"El más común de los hombres honrados tiene antes que haber conocido en que consiste ser honrado y, sobre todo, haberse decidido a serlo. El pensar práctico está en el origen de la responsabilidad y sin embargo no reparamos en el pensar práctico como un remedio contra la irresponsabilidad."
Norbert Bilbeny
"Entenderé por bien aquello que sabemos con certeza que nos es útil. Y por mal aquello que sabemos con certeza que nos va a impedir participar de algún bien."
Baruj Spinoza
"Pero cuando ya nada distingue lo verdadero de lo falso, ha comenzado una era nueva, un tiempo peligroso. El tiempo de la mentira no episódica ni puntual, sino sistemática"
Michel Henry
I. El mal humano
A medida que avanzamos en la vida, los seres humanos hemos de afrontar el reconocimiento de nuestra finitud y nuestra precariedad, que contradice y hiere los requerimientos internos de infinito y de omnipotencia que nos habitan. Nos encontramos con pruebas de salud o de muerte de gente próxima, con el envejecimiento implacable, que causa estragos, con los sufrimientos psíquicos, que parece insensatos, con el mal físico padecido en carne propia y con el mal físico de las catástrofes de la naturaleza, que parecen inexorables.
Y en medio de todo eso emerge el mal humano, el producido por los seres humanos. Es el mal de la explotación del hombre por el hombre, en el que el sujeto es a la vez la causa y la víctima, y donde experimentamos la vigencia de todas las injusticias individuales y sociales de tantas maneras de ser que no perdonan. En nosotros mismos experimentamos sentimientos y acciones agresivas contra los otros que parece que no pueden ser integrados en nuestro talante y nos provocan sentimientos de culpabilidad. Todos estos padecimientos ponen a prueba nuestro propio sentido y hacen nacer en nuestro el sentimiento de que la vida parece absurda.
En estas situaciones, mirando de cara el mal propio y ajeno, pero con una visión y una experiencia globales de la realidad, en la que el bien y la vida también laten, creemos que, a pesar de todo, podemos abrir tozudamente caminos de humanización, responsabilizándonos de nuestra vida y viviendo con sentido la historia de nuestra aventura humana, nunca del todo acabada y en constante estado de reparación y restauración. Quizá siempre se podrá mostrar cómo está bien fundada la decisión de amar y de no odiar.
II. Idiotas morales
Hace ya unas décadas, Norbert Bilbeny, profesor de Ética en Barcelona, España, acuñó el término "idiota moral". Asegura que los idiotas morales no tienen juicio práctico, admiten que el fin justifica los medios y lo peor: no logran usar la capacidad de pensar, de la que, sin duda, están capacitados. El idiota moral sabe lo que está haciendo, pero es incapaz de sentir emociones y actúa por el libre impulso sin que medie un tiempo de reflexión entre lo dicho y lo hecho. La teoría central de Bilbeny es que "la ausencia de pensamiento se encuentra siempre entrelazada con otras causas en la formación de un idiota moral". Asegura que los idiotas morales tienen los "ojos abiertos pero los sentidos cerrados". Qué paradoja: son inteligentes, pero no piensan. El idiota moral no se cuestiona a sí mismo, porque no piensa: ha castrado esa capacidad innata del ser humano, la que en algún momento lo distinguió de los seres inferiores. Sólo los idiotas morales aceptan sin sonrojarse que un decreto permita destruir por un puñado de dólares el 12% de su país, o por mantenerse en el "poder por el poder" destruyan una República. Bailar por televisión mientras asesinan ciudadanos por ejercer su derecho constitucional a manifestar es síntoma de idiotez moral. Comprar armas mientras faltan insumos médicos es signo de idiotez moral. (Aquí ponga su ejemplo)
Varios pensadores esbozaron sus propias teorías para tratar de hallar las causas de la apatía moral de los idiotas morales, y aunque no hay acuerdo entre ellas, sí hay una conclusión en común: en los idiotas morales no se ha encontrado falta de inteligencia. Como quien dice: la inteligencia no es capaz de llevar, por sí misma, el bien. Bilbeny afirma que los genocidas y psicópatas también presentan esas características. Desconocen los sentimientos de culpa o arrepentimiento; ni siquiera sienten odio por la vida o amor por la muerte, simplemente son indiferentes ante lo uno y ante lo otro. Quien es capaz de pensar, tiene la herramienta fundamental para enjuiciar sus propios actos.
III. Tres tipos de mal
El mal no es tan solo privación del bien. El mal existe y tiene una forma de ser y de actuar que le es propia. Consiste en considerar a la persona como un ser superfluo y pensar que todo vale para conseguir los propios fines. Desgraciadamente el mal nos seduce más que el bien, pero, mientras que aquel nos lleva a la desesperación, este llena nuestros corazones de esperanza. El mal nunca tiene tanta densidad como el bien. Las dos nociones parecen iguales y reciprocas, pero el mal depende del bien en mayor medida que el bien del mal. A la larga el bien siempre vence al mal. Los maniqueos suelen tender a considerar el bien como algo propio, y en cambio proyectan el mal sobre aquellos a los que ven como ajenos a su grupo. El odio es un mal que tiende a manifestarse activamente, y cuando el hombre actúa empujado por el odio, es capaz de cometer las mayores atrocidades.
El estudio de la moral religiosa y de la ética filosófica conduce a la necesidad de subrayar hoy expresamente, y entre otras muchas, tres formas en que el mal se presenta desde el comportamiento humano, social y cultural. Tres formas que hay que tener muy en cuenta precisamente dentro del marco de los cambios actuales que afectan a la humanidad entera. Tal vez nunca como ahora se había podido hablar tan enfáticamente de estos tres modos de mal, presentes en el seno de nuestra sociedad a causa de las novedades de nuestro tiempo:
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Tal vez el mayor problema del mal en nuestro tiempo no consiste tanto en que exista el mal, sino en que se le disimule, deforme, camufle y encubra con expresiones que desnaturalizan su realidad y aminoren sus efectos. El concepto de "mal banal" se encuentra situado en el primer puesto de esta consideración moral. Se entiende por mal banal el hecho según el cual en el mundo existe y se experimenta la presencia del mal con toda su fuerza y, sin embargo, nadie se siente ni culpable de él ni su directo productor. Así, el llamado mal banal se percibe como un mal difuso, etéreo, nebuloso, es decir, no puede ser conectado con agente directo alguno. Nadie pone en duda que el mal rodea el ambiente de la cotidianeidad. Y, sin embargo, la mayor dificultad que este hecho proporciona está en que no puede ser curado ni desarraigado, porque no está representado por sujetos agentes concretos. El mal es palpable. Sus autores son ignotos. En ellos "tanto la culpa como la responsabilidad se desvanecen". Se ve que el "pecado y el mal sin autor" existen. En el ámbito moral de la sociedad actual parece que la responsabilidad está "maltrecha", no es fruto de "convicción seria". Víctimas de la sociedad o de la psicopatía, tanto el delincuente como el criminal se encuentran "libres de culpa". En definitiva, el mal banal o la ausencia de culpa tendría como raíz propia un "vacío moral" incrustado en el seno de la sociedad que consecuentemente daría paso a un estado de "indiferencia cínica" y de permisividad, en cuya situación "nadie se sentiría culpable".
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El "mal radical" acompaña estrepitosamente al mal banal desde una dimensión de extrema dureza, nunca reconciliable con el sentido de verdadera humanidad. Puede decirse que se trata de un mal supremo, justamente por su asunción y práctica plenas y repugnantes de la radicalidad. Esta forma de mal consiste en lograr que el hombre o la mujer se conviertan en "superfluos", es decir, que ni el uno ni la otra cuenten ya para nadie, que no tengan derecho a tener derechos, puesto que con esta forma de mal la persona queda totalmente anulada como tal. Este mal es tan tremendamente radical que, al convertirse uno en superfluo y al no contar ya para nadie, llega para él el momento en que se le puede ofender en lo más profundo de su íntima dignidad. En esta situación el hombre o la mujer han dejado prácticamente de ser personas. Tanto es así que ya no hay inconvenientes en que sean excluidas del resto de los humanos por ser "no hombres o no mujeres" y/o, lo que es innombrable, llevadas definitivamente al exterminio. R. J. Bernstein, comentando el "mal radical", al que se refería Hannah Arendt en sus obras sobre el holocausto nazi, hace hincapié en que no sólo el hombre en singular había sido tomado como ente superfluo, sino que este mal era de signo multitudinario: "Multitudes enteras se vuelven superfluas".
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Más allá del mal banal o difuso, desconocido y rechazado como si fuera una mala sombra, y del mal radical, que tiende a eliminar cruelmente a la persona como tal, existe también el "mal metafísico". Éste es un mal melancólico, cuya acción reflexiva recae inexorablemente sobre uno mismo de forma "aterradora". Se trata del sentimiento de "caducidad" con que se presenta el término final de la existencia personal y de fugacidad de los actos de cada día, tanto como de las cosas que a uno le rodean, por mucho que ellas inviten a la dicha y al bienestar buscados. Esta clase de mal incluye una importante visión de límites por todas partes. Todo es efímero. Todo acaba pronto. El hombre y la mujer, atacados del mal metafísico, hasta pueden tomarlo y desearlo como la mejor salida de este mundo, precisamente por entenderlo positivamente caduco, no perdurable y como si ello reportara el mayor de los bienes. "La idea de continuar por siempre me parece manifiestamente aterradora", confesó Karl Popper a su interlocutor John Ecless. La vivencia melancólica del mal metafísico o de la caducidad efímera de todo y de todos comporta siempre un sentimiento "agridulce": vivir, amar, trabajar, contemplar y alegrarse por tantas cosas maravillosas, para terminar en la nada. Es el mal que produce la falta de sentido de la vida, la desesperación y el cansancio de vivir. Una forma de mal pasivo, sin capacidad subjetiva de encontrar una salida productiva ni desde dentro ni desde afuera.
CONTRA EL MAL