Desde hace más de cuatro (4) siglos los españoles nos impusieron mezclar en todo la religión. Y lo hemos hecho en ocasiones contra nuestro propio pensamiento más clásico: Los que representaron el florecimiento del pensamiento católico y el de los literatos, significó para muchos una total confusión, porque impregnaron los actos políticos oficiales españoles con actos católicos y con ello dirigirlo todo las cosas mundanas; y hasta la misma vida privada. Siendo así como fórmulas religiosas organizaban y dirigían la economía junto a la moralidad pública. Los jerarcas católicos prohibían el baile de las parejas jóvenes argumentando que el baile agarrado era pecado. Los arzobispos indicaban a sus súbditos sobre que las mujeres calzasen medias siempre, y no recortasen en verano las mangas de sus vestidos y/o blusas. Y los gobernantes civiles requerían juramentos solemnes que, poco a poco, se convirtieron en declaraciones juradas, Algunos obispos, más lectores del Evangelio, recomendaban algunas imprecisas fórmulas usando la palabra jurar en el título, pero no en el contenido de la declaración. Así se mantenía un nimio fuero de aparente respeto hacia la palabra de Dios.
Fue así como se impuso en la sociedad una moralidad hipócrita, que todo lo justifica con subterfugios verbales del Evangelio. Hay que tener presente que Jesús enseñó a no jurar por ningún motivo humano, y San Mateo recordaba que el fundador del cristianismo se mostró totalmente contrario a la práctica de jurar y bastaba decir, "sí, cuando es que sí, y no, cuando es que no, porque lo que pasa de ahí da que sospechar", bien sea por la malicia del que jura o por la desconfianza del que exige jurar. Actualmente, siglo XXI, no se remedia nada con la juramentadera, porque al final todo el mundo sabe que lo que se jura no requiere mayor compromiso. Los moralistas del casuismo llamaban a este subterfugio, restricción mental, por ser éste un recurso legítimo para la mentira verbal, para salir de un apuro. O sea, que diciendo literalmente una mentira, podíamos jurar en falso porque no teníamos intención de hacer lo que se juraba, y todo el mundo entendía lo que en el fondo se pretendía. Bastaba cubrir el expediente externo, como lo exigía la legalidad civil de entonces, y ahora, y todo el mundo quedaba contento. Pero en la juramentación para ocupar un cargo público queda mal parada la religión, por un lado, y la honradez cívica, por otro. Por eso, el católico debía haberse atenido estrictamente al consejo del Evangelio y haberse negado a jurar, y negarse más tarde en toda otra en el futuro político que pudiere sobrevenir.
Hasta aquí la primera razón por la que yo como cristiano pienso al recibirse un cargo público y por lo tanto no debería jurarse, evitando así haya una mezcla confusa de religión y política. Y digo mejor: En ninguna parte del mundo se debe mezclar la religión con la política. Y menos todavía en un Estado no confesional, como el que consagra nuestra Constitución vigente; segunda razón por la que no creo debe mezclarse lo cristiano con lo profano, es que la sociedad no se gobierna por las leyes sobrenaturales, este mundo no está hecho para que sea así, nosotros para obtener una mayor felicidad y progreso debemos inspirarnos en la fe, sin fanatismo, y en la razón. El ámbito del ciudadano es el de las relaciones naturales entre los hombres de distintas ideologías y creencias, y para nada hay que mezclar las normas que afectan directamente a las cosas sagradas y que el creyente encuentra en lo interior de su conciencia.