Es el diario panorama para estos tres ángeles luego del ocaso. Hablo de tres bendiciones de Dios que hablan del sinnúmero pueblo invisible que ama incesante la prioridad a cumplir. "La misión" como llama cada una a su labor por su lado (ojo, ninguna de las tres se conocen entre sí). Pioneras de lo impecable, por ser tales, les toca trabajar sobre la herida supurada. Cada una donde está, sea Cultura de Anzoátegui, PDVSA o Consejo Legislativo merideño, sabe cómo se bate el chocolate, saben dónde están paradas y por supuesto, en medio del exceso, saben disfrutar de algún momento encapillado que le roban al sueño confabulado con la alcahueta comprensión, para madrugar frescas al lozano timón de su barco.
Hay algo en sus sonrisas. Sí, tienen sonrisas de abuela comprensiva. En ellas la inocencia no está perdida, pero evidentemente no se manifiesta a la primera en la sonrisa. El dolor cercano del pueblo es un horno que ciertamente cambia motivos de vivir. Me recuerdan el retrato del general Sucre, que no sonreía nunca, a la edad de Ayacucho (29 años), tenía la mirada de vidrio como de haber trascendido todos los dolores. Huérfano de padres y hermanos (15 con él incluido), barridos directa o indirectamente por el fragor de la guerra, su vida y espada no conocieron sino de horrores y batallas desde los 15.
Lo que pasa es que en sus vidas la inocencia cambió de flanco. Cada una de estas tres entrañables amigas por su lado me ha confesado la razón de ese proceder en sus facciones. No es la misión lo que desgasta. Es la resistencia que ofrece la corrupción y el tráfico de influencias. Es como que las velas de los barcos que andamos tuviesen grandes huecos y no puedes hacerte cargo de ellas porque naufragas. Por eso es lenta la marcha. Hay grumetes que deberían ser mesoneros, oficiales mercaderes. La cantidad de los seguidores del Presidente es inversamente proporcional a la cantidad de los que realmente están trabajando; una gran mayoría va arreada. No hablo del deber cumplido, bien cumplido, sino de la vida cotidiana, del vecino y el sector que por fin te interesen. La belleza hay que crearla si no la vemos donde estamos, atraerla, traerla. Un palo no hace montaña. Esta elegía va por los que hacen la historia invisible de esta revolución.
Los giudittas hilnoretnas carolinas mayríes -según confesión de las aludidas- son altamente soñadores, no dan cabida al tiempo, no le pertenecen, no suman horas extras, están diseminados(as) por el territorio y están aquí reunidos(as) en estas humildes líneas. Son los ladrillos de este momento. Sangre de esta esperanza. La verdadera reserva revolucionaria militante.
No soy fácilmente domesticable con romerías, sé muy bien de la hiena enemiga que nos rodea, pero al salud de la conciencia de mi pueblo está contaminada por lo que debo preservar como una mina lo que se mantiene íntegro, es la fuente de luz para continuar por estas veredas abarrotadas de zancadillas consumistas. ¡Que necesaria es esta canción de gratitud y compromiso! Adivino su fortaleza, chequear alrededor y encontrarse con multitud de miradas que las aprueban y sonríen. Como Sucre, con la tropa a su favor así fuese comidilla de los oficiales.
La integridad es el arma más formidable de este proceso para su victoria el próximo diciembre. Si observamos el panorama en frío, el mejor trabajo se está confeccionando en la línea exterior, pero sucede que cuando el Presidente habla en el exterior de los que están construyendo el nuevo país, lo hace de estos invisibles soñadores, sonrisas de abuela, la bandera del próximo triunfo.
Vayan estas líneas a estos ángeles, bien merecidas que las tienen, puntales de la nueva mujer, del nuevo hombre, la inocencia que labora a deshoras. Es amor que se desborda silencioso, razón más que suficiente para que gane el Presidente.
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