Parte (II) dedicada a la memoria de Xiomara Scott víctima de una sociedad que sucumbió a la lógica de la crueldad y la destrucción.
"el perdón no es una obligación, no es el olvido, no es una expresión de superioridad moral ni es una renuncia al derecho. El perdón es un acto liberador. Perdonar es ir más allá de la justicia"
»Estamos convencidos de que el perdón es una virtud moral y no, simplemente, de una virtuosa actitud teologal heredera de la tradición cristiana. Es verdad que el perdón choca muchas veces con la justicia. Pero no es menos cierto que el perdón no es sólo cosa de santos o héroes; o de religiosísimas personas. Y no lo es porque la moral es algo más que una zona medida, restringida y sin posibilidades de estirarse. Es verdad también que en algunas ocasiones no sabremos decir con claridad si una acción ha sido tan excepcional que supera el marco de la moral. Y eso, sin duda, sucede muchas veces. Pero de ahí a excluir los actos de perdón de la vida moral hay un abismo. Porque el perdón puede ser la soberanía de un yo que legisla de especial manera en una circunstancia dada, y ofrece a quien ha ofendido la posibilidad de su remoralización. Por eso, y dejando ya el perdón, ser más sensible y ayudar al necesitado, al menos capacitado por la naturaleza o a quien, como el niño, está en una situación de total potencialidad, es invertir moralmente para que, tal inversión fructifique. Se trata, en dichos casos, de suplir lo que otros no tienen. Y se suple, digámoslo de nuevo, no porque alguien se crea una estrella moral, o porque permanezcan aún residuos de alguna doctrina religiosa. Se suple porque nos hallamos ante potenciales sujetos de moralidad. Sujetos colocados ya a la altura de cualquier hombre o mujer.
En el perdón encontramos, según Vladimir Jankélévitch, tres elementos: es un acontecimiento, supone la relación con el otro (se dirige a alguien con rostro y nombre propio) y es un don gratuito del ofendido al agresor o verdugo. El perdón desborda los límites tanto de la moral como de la política: puede cuestionar la norma moral y la ley. El perdón es «un acto de valentía y una generosa propuesta de paz. Esta propuesta nace gracias al amor, que logra situarnos en el camino del perdón y la reconciliación. El amor instaura un orden paradójico desde el punto de vista de la naturaleza, de la moral establecida y del derecho, pues conduce al perdón de lo inexcusable y al amor al enemigo.
Hay circunstancias en las que recomendar el perdón es una imprudencia por nuestra parte; del mismo modo, hay situaciones en las que la reconciliación apresurada es «una grave indecencia y un insulto para las víctimas. ¿Cuándo están el tiempo y la relación con el otro maduros para la reconciliación? No se puede prescribir el momento adecuado para el perdón y la reconciliación. El perdón que irrumpe en el tiempo y convierte los corazones sólo puede ser gratuito e inesperado, para que logre restaurar la situación.
Aunque no se puede recomendar el perdón, hay que poner los medios oportunos para que el mal no tenga la última palabra. No podemos permanecer indiferentes ante los crímenes; es nuestro deber denunciarlos y optar por el bien. Como afirma Emmanuel Lévinas, "la verdadera utopía es el hombre en nosotros mismos". La tarea que se nos plantea tras la catástrofe es recuperar el fondo de humanidad que habita en cada corazón humano. Para ello hay que reconocer qué elementos de la propia cultura pueden facilitar la construcción de la paz. Éste es el caso del ubuntu, en Sudáfrica. Se trata de un principio ético promovido por el obispo anglicano Desmond Tutu y que posee profundas raíces religiosas. Se afirma que quien tiene "ubuntu" está disponible para otros y sufre cuando el otro sufre (recuerda a la empatía). Este principio fue clave en los procesos de reconciliación en Sudáfrica.
Lo que debe sorprendernos no es tanto que muchos hayan sucumbido a la lógica de la crueldad y la destrucción, sino el hecho de que algunos no lo hicieran, sacrificándose o poniendo en peligro su vida por ello. Pero tras la catástrofe, ¿puede la víctima entablar un diálogo con el criminal que no se arrepiente, puede convivir con normalidad con los espectadores indiferentes del crimen o con los cómplices de la catástrofe? ¿Cómo recuperar la confianza e iniciar un proceso de reconciliación con una sociedad que no reconoce la crueldad del crimen sufrido por la víctima? ¿Es ontológicamente posible lo moralmente necesario? El perdón aleja en cierto modo de la muerte, haciendo posibles nuevos comienzos. El perdón "es una apuesta contra lo irremediable".
El perdón es un acontecimiento que convierte el corazón de la víctima y puede convertir también al agresor, pues derriba el muro de la maldad. El perdón no es fruto de una decisión voluntaria (hay veces que alguien quiere perdonar, pero no lo logra). El perdón es "un acontecimiento inicial y repentino"; "la gracia del perdón y del amor desinteresado se nos concede en el instante y como una aparición desapariciente". Hay en el impulso a perdonar un misterio imperceptible: la conversión del corazón.
No se puede utilizar el perdón como un medio para la reconciliación, aunque sí sea un acontecimiento que puede conducir a ella. La esperanza en el triunfo del bien no supone esperar una compensación. Perdonar no es una forma de obtener rentabilidad de una situación, no es una forma de protegerse del mal. En el perdón sincero no hay cálculos. Jankélévitch considera que es un perdón impuro aquél que se ofrece con la intención de provocar la conversión del culpable. El perdón puede redimir al culpable, pero no necesariamente. Si este resultado fuese necesario, perdonar sería obligatorio, por lo que perdería su carácter gratuito. Jacques Derrida señala que cuando el perdón se utiliza para restablecer una normalidad, entonces deja de ser "un don excepcional y extraordinario, sometido a la prueba de lo imposible".
Derrida considera que no es necesario el arrepentimiento para que se dé el perdón. Quienes han sufrido la muerte de un familiar por un acto criminal, por ejemplo, afirman que es muy difícil perdonar cuando el criminal no pide perdón, pero aun así algunos sienten la necesidad de hacerlo. Situar el arrepentimiento como una condición necesaria nos llevaría a reconocer que en el perdón hay un intercambio, un cálculo. Si se exige por parte del culpable un compromiso y una opción por el bien, entonces el perdón ya no es necesario, pues se ha dado previamente la conversión. Según Derrida, se trataría en realidad de una transacción económica: intercambiar arrepentimiento por perdón.
El filósofo francés comprende que Jankélévitch se contradice cuando afirma por un lado que el perdón es un don gratuito y por otro, sitúa el arrepentimiento como la condición del perdón. Además se cae en la paradoja de perdonar al que ya no es culpable: «no es ya al culpable como tal a quien se perdona», sino al culpable arrepentido, es decir, ya en la senda de la inocencia (siendo distinto, otro, del que cometió el daño). En palabras de Derrida: "el perdón puro e incondicional, para tener su sentido estricto, debe no tener ningún «sentido», incluso ninguna finalidad, ninguna inteligibilidad. Es una locura de lo imposible". Lo que Derrida desearía es que fuera posible que se diese un "perdón incondicional pero sin soberanía": que no situase a quien perdona por encima de quien es perdonado. Solo así puede ser el perdón la puerta que abre hacia la reconciliación. Esto es para él el perdón puro, que reconoce como "impresentable", en el sentido de que no es posible hoy, en el presente, pero quizá sí en el futuro.
Aun así, el hecho de que el arrepentimiento no sea necesario para que se dé el perdón, no implica que no debamos profundizar en las claves del arrepentimiento, porque puede darse en el camino hacia el perdón. El sentimiento de culpa depende de lo que se ha hecho, pero también del modo en que se valora lo que se ha hecho. Quien se reconoce culpable no puede esconderse de la culpa, que no solo incumbe al yo, sino también al mundo y a la sociedad: se es culpable siempre ante alguien. En la culpa hay una mirada que juzga al yo, ante la cuál debe responder. La confesión tranquiliza la conciencia, convirtiéndose en el paso previo para poder ser perdonado y purgar así la culpa. El reconocimiento de la herida, de la ofensa sufrida o cometida, facilita que se dé un proceso de perdón y reconciliación.
Emil Fackenheim comprende que lo opuesto a la superación hegeliana (que implica negar el conflicto) es el arrepentimiento, que reconoce el daño. El arrepentimiento implica un sentimiento de vergüenza y el propósito de mejorar en el futuro. Supone recordar la culpa pasada y el deseo de redimirla con el fin de inaugurar un futuro renovado, liberado del lastre del pasado. Las lágrimas de arrepentimiento anuncian el tiempo de la reconciliación. El arrepentimiento redime en la medida en que se basa en el deseo de perdón. Pero el verdadero arrepentimiento es el que se muestra ante el otro, no el que solo acontece en el corazón clausurado.
El reconocimiento de la propia culpa es la mayor fuente de desesperación: ser consciente "de haber llegado a ser causa de la desesperación de otra persona y de tener que seguir siéndolo definitivamente". El mayor sufrimiento no es el que me afecta solo a mí, es el que afecta a otros y tiene su origen en mí. El verdadero dolor es el que se da en el otro por mi culpa: "el mismo sufrimiento inmenso del arrepentimiento que ya no puede devolver a otro la esperanza que le arrebatamos, no es comparable con el auténtico dolor ante el espectáculo mismo de esta desesperación que otro está sufriendo por nuestra causa". El mal insondable es el que sufre el otro: la desesperación sin culpa, el sufrimiento del inocente.
Reconocer el mal realizado es el principio de una liberación que abre a una nueva alianza con el bien, desde la que es posible decir que «el amor es fuerte como la muerte». Pero ¿cómo lograr que el amor prevalezca sobre la muerte? El rencor que se queda estancado devuelve mal por mal; la gratitud, bien por bien; pero en el perdón hay desproporción: se devuelve bien por mal. El amor al prójimo no busca excusas, razones, no tiene explicación, de ahí que deje intacta la gratuidad del perdón. El perdón no hace distinciones, perdona al agresor reconociendo en él la humanidad universal. El perdón «en su infatigable paciencia, su inquebrantable confianza, su inagotable generosidad, está a prueba de los crímenes más inexpiables. Derrida señala que es imposible comprender el hecho de que alguien sea capaz de perdonar o de no hacerlo, porque el perdón no es el resultado de comprender, no hay nada que lo explique o que lo presente como la consecuencia lógica de una situación previa.
El amor impide quedar encerrado en el sentimiento de rencor y la búsqueda de venganza. No es el odio o el deseo de venganza lo que permite reconocer el abismo del mal, pues lo acrecientan; es el amor, el que despierta la nostalgia del bien. Solo la vulnerabilidad del amor permite descubrir de qué abismo es capaz el mal. Es necesario salir de este abismo para poder reconocerlo, desde la orilla del bien: "solo el amor manifestado a una persona –nadie puede amar a generalidades– da la fuerza para soportar en la propia carne el alcance insoportable del mal que la acecha y a veces de la violencia que la amenaza y la aplasta". El amor ofrece un consuelo que no anula el sufrimiento, sino que se adentra en él reconociéndolo, experimentando la fragilidad del bien y la debilidad del hombre.
Como hemos señalado arriba y en https://www.aporrea.org/actualidad/a248808.html., el perdón no conduce necesariamente a la reconciliación, pues se puede perdonar a alguien que no quiere ser perdonado (porque no se arrepiente o porque arrepentido, aun así no cree merecer el perdón); o el agresor puede pedir perdón a alguien que no quiere perdonar, o que no puede hacerlo porque ya no está. Aun así, solo el perdón dado y recibido puede rescatar al verdugo recuperando la libertad perdida e iniciando una nueva vida.
Lo que tiene en común cualquier forma de perdón es que "pone fin a una situación crítica, tensa, anormal" El perdón trata de evitar que el mal y la violencia aumenten; permite desatar el nudo del rencor a través del don que la víctima ofrece al agresor. El perdón no supone olvidar el daño, sino transformar la culpabilidad en responsabilidad. El perdón es un movimiento de amor que redime en cierto modo la culpa y confía en que el culpable puede vincularse de nuevo con el bien en un futuro: no se le considera inocente respecto del pasado, sino capaz de ser inocente en el futuro.
BIBLIOGRAFIA
Robert D. Enright, Joanna North, Exploring Forgiveness
Johan Galtung Peace by Peaceful Means: Peace and Conflict, Development and Civilization.
María Dolores López Guzmán. Desafíos del perdón después de Auschwitz