Vuelvo a repetir lo que expresé en un twitter en una ocasión, pese a estar en el lado zurdo (así nos llamaban hace años), jamás he tenido la capacidad para denominarme, a mí mismo, que soy un revolucionario, porque el aprendizaje es tremendo. Revolucionario fue Simón Bolívar, un hombre de una capacidad gigante y una visión por encima de las décadas que nos habrían de caer a los latinoamericanos, nativos de esa patria grande que el hombre soñó.
Como dice el camarada Rodríguez Olmos siempre, la preocupación de Washington -todavía hoy- es Bolívar y es que este guerrero visionario visualizó a esa generación que llegó al poder en los Estados Unidos y por eso su célebre comentario de que ese país estaba destinado por la providencia a fastidiarnos la vida.
Y es una visión del pasado comprobada con la realidad. Por eso es que uno se molesta porque algunos no logran entender –todavía a estas alturas- como pueden creer que la mafia que gobierna a los estadounidenses es una gestión decente.
¡Nunca lo ha sido!
Nada de lo que digo tiene que ver con las ciudadanas y ciudadanos de ese país, sino de la mafia conformada por empresarios que día a día se lucran mucho más y son tan atrevidos al decirle a su pueblo que ellos son democracia y libertad, cuando en efecto no lo son, sino una gran mafia empresarial que entiende a la ciudadanía de ese país como consumidores, simples compradores, pero nunca como personas con espíritu, identificados con la vida, soñadores, identificados con el ambiente y muchísimo más.
La respuesta tonta que nos dan es que somos humanistas, que somos comedulces y que no vemos la realidad, cuando lo cierto del asunto es que aún siendo humanistas, y respetuosos de paso, estamos claros y asumimos la práctica y por ello es apreciable lo que hace la revolución –en la práctica- por las personas.