Cansados de los golpes de violencia que azotan a la sociedad venezolana, los perros callejeros encontraron un refugio de vida en las puertas de la Catedral de la Inmaculada Concepción, ubicada frente a la plaza Bolívar del municipio Libertador en el estado venezolano de Mérida.
Buscando un poquito de paz terrenal, los perritos andinos llevan meses descansando en una entrada del recinto eclesiástico, buscando aislarse de todos los malos tratos que reciben en las calles merideñas, y utilizando el rinconcito cristiano como una fuente de esperanza para no morir.
Son perros tranquilos, inofensivos y educados.
Los animalitos son observados con desprecio por los cientos de lugareños y turistas, quienes diariamente recorren la plaza de la quinta república y la catedral de la cuarta república. Ellos siempre muestran las clásicas ínfulas de superioridad moral en dos patas, pero nunca superarán las benditas cuatro patas de las mascotas.
El estado Mérida es la casa de Nevado, el valiente perro de raza mucuchíes que dio hasta su última gota de sangre, para conseguir junto a Bolívar la gesta emancipadora que libertó a nuestra geografía. Sin embargo, el indiferente pueblo venezolano no ha sabido apreciar, la infinita capacidad de amar de los perros mestizos.
Resulta muy triste analizar sociológicamente, la escena de los perritos callejeros vagando en la Catedral Metropolitana de Mérida. Toda la gente mentalmente sana que pudiera ayudar a los perros, prefiere quedarse rezando en su mundano mundo de mundanismo.
Los idiotas que van en sus carros con el reguetón y el vallenato a todo volumen, los tontos que se atragantan comiendo mil churros en un segundo, los buhoneros que gritan el cáncer de los cigarrillos y del café, los viejitos que piden clemencia cuando fueron jóvenes desgraciados, los abogados que solo abogan por el peso del maletín, los esclavos que hacen la sucia cola frente a los cajeros automáticos, las mujeres embarazadas de mil muchachitos, y hasta los obispos y cardenales que no soportan el horrible olorcito a perro.
Todos ven una y mil veces a los animalitos de la catedral, pero jamás entran a la santa iglesia católica para recibir la santa eucaristía. Culpa, vergüenza y desidia. El trinomio que enluta la solidaridad de los venezolanos. Por eso los más inocentes se quedan con las manos vacías, y los gatos y perros que yacen en las calles, demuestran el motivo de todos los clavos clavados en la cruz.
Quizás los virtuosos perros callejeros de la Catedral de Mérida, sean unos angelitos del cielo que vinieron para conmover los corazones rotos de la colectividad merideña. Un retrato escatológico que nos enseña a reconocer, el egoísmo que padecen propios y extraños. Un simple recordatorio de la legendaria Pasión de Cristo, que sigue castigando el alma de las especies de la fauna venezolana.
La inteligencia de los perros de la catedral es extraordinaria. Ellos juegan con el miedo de la muchedumbre, y saben que la gente no se atreverá a golpearlos, a envenenarlos y a matarlos, estando tan pero tan cerca de la grandiosa casa de Dios. Esa pecaminosa casa que cada día se queda sin creyentes, sin devoción y sin promesas.
Quizás deberían transformar las iglesias venezolanas en refugios de animales, así se podría mitigar el alto número de perros y gatos que sufren y deambulan en las calles del tricolor patrio, y realmente seríamos compasivos y altruistas con la vida de los menos afortunados.
Más de 300 perros se encuentran sobreviviendo en las calles, dentro del municipio Libertador del estado Mérida, generando una emergencia sanitaria en todos los espacios públicos, y poniendo en tela de juicio la misericordia de la población merideña.
Las personas que asisten a la santa misa, son seres tan apáticos como usted y yo. Supuestamente ellos salen santificados tras la liturgia, pero la impresión humanista jamás se resalta en los papiros. Al final, todos somos una grotesca masa de hipocresía, que recorre los caminos delictivos venezolanos.
Pero después de aplicar el sagrado discernimiento, creemos que los perritos callejeros deben continuar callejeando las calles, para convertirse en los grandes perros guardianes de la Catedral de Mérida.
¡No los ayudemos! ¡No los rescatemos! ¡No los toquemos! ¡No los adoptemos! ¡No los salvemos!
Los perros están dictando una magistral cátedra social, frente a la ignorancia de nuestros atónitos ojos. La sensibilidad que no se consigue con las palabras, la vienen consiguiendo gratuitamente los perros de la catedral, con tan solo echarse en el suelo ungido en lágrimas de soledad.
Estamos seguros que aquel mismo padre celestial, que un día los hizo descender con prisa del cielo, algún día los hará ascender de nuevo al reino de los cielos.
Desde nuestro cibermedio Ekologia.com.ve deseamos que los ladridos de los perros catedráticos, retumben con fuerza en los cristales del paraíso.
El artículo publicado se lo dedico a todos los perros y gatos, que ni siquiera se comen la basura de los venezolanos, porque los venezolanos tienen corazones de piedra.