Así como en otros artículos hemos hecho referencia a un mundo poco idéntico, profundamente diferencial, igualmente podemos hacerlo hacia adentro de lo que son hoy las más representativas y respetadas internacionalmente formas de organización societal, como son los estados nación. Los recientes estados nacionales, tanto en Europa como en los nuevos mundos, fueron el producto no de un proceso armónico, consensual, sino como consecuencia de guerras entre feudos (en Europa) o de contiendas independentistas frente a los imperios coloniales (caso de América Latina) o fueron construcciones artificialmente creadas por los intereses coloniales, como ocurrió en Asia y fundamentalmente en África. Estos Estados Nacionales, surgen sobre un territorio ocupado por culturas distintas, muchas de ellas antagónicas, con lenguas y pautas culturales diversas, en otros casos se dividieron culturas milenarias entre dos y más estados nacionales. Además, estos estados nacionales se fundan sobre profundas desigualdades económicas sociales y políticas. En Europa fueron los feudos dominantes los que impusieron al resto de la nación sus condiciones e intereses. En América Latina los principales beneficiarios de la independencia fueron las oligarquías de los blancos criollos, para quienes el sistema jurídico y militar debía respaldar la desigual distribución de las tierras, el dominio absoluto del poder político, la imposición de sus patrones culturales y hasta la mas denigrante de las condiciones de vida de buena parte de la sociedad como fue la permanencia de la esclavitud.
De esta manera, los Estados Nacionales no se fundan sobre identidades, ha sido un proceso histórico de imposición de una elite sobre las mayorías, de dominio económico, de represión militar y de enajenación cultural. Pero no podemos negar que bajo este proceso violento de imposición, luego secularizado a través del proceso religioso y educativo, los habitantes de los respectivos Estados Nacionales han conformado en estos años nuevas pautas, nuevos hábitos, que aunque representan directa o indirectamente los intereses de una elite nacional, hoy son elementos comunes de la cultura de todos los pobladores del Estado Nación. Esto no representa bajo ningún respecto que seamos idénticos dentro de cada uno de los estados nacionales, pues como sabemos, la cultura no es un proceso mecánico, gracias al sincretismo o al otro extremo los aislamientos, hoy subsisten manifestaciones culturales que hacen evidente la diversidad, a pesar del intento de homogeneización por parte del poder centralista.
Hemos señalado que la identidad nos permite diferenciarnos unos con respecto a otros, y de esta manera clarificar cual es nuestro papel en el marco de un colectivo mayor y de esa manera negociar nuestra participación dentro de ese colectivo. Pero la utilidad del concepto de identidad se hace mucho más difícil cuando pretendemos analizar hacia adentro de un Estado Nación, en lo que es muy difícil señalar que es idéntico a que: ¿En qué se identifican el campesino al hombre de la ciudad?, ¿en que se identifican el hijo de un humilde obrero al de un potentado industrial?, ¿en qué se identifican la cultura de un hombre de la cosmopolita al de aquel descendiente aborigen o de etnias africanas que conviven dentro del mismo Estado Nación?, ¿en qué se idéntica el iletrado o las grandes mayorías sin formación profesional con los que tienen el privilegio del saber universitario?. Sin embargo, a pesar de esta realidad hay códigos, símbolos, manifestaciones, que por la fuerza o por la secularización educativa y religiosa nos identifican: Desde los símbolos patrios, desde la historia de una contienda, unos héroes, la centralización política, es decir la referencia de donde y quienes ocupan el poder sobre el resto, es decir, una lengua, una historia una música, una religión, que aunque no originalmente propia de un colectivo, estos ya han sido absorbido por ellos. Estamos conscientes de las deformaciones que los nacionalismos y los estados nación han producido: Por un lado; los obstáculos que debilitan la comunicación con el mundo económico y cultural, ha incentivado los más terribles enfrentamientos militares y movimientos de dominación imperial sobre otras naciones. Y así mismo en lo interno, estos movimientos no tienen una conformación neutra han surgido amparando el predominio y la desigualdad social previamente existente, han surgido para privilegiar un sector, han legitimado y dado consenso a una cultura que se presenta como nacional y única en desmedro de la diversidad.
Pero reconociendo estas desviaciones, los estados nacionales, sobre todo en los países del tercer mundo, se han convertido en la única plataforma política, jurídica, y militar para frenar los movimientos imperiales sin los cuales seriamos totalmente desdibujados económica y culturalmente. A pesar de la parcializacion de los organismos internacionales hacia los intereses de las grandes potencias, no es menos cierto que en estos últimos años del siglo XX las agresiones internacionales sobre los países pobres se han visto disminuidas, aunque nunca imposibilitas. Igualmente al interior de los estados nacionales, la tendencia a ser administradas por democracias representativas ha permitido, a pesar de su naturaleza, la subsistencia tanto de sectores económicos pequeños y artesanales, la participación política de las minorías, y el reconocimiento de la diversidad cultural. Estos aunque subestimados y disminuidos aun existen.