lo cual ocasionaría la intervención de los romanos que destruirían el lugar santo y la nación entera; a lo cual respondió Caifás que era mejor que muriera un solo hombre por el pueblo y no que pereciera toda la nación (11, 47-50) Curiosamente esta frase de Caifás, de tinte tan marcadamente político, va a ser leída por Juan teológicamente y en un sentido expiatorio.

Los elementos histórico-políticos en el juicio de Jesús son evidentes en el relato entero de su pasión. Lo que más resaltan los evangelistas es una serie de elementos históricos, como si estuvieran preocupados por responder a por qué mataron a Jesús. Sobre este punto crucial se han deslizado los comentaristas teológicos con peligrosa e ideologizada facilidad; hoy se trata de evitar ese deslizamiento interesado. No en vano este punto tiene tal importancia en los relatos evangélicos que lo consideran como algo anecdótico o como concesión sentimental; lo que sería caer en el llamado gnosticismo biográfico. Insistir en lo que realmente significa nos lleva a la que fue la raíz humana de la vida de Jesús y, consiguientemente, al lugar adecuado de la fe y su trascendencia. Jesús ya sabía que su modo de actuar era peligroso y lo llevaría a una segura muerte. Tal tema está lleno de dificultades interpretativas y dogmáticas; veamos. Como preámbulo podemos dar por cierto que Jesús estaba consciente del peligro al que exponía su vida y de que su actuación ofrecía motivos para llevarlo a la muerte. La confrontación con sus enemigos, tal como la señalan los evangelistas, no podía llevarle a otro final. Juan reitera incansablemente cómo Jesús conocía el propósito de sus adversarios: «algún tiempo después recorría Jesús Galilea, evitando andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo» (7, 1; cfr. 2, 24-25; 5, 16-17; 7,19, 25-26, 30-35; 8, 20, 59; 10, 30-31, 39; 11, 8, 53-54, 57).

¿Cómo se le presenta a Jesús la inminencia de su muerte y que significaba ello para él y para los hombres? Esta conciencia puede sospecharse a partir de dos pasajes: El huerto de Getsemaní y la crucifixión. "Ha llegado la hora en la que es entregado el hijo del hombre en manos de los pecadores; mi alma está triste hasta la muerte, y oraba para que si fuera posible pasase de él la hora; he aquí que se acerca el que me entrega; levantaos, vayamos». Jesús, pues, esperaría la "hora", pero la "hora" tiene un claro carácter mesiánico que, sobre todo en Juan, implica el paso por la glorificación de la muerte, lo cual le causa profunda turbación. No aparece explícitamente ni el sentido expiatorio de su muerte ni siquiera de su inmediata resurrección. Tanto la oración de Jesús como su tristeza mortal son datos no conciliables con una visión clara de su triunfo glorioso. Igualmente las palabras de Jesús en la cruz muestran el dramatismo de una reserva oscura respecto del sentido de la muerte: "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado" Luego aparecerían las otras seis palabras que son recogidas por Lucas; las más significativas: el perdón a los que le matan, el premio al que se arrepiente y un último suspiro de confianza en el Padre.

 



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José M. Ameliach N.


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