¿Qué sentido tienen las normas si nadie las hace cumplir?

En el Capítulo V, De los Ruidos Producidos en el Ambiente Interior de los Recintos, de la Ordenanza sobre Control de la Contaminación Atmosférica y Ruidos Molestos o Nocivos, de la Gaceta Municipal de Libertador, de 1995, en su Artículo 32 queda establecido que, "Se prohíben las transmisiones sonoras o ruidos desde el interior de cualquier recinto destinado para vivienda, comercio o cualquier uso hacia otros recintos de la misma u otra edificación o hacia el ambiente exterior, con niveles sonoros que excedan de los 50DBA, salvo las excepciones permitidas por las leyes".

Lo anterior se entiende facilito, como que ninguna persona, aunque esté dentro de su propia casa, puede estar generando ruidos que molesten a los vecinos que vivan en el mismo edificio o la misma cuadra o calle.

Si usted le entusiasma la pachanga, pues disfrútela pero a un nivel aceptable para usted y sus amigos, pero no moleste a los demás, que no solo tienen derecho al descanso luego de duras horas de trabajo, sino que además tiene familia de meses y no le dejan dormir; a lo mejor algún persona está enferma de los nervios o simplemente no está acostumbrada a que la estén atormentando.

Es más, ninguna persona está obligada a soportar altos niveles de volumen musical (decibeles), y calarse un gigantesco repertorio de canciones que comienzan, por lo general los viernes o sábados en las noches y concluyen los domingos a las seis o siete de la mañana.

Y esta realidad la estamos viviendo, al menos en Caracas, sus urbanizaciones y demás sectores y en todas partes estamos viendo como los jóvenes montan grandes cornetas en las maletas de los autos y más de uno saca las cornetas o parlantes fuera de sus casas, obligando a los vecinos a soportar una música que se convierte en ruido nocivo.

¡Un salvajismo que viene repitiéndose desde hace décadas!

Pero hay que aclarar que la música –en sus miles de expresiones- es fundamental para todas las personas del mundo. Es más, el uso de la música clásica en los bebés, valga decir, acostarlos y que duerman plácidamente bajo el embrujo de Juan Sebastián Bach, Ludwig van Beethoven, Wolfgang Amadeo Mozart, Chopin y otros notables músicos, de acuerdo a los expertos, facilita el desarrollo cerebral y por ende, de sus pensamientos.

Pero la cuestión no queda allí. A lo anterior hay que sumar los escapes de las motocicletas, autos y las unidades del transporte colectivo, muchos de ellos con doble contaminación, es decir, al ruido le agregan la mala combustión de sus motores dañados los cuales generan una humareda que ahoga a los otros conductores y ciudadanos que transitan a pie por las calles.

No pueden dejar a un lado a la última novedad de los vendedores en camiones y/o camionetas, quienes utilizan altavoces para anunciar los productos que venden. Estos señores le ponen a los equipos de audio un alto volumen para vender sus papas, aguacates, mangos, piñas y demás productos.

Pero lo cierto del caso, es que uno se pregunta para que sirven las normas, si nadie las aplica (en este caso las autoridades) y las personas las siguen incumpliendo, de allí que nada de extraño tiene que algunas personas digan que vivimos en el pleno caos, sin un mínimo bienestar posible.

Todo ello salta diariamente a la vista de las ciudadanas y ciudadanos y no ha cambiado; es como hacer referencia al barrido de las calles, la recolección de residuos, a los huecos en las calles, las aceras destartaladas convertidas en estacionamientos de autos (hasta en pleno centro de la capital), las alcantarillas dañadas, las filtraciones y diversas tapas metálicas de los servicios públicos de agua, gas y electricidad, semáforos y un sinfín de problemas más sin resolver y en donde está –como he escrito antes- inmersa una responsabilidad gerencial tremenda, en la que se pone al descubierto que tenemos pocos servidores públicos y muchos funcionarios de quince y último.

¡Aunque algunos se molesten, es una realidad presente!



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Pedro Estacio


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