Hasta ahora, éste primer trimestre del año 2017, se ha caracterizado por una alta pugnacidad política, por una polarización entre dos modelos o enfoques que se contraponen entre sí, por una dialéctica coyuntural y estructural entre izquierda y derecha, entre socialismo y capitalismo, entre chavismo y anti-chavismo…
El epicentro de la diatriba política y permanentemente expresada en los discursos políticos, viene dada por una dicotomía casi existencial: dialogar o no dialogar, lo cual ha generado posiciones antagónicas en las agendas políticas, dibujadas de la siguiente manera, en especial en la oposición política venezolana: los que no consideran oportuno ni necesario establecer diálogos con el gobierno, ya que eso implica "la oxigenación del chavismo" y su mantenimiento en el poder político, además son los que causan mayor ruido dentro de la MUD, por su radicalismo ultra-derechista.
Y dentro de ese mosaico de intereses políticos diversos que coexisten dentro del escualidismo nacional, hay otros sectores que si quieren dialogar, pero "son acusados" de vendidos al gobierno por parte de los sectores guarimberos que hacen vida en La MUD.
¿Qué ocurre con el diálogo? Ha sido sacralizado a tal nivel que es considerado como una acción política extremadamente difícil y compleja, por las diversas interpretaciones que se dan sobre éste mecanismo de negociación política. Los radicalistas antichavistas señalan de porqué dialogar con "un gobierno casi caído" y sólo hay que seguir conspirando con la guerra mediática, económica e internacional, para lograr la toma de poder a través de atajos no constitucionales.
Sólo la madurez política puede permitir la secularización de los acuerdos, en trazar los caminos de la tolerancia y la paz, de fortalecer la institucionalidad y la gobernabilidad, y que las vías electorales y constitucionales, sean el sendero para las relaciones política armónicas y sin violencia, en la cual la gran ganadora tiene que ser VENEZUELA.
Politólogo
