La rebelión del 4 de febrero de 1992 fue, sin duda alguna, la desembocadura de un río de luchas populares que tuvo sus flujos y reflujos a partir de 1958, pero que jamás dejó disminuir su caudal, pese a la incesante campaña de represión, asesinatos selectivos y miedo que sostuvieron los distintos gobiernos surgidos del Pacto de Punto Fijo. Era, además, la expresión tornada en rebelión de un pueblo sometido a un régimen de exclusión política, social y económica, cuya retórica democrática ocultaba la sumisión a los dictados imperiales de Estados Unidos y la existencia de una oligarquía parasitaria que extraía sus riquezas de la renta petrolera, dejando en la miseria a un amplio segmento de la población; todo esto reforzado por grupos empresariales de la comunicación que daban cuenta al mundo del mejor sistema de democracia representativa vigente en nuestro continente.
Sus raíces y sus motivaciones tendrán, por consiguiente, que extraerse de esta larga historia de luchas populares, incluyendo aquellas que se derivaron del proceso independentista, de manera que pueda explicarse y ahondarse su significación, permitiendo y consolidando, a su vez, la elaboración, ejecución y revisión de un verdadero proyecto revolucionario de transformación estructural del modelo civilizatorio imperante en Venezuela.
Esto último constituye, de por sí, un vasto reto que debiera ser abordado de forma colectiva por los diversos sectores revolucionarios, sin dejarse arrastrar por el mesianismo de una «vanguardia» esclarecida que quiera obstaculizar cualquier posibilidad de expresión de poder popular que sirva de fundamento para la construcción de una nueva hegemonía, instaurando, en consecuencia, unas nuevas relaciones de poder. A tal reto debieran sumarse por igual hombres y mujeres que compartan la Utopía de un mejor mundo posible, donde dejen de ser una realidad fatídica la alienación, la desigualdad y la explotación que caracterizan el modelo de sociedad capitalista, lo mismo que la tutela imperialista tradicional de Washington.
La rebelión cívico militar del 4-F tendría que reivindicarse bajo estos parámetros, lo que impediría su degeneración en mito o leyenda, ya que de permitirse esta eventualidad ocurriría lo mismo que durante el largo período del régimen puntofijista: convertir a los sectores populares en meros espectadores de una historia que les correspondería protagonizar y modificar según sus propios intereses, sin ser ajenos a su desarrollo y, como efecto de su conciencia revolucionaria, participando activamente en el logro efectivo de su propia emancipación individual y colectiva.
De este modo, el por ahora (y para siempre) del 4-F pronunciado por el Comandante Hugo Chávez adquirirá una resonancia mayor a la que él mismo y sus seguidores le han atribuido hasta el presente; convertido por obra y gracia de las mujeres y los hombres de la Revolución en el punto de encuentro para recapitular y poner en movimiento un andamiaje de propuestas revolucionarias que hagan factibles las aspiraciones seculares del pueblo venezolano; diferenciándose, por supuesto, ampliamente de lo que son posiciones netamente reformistas, carentes de rasgos y propósitos auténticamente revolucionarios.
Por ello, la rebelión cívico militar del 4-F no puede catalogarse según el prisma interesado de una sola persona o grupo. Su carácter subversivo tiene que ser asimilado y sostenido por quienes aún mantienen en alto las banderas revolucionarias, así suene desfasado e inconveniente para quienes controlan (y anhelan controlar) el poder constituido; planteándose como objetivo político estratégico no sólo la toma del poder sino, básicamente, la transformación estructural que esto supone.
Para los revolucionarios es algo esencial que este sea su norte, en todo momento, contribuyendo al mismo tiempo a elevar el nivel de conciencia revolucionaria de los sectores populares, su nivel de organización y su nivel de movilización, en función de crear las condiciones propicias para gestar la Revolución Bolivariana prefigurada el 4-F, aún cuando este no fuera -según el parecer de algunos- la intención original de dicha rebelión.
El 4-F se enlazaría así con el presente de luchas que siguen librando los sectores populares. Ya no sería una mera anécdota heroica que recordar cada año, con celebraciones irreflexivas que le restan comprensión apropiada a lo que fue la culminación de un estado creciente de efervescencia de la lucha popular contra las élites que dominaban el país bajo la «protección» estadounidense. Resultaría más adecuado -más allá de la apología oficialista, ya tradicional- que éste constituyera, realmente, un antes y un después que le permitiese al pueblo emprender, sin tutela alguna, el camino de su propia emancipación. Como un río indómito que, luego de sortear exitosamente todos los obstáculos geográficos en su trayecto, desemboca en el anchuroso mar.-