En abril de 1948, se constituyó la Organización de Estados Americanos (OEA), en la ciudad de Bogotá, Colombia, apenas unos días después que la ultra derecha colombiana hiciera asesinar, el 9 de abril, concretamente, a través de un sicario, en las calles de esa ciudad, al dirigente político y gran conductor de masas Jorge Eliezer Gaitán; hecho ignominioso este que desencadenó la reacción popular conocida como el bogotazo, la cual significó que durante varios días la capital colombiana estuviese sumergida en una intensa revuelta a manera de respuesta del pueblo ante el asesinato de su líder, virtual futuro Presidente de Colombia.
Sello sangriento
De manera, que la OEA tuvo como acta de nacimiento un sello sangriento que ha estado presente a todo lo largo de su trayectoria, así mismo, desde el propio comienzo de esta Organización, la impronta yanqui se ha hecho sentir con su vocación intervencionista en la realidad nuestrolatinoamericanista y caribeña.
Está suficientemente testimoniado ante la historia la participación directa de la embajada estadounidense en el asesinato de Gaitán así como en los múltiples sucesos políticos de intromisión y desestabilización acaecidos en nuestro Continente a lo largo de los 69 años de existencia de esta corporación multinacional, en los que los EEUU le ha impuesto un férreo control, contando para ello, por supuesto, con la complicidad instrumental de lacayos de la más diversa especie, como el caso de Rómulo Betancourt, quien, precisamente, fungía de jefe de la delegación venezolana en aquella sesión inaugural o, como ahora, en el caso actual de Luis Almagro que, en su condición de Secretario General, ha devenido en un denodado peón de los planes imperialistas y de la ultra derecha continental y local en contra de gobiernos que, como el bolivariano, defienden la independencia nacional y la soberanía de nuestros pueblos de todo tipo de colonización y de tutelaje imperialista.
Meros instrumentos
Han sido 7 décadas en las que la OEA ha servido de ariete para reforzar la hegemonía estadounidense en esta parte del mundo; tal cual, como, en otras latitudes fueron promovidas organizaciones regionales con similar propósito, es el caso, por ejemplo de la Organización del Atlántico Norte, (OTAN), en el ámbito europeo, o el de la ASEAN para los países del sudeste asiático, siendo el más patético el de la ONU que, sin dudas, devino en un mero instrumento para apuntalar la influencia de la élite del país norteño en el mundo entero; todo ello, revestido de un lenguaje altisonante en el que valores como el de libertad, democracia, paz, etc., refulgen como luces de fantasía que sirven para encubrir el verdadero afán hegemónico de los EEUU como gran potencia mundial.
Con el montaje de esta superestructura político-ideológica impusieron su "reinado" en el globo terráqueo, sustentado en el control específico que mantienen sobre la economía del sistema-mundo, que en los últimos años se ha venido resquebrajando a consecuencia del largo ciclo de crisis estructural ¿o terminal? en que se encuentra sumergida la economía capitalista mundial, especialmente, la estadounidense; resquebrajamiento, que, por supuesto, tiende a manifestarse, también, en los aparatos de dominación política a nivel mundial.
Así como la ONU está sometida a un cuestionamiento creciente que hace obligante, en el futuro próximo, su transformación en su esquema organizativo y de funcionamiento, pero, sobre todo, en su democratización en lo que concierne a la toma de decisiones, lo cual traduce un evidente decaimiento del control que venía ejerciendo los Estados Unidos ante el surgimiento de nuevos actores que ponen en jaque su hegemonicismo.
Situación impensable
Igualmente, una organización regional como la OEA está sujeta a un estremecimiento, que, desde nuestro punto de vista, más que una transformación en materia organizacional y de funcionamiento, lo que se impone es su extinción para dar paso a un nuevo esquema de integración de los países nuestros americanos sin la presencia manipuladora e intervencionista de la mano yanqui. Ya la constitución de la ALBA, PETROCARIBE, UNASUR y la CELAC son indicadores inequívocos de las emergentes y nuevas tendencias integracionistas que se están gestando en Nuestra América.
De por sí, el mismo hecho que a pesar del tinglado que tiene montado el imperialismo yanqui, en la OEA, con el onagro Almagro como orquestador, para intentar aplicarle a nuestro país, la Carta Democrática Interamericana, a manera de preámbulo, para otros niveles de intervención, en los que no es descartable la intervención militar, como ya lo han hecho en muchos países, es indicativo de una situación realmente impensable en momentos otrora cuando sólo bastaba la señal yanqui para que de inmediato y de manera unánime en la OEA se procediera a cohonestar la aspiración del águila imperial. El sólo hecho de que en nuestro caso, ello, no haya sucedido es una muestra concreta, supremamente demostrativa, tanto del apoyo con que cuenta la revolución bolivariana como del decaimiento del poder imperial, pero, sobre todo, de los cambios objetivos y subjetivos que se han venido operando en nuestro Continente que hacen presagiar que el tiempo de la OEA como ministerio de colonias de los gobiernos estadounidenses ya quedó en el basurero de la historia.
Ductores doctrinarios
Los patriotas latinoamericanos y caribeños de esta hora somos testigos presenciales y, al mismo tiempo, actores de primera línea del inevitable deceso de la OEA interventora, hecho que, indiscutiblemente, reivindica el pensamiento bolivariano y martiano, ductores visionarios y doctrinarios de la lucha contemporánea por la independencia y la soberanía de Nuestra América. Fidel y Chávez cada día se afirman ante la historia. Pero, estamos claros, los yanquis, como también es su costumbre, pueden intentar, por mampuesto, dar el zarpazo, su Comando Sur está al acecho. No hay otra, hay que permanecer alerta.